Después de lo bien que salió la salida del miércoles, el jueves decidimos visitar algo más de Tianjin. Aprovechando que no teníamos clase, que no teníamos nada que hacer y no teníamos ni idea de a qué nos enfrentábamos, decidimos al día siguiente de visitar el Parque del Agua (水上公园), visitar otra parte de la ciudad: una calle de tiendas que vendían objetos tradicionales y edificios antiguos, que se llama 古文化街.
El autobús volvió a ser nuestra
opción de transporte: viendo que funcionaba mejor, que era más barato y que nos
dejaba prácticamente al lado; optamos por buscar el número que nos iba a
llevar, y de paso, echar un vistazo a lo que había en la ciudad. Vale, no hay
nada más que coches, bicis, buses, edificios y chinos. Pero algo es algo.
Nos bajamos en la parada que tocaba,
y caminamos un poco hasta llegar a la entrada de la calle. En la entrada
teníamos un mapa y todo lo que se podía ver, pero no le hicimos mucho caso.
Básicamente, nos dejamos llevar por las calles, entramos en las tiendas a
cotillear un poco lo que vendían, y nos dejamos empapar un poco de toda la
cultura que se mezclaba con el aire contaminado y el calor asfixiante. Entre las
cosas destacadas que había por allí cerca: una piedra de no-sé-qué-año que
tenía las marcas de las gambas y que significaba que hace tropecientos años que
ya existían, algunas estatuas curiosas, un par de palacetes y la construcción y
el color de los puestos.
Vendían todo tipo de objetos:
abanicos típicos, amuletos de la suerte, caracteres, qipao (vestido chino), souvenirs,
monederos, carteras, camisetas con una foto de Obama vestido de comunista…
También había algunos sitios en los
que daban comida. El más destacado que vimos, era un hombre que estaba sentado
y que tenía delante como una plancha. Si le pedías algo, tenía varias figuras y
te las hacía. Con una pincel, cogía de un bote una cosa viscosa que no sabíamos
que era, y empezaba a crear la figura. Al principio, intentábamos deducir qué
estaba dibujando: “¿es un pájaro?, ¿es un gallo?, ¿es un caballo?” Al final,
vimos que lo que estaba cocinando era un pegaso.
Cuando lo tenía terminado, lo despegaba de la plancha cuidadosamente con una
espátula y lo enganchaba con un palo largo de madera, como si fuera una
piruleta, para que lo comprara al que se le antojara aquello. Tenía buena
pinta, pero como no sabíamos si aquello era caramelo o vete tú a saber qué, no
lo compramos, pero nos pareció bien curioso.
Cuando nos cansamos de recorrer las
calles, salimos en busca del río de Tianjin, que estaba justo al lado. Sucio,
asqueroso, repugnante, vomitivo, de un color entre verde y marrón. Esas son
las características principales del río. En el que, además, había gente que
tenía la valentía de meterse y hacer unos largos. ¡Qué huevos los de estos chinos! Sin querer, tragas un poco de agua
y seguro que o sufres mutación o acabas durmiendo en una caja de pino.
Seguimos recorriendo el camino que seguía
el río, cruzando calles, y por consiguiente, arriesgando nuestra vida. Entramos
en un pequeño parque con una fuente en la que se lanzaba dinero y unos viejos
nos saludaron por ser extranjeros. A continuación, llegamos a una calle amplia
a nuestra derecha que se abría. A cada lado, había dos centros comerciales (de
ropa, sabanas, decoración y hogar), en los que entramos sólo para saber si
había algo de comer, sin éxito.
Y más adelante, vimos una especie de
recinto lleno de pequeños templos budistas. Pagamos la entrada (unos 60
céntimos), y fuimos descubriendo aquel lugar, al que acudía gente a rezar,
para después coger una varita de incienso y clavarla en un recipiente grande
justo delante de la entrada del templo. En todos los templos había una estatua
de Buda. Los templos se iban haciendo más grandes a cada metro que recorríamos.
Y los chinos que iban allí a rezar, se detenían en cada uno de ellos, rezaban,
clavaban el incienso y seguían al siguiente. Siempre en línea recta. Alrededor
de estos pequeños templos en el centro, había otras pequeñas casas, en los que
había gente descansando, estatuas o ofrendas florales. Finalmente, el último
templo era realmente enorme, y según pudimos ver desde fuera, (porque no estaba
permitida la entrada en ninguno de los templos), había 3 budas: uno en el
centro, que a la vez es el más grande, y dos más pequeños a cada lado. Además
de gente rezando, también había gente sentada en las escaleras del templo,
leyendo un libro en voz alta, y había como un altavoz que se dedicaba a reproducir
una canción. Fue una visita algo corta, porque tampoco entendíamos muy bien
cómo funcionaba aquello, pese a la información en inglés de los carteles, pero
fue realmente interesante ver cómo rezaba aquella chica que seguimos, algunas
estatuas que vimos, la construcción y distribución de los templos y conocer un
poco los lugares de culto.
Al salir de este recinto, seguimos
caminando, muertos de hambre y de sed, y llegamos a la noria de Tianjin,
también conocida como Tianjin Eye (COPIONES,
ejem ejem). No nos montamos, no porque fuera caro, sino porque de noche es más
bonita la ciudad con las luces, y teníamos tanta hambre que no nos íbamos a
pasar 15/20 minutos que duraba la vuelta de la noria, viendo cielo contaminado.
Como punto a favor de la noria, según leí en un cartel, es la única noria del
mundo que está construida sobre un puente. Así que aunque sólo sea por eso, ya
tenemos que volver sólo para montarnos.
En ese punto del día, andábamos
buscando un lugar para comer como agua de mayo. Fuimos caminando hacia una
calle grande con la esperanza de encontrar un restaurante que estuviera bien y
que nos sirviera algo de comer. Antes de llegar, vimos que había un hombre que
tenía varios animales en recipientes de plástico, supongo que para venderlos.
Lo más curioso es que tenía CARCOLES
DE COLORES: amarillos, rojos, verdes… No pudimos fotografiarlos porque
no nos dejaron, pero aquello parecía, o que los habían pintado, o que estaban
mutados. ¡Raro, raro, raro!
Estábamos un poco desorientados,
pero vimos un sitio en el que daban de comer. Era un sitio de comida rápida
china (no tipo McDonald’s, Pans, Burger King, KFC…), llamado algo así como
KungFu y con una imagen del chino este tan famoso de las pelis en la entrada.
Había platos por unos 2€ en los que te entraba un gran bol de arroz (of
course!) con otro plato para acompañar, y el agua FRESQUITA era gratis. No era del grifo porque estomacalmente no
tuve malas experiencias el día siguiente. Al final nos pedimos un plato que
tenía lechuga con un líquido raro (¡asquerosamente repugnante!) y un plato en
el que venían trozos de pollo y champiñones. Sinceramente, me sentó mejor el
agua que la comida. No comimos mal, pero para llenar el buche durante unas
horas, ya nos vino bien.
Una vez comidos, Laura tenía que ir
al baño, que no estaba en el restaurante, sino en la planta baja. Bajamos y
allí había montado como una especie de mercado electrónico de destrangis, en el
que vendían de todo: móviles, radios, mp3, mp4, ordenadores, juegos,
televisiones, electrodomésticos… No encontramos el baño, pero hicimos un poco
el cotilla por aquel lugar. ¿A destacar? El nombre de las marcas sucedáneas a
Samsung: SAMSONG, SOMSONG, ZHAMSUNG, SUMSUNG… ¡Viva la calidad de las
copias chinas!
Al salir de aquel lugar, más digno
de una película de acción que para ir a mear, decidimos ir a nuestro sitio
favorito: UN SUPERMERCADO.
Sí, porque de camino hacia ese lado de la ciudad habíamos visto un Carrefour (JiaLeFu,
para los chinos), y nos apetecía echar un vistazo y si podíamos encontrar
productos más “internacionales” por sus pasillos. Pero nada más lejos de la
realidad. Aquello era un hervidero de pasillos, comida, gente, anuncios por
megafonía, ofertas y productos raros. Echamos un vistazo rápido, compramos
cuatro cosas para hacer algo de cena, buscamos algo que íbamos a echar de
menos, como embutido, pero NADA DE NADA. Así que salimos de allí, con la cabeza
como un bombo de los anuncios, cansados de patear todo el santo día y todavía
superando el shock cultural.
Al llegar a la residencia, yo me
encontraba hecho trizas, pero realmente satisfecho, porque empezaba a
encontrarme algo más adaptado, a entender un poco cómo funcionaba la ciudad (a
los chinos ni los entendía, ni los entiendo, ni los entenderé) y eso me hacía
sentir un poco más tranquilo y más relajado que el día anterior, teniendo en
cuenta que no hacía ni 48 horas que habíamos llegado.
Cerramos el día echando unas risas y
jugando al UNO por puntos (los 20
yuanes mejor invertidos desde que estamos aquí). Los puntos se repartían así:
1.
10 puntos
2.
8 puntos
3.
5 puntos
4.
3 puntos
5.
1 punto
Hubo una lucha feroz: cambio de mesa
a sofá, muchas risas, muchos robar cartas (Laura tuvo el récord con 22 cartas:
MOMENTAZO), muchos insultos, pero al final el resultado fue el siguiente:
Mark
|
Ari
|
Laura
|
Meri
|
Judit
|
101
|
81
|
71
|
69
|
67
|
Yo fui el vencedor, con 101 puntos,
después vino Ari con 81, tercera quedó Laura con 71 (remontando después de ir
última durante 15 rondas más o menos), cuarta quedó Meri con 69, y última,
Judit con 67.
Continuará…
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