Y llegamos a la última entrada. Los últimos dos
días. Bueno, el último día fue muy breve, porque solo consistía en coger el
avión y esperar a que las horas pasaran volando (literalmente) y aterrizar en
España, pero pasaron cosas hasta el último momento. Y aquí estoy yo para
contároslo.
DÍA 15 — DOMINGO 14 DE JULIO DE 2013. TIANJIN Y PEKÍN (天津-北京)
Como dije, aquella fue la última noche en Tianjin y
me fui a dormir con una mezcla de sentimientos: alegría y nostalgia. En parte,
después de tanto tiempo era algo normal y volver a casa me hacía mucha ilusión,
pero a la vez sabes que vas a echar mucho de menos miles de cosas.
El día que habíamos planeado prometía fácil.
Yo tenía que ir a hacer unas pequeñas gestiones e ir a cortarme el pelo;
después de eso, recoger todo el equipaje y todas las maletas, comprar recuerdos
en un lugar de Tianjin, comer, tomar un bus hacia el aeropuerto de Pekín, pasar
la tarde/noche en un hotel al lado del aeropuerto y de madrugada ir hacia el
aeropuerto a coger el avión. Ese era el plan. Fácil, ¿verdad? Pues la realidad
fue totalmente distinta, ya que las cosas empezaron a torcerse poco a poco y al
final acabamos pasándolas putas, pero
bien putas.
Pero no voy a adelantar acontecimientos y vamos por
el principio. Me levanté a eso de las 9 y aproveché, como ya he dicho, para ir
a cortarme el pelo. Mi madre, que tenía curiosidad por ver las
peluquerías, quiso acompañarme. Mala elección, porque no le iba a gustar lo que
iba a ver, pero bueno, ella así lo quiso.
Llegamos justo cuando estaban abriendo. Y
despertándose también, porque los peluqueros dormían en cartones en el suelo.
Las toallas estaban todas tiradas por el suelo, había mechones cortados por el
suelo y el local olía a orina de gato. Mi madre en este punto ya puso una cara
de repugnancia y desconfianza y no se le cambió hasta que salimos veinte
minutos más tarde. Mientras el peluquero me iba cortando el pelo (que por
cierto, llevaba el pelo despeinado de recién levantado y tenía los ojos medio
abiertos), mi madre se iba asomando para ver lo que hacían con mi cabeza. Yo la
veía como se iba asomando por el espejo y cómo miraba al chino con las tijeras
en la mano. Todo iba bien hasta que hubo un momento que me dijo: Marc, ¿no te está cortando mucho?
No era para tanto, y no era la primera vez que iba allí así que yo estaba
tranquilo, pero por si acaso le dije al peluquero que ya podía parar cuando
quisiera. Salimos de allí, pagué 10 yuanes, que es lo que me costó cortarme el
pelo, fuimos a comprar algo para desayunar al supermercado y de vuelta a la
habitación.
El siguiente paso era recoger todas las maletas.
Durante el viaje nos llevamos las justas, pero cada uno de nosotros llevaba una
maleta grande en la que te permitían cargar 23 kilos y la de mano, que tenía
que pesar 10. Así que llevábamos 8 bultos, más las mochilas o bolsos. A mí me
vino de perlas que viniera mi familia a verme, porque tenía ropa, libros y
cosas que me quería traer para España y en mi maleta no me iban a caber, por lo
que se trataba de ir repartiendo mis cosas y compensar el peso. Además, dejamos
algo de espacio libre, porque teníamos que ir a comprar cosas de recuerdo e
íbamos a necesitar espacio más tarde
Por otro lado estaban Ari y Judit, con las que
habíamos quedado para ir juntos hacia la estación de buses de Tianjin que va al
aeropuerto de Pekín, para poder repartirnos con los taxis. Ellas tenían un
problema de espacio y kilos muy grave, así que las tuve que dejar en mitad de
una seria crisis de me paso 10 kilos de
lo permitido.
Nuestra siguiente parada era ir a comprar los
recuerdos. Tomamos el autobús en la puerta de la universidad y fuimos hacia una
zona en Tianjin con tiendas tradicionales y un montón de paraditas donde comprar
de todo. Se llama Gu Wen Hua Jie (古文化街). No lo habíamos visitado, así que también iba a estar
bien para echar un vistazo.
El problema que tuvimos aquí es que se nos fue el
tiempo de las manos y pasamos demasiado tiempo dando vueltas y comprando.
Después de hacer todas las compras y de varios regateos (algunos con éxito,
otros un fracaso), fuimos a un mercado gigante que hay justo al lado a
ver si encontrábamos una cosa que nos faltaba, pero fue un desastre, porque
había tantas paradas y tanta gente, que no hubo manera.
A todo esto me sonó el teléfono. Era Judit, que
quería decirme que una china que les hacía clases particulares les había dicho
que su novio las llevaba en coche hasta la estación de autobuses y que tenía
que ser ahora. A nosotros todavía nos faltaba volver y comer. Tenían reserva en
el mismo hotel, así que nos íbamos a ver de todas formas, pero le dije que me
estaban dejando tirando porque habíamos quedado en ir todos juntos por la
tarde, pero bueno, al final decidieron ir en coche. Entonces no tuve más
remedio que cambiar la ruta, porque no podíamos ir en taxi hasta la estación de
buses con tantos bultos. Pensé en hacer el trayecto que hicimos el
primer día, pero a la inversa. Coger el autobús en la universidad, ir a la
estación, coger el tren bala hasta la estación del sur de Pekín y luego, coger
el autobús hasta el aeropuerto. Tampoco
parecía tan difícil, ¿no?
Volvimos a la universidad y fuimos a una calle
cercana, que nosotros llamábamos la
calle de las gallinas, porque había siempre 3 gallinas merodeando por
allí como Pedro por su casa. En dicha calle hay un restaurante diminuto y algo
sucio, pero que se come de lujo. Pedimos sobre todo jiaozi (饺子), que son como unos raviolis rellenos de todo tipo de ingredientes, y un
par de platos de fideos y arroz frito. Todo barato y encima muy bueno. Y tras
comer, a comprar cuatro viandas para la noche en el hotel, volver a la
residencia, repartir las compras entre las maletas y empezar a cargar bultos a
la espalda.
Antes de salir de la universidad, me despedí de
unos japoneses que estaban allí y de la residencia (simbólicamente, por
supuesto). Lo que sentía por dentro cuando bajaba las escaleras por última vez
solo se puede describir con una palabra: PENA.
Aquella vez sí que íbamos cargados, cada uno con
dos bultos y sus mochilas. Llegamos a la parada de autobús y todo el mundo nos
miraba, pero esta vez con motivo. Le tuve que pedir al del autobús que no cerrara
la puerta de atrás, que mi familia iba cargada de maletas. Llegamos a la
estación y ¡Oh, empieza el drama!
No había tren bala a Pekín hasta las 19:55 y eran
las 17:00. Me extrañó muchísimo, porque salen 4 por hora, pero por lo visto
había un colapso tremendo. La desesperación me llevó a preguntarle a la
taquillera si había billetes sin asiento, pero me dijo que tampoco quedaban,
estaban todos vendidos. ¿Qué comportaba este retraso de 3 horas en la estación
de Tianjin? Os lo resumo ahora mismo:
·
La primera y más obvia, que teníamos
que esperar tres horas en la estación a que pasara el tren y no nos hacía ni puñetera
gracia.
·
La segunda, tampoco teníamos tiempo de
volver a la universidad y pedirle a los japoneses que nos acompañaran en taxi
hasta la estación de autobuses porque el último salía a las 18:00 y nos iba a
ir justo y tampoco era cuestión de arriesgar.
·
La tercera, que el último autobús que
salía de la estación de tren del sur de Pekín hasta el aeropuerto pasaba a las
20:15, por lo que no íbamos a llegar a tiempo.
·
La cuarta, y siguiendo con el tercer
punto, no íbamos a tener más remedio que ir al aeropuerto en metro, cosa que
suponía tener que cargar maletas arriba y abajo, en algunos tramos sin
escaleras mecánicas.
·
La quinta, que el último metro que
conectaba con el aeropuerto pasaba a la 21:00 y nos iba a ir justo, por lo que
íbamos a tener que cargar con todos los bultos y encima ir rápido, porque no
nos podíamos permitir perder tiempo. En caso de perder ese metro, tendríamos
que tomar un taxi hasta al aeropuerto, con el alto coste que podía suponer eso.
·
Y por último que íbamos a llegar
tardísimo a Pekín e íbamos a descansar 0 y por supuesto, casi íbamos a pagar
hotel para nada.
Había que ser optimista, sea como sea, dentro de la
desgracia. De todas estas cosas que tuve que organizar en segundos en mi mente,
lo que más me preocupaba eran el cuarto y el quinto punto, porque si cuando mi
familia llegó dos semanas antes ya decidimos esperarnos en el aeropuerto fue
básicamente para evitarnos tener que ir cargados como mulas por el metro de
Pekín. Y esta vez era aún peor, porque llevábamos mis dos maletas.
Lo que más me consolaba es que llegar a Pekín, y en
definitiva al aeropuerto, íbamos a llegar, no sé en qué condiciones por eso, ni
a qué hora, pero el vuelo, que al fin y al cabo era lo primordial, no lo íbamos
a perder.
|
Es ligero equipaje, para tan largo viaje... |
Decidimos matar el tiempo de espera como pudimos.
Nos atrincheramos en un lateral de la estación, que por cierto, estaba a
reventar de gente, y mi madre y yo decidimos dar una vuelta por las tiendas de
alrededor para echar un vistazo y para ver si encontrábamos un sombrero típico.
Cabe destacar que no tuvimos éxito. ¡Llevábamos
un día, que pa’ qué!
Fueron pasando los minutos y al final, llegó la
hora de pasar los controles e ir hacia el andén. Salió el tren a su hora y treinta
minutos más tarde llegamos a Pekín. Yo ya había avisado a mi madre, a mi
hermano y a mi cuñada que tocaba ir con un cohete en el culo. Y empezó la
tómbola de metros cargados de maletas. Teníamos que hacer dos transbordos:
de línea 4 a
la 2, y de la 2 a
la línea gris, que es la del aeropuerto. Si cuando no llevas maletas ya te
cagas en todo porque no hay escaleras mecánicas y los transbordos son
kilométricos, cuando llevas tanto peso, ya te cagas en todos los muertos de los
que diseñaron y construyeron las estaciones de metro.
El reloj marcaba las 20:50 cuando llegamos corriendo a la línea del aeropuerto. Cuando llegamos
teníamos que pagar un suplemento de 25
yuanes por persona para acceder el aeropuerto. Yo fui corriendo a pagar y
la mujer de la taquilla me comentó, daos
prisa que el tren pasa ahora y es el último. Pasamos los tornos, los cuatro
con la lengua fuera y ante nosotros había una ristra de unas 30 escalones, no mecánicos
(por qué ponerlos, ¿verdad?), y entramos en el maldito tren corriendo, sudando,
jadeando y muertos. Pero sanos y salvos y con todos los bultos.
5 minutos después de entrar, cerraron las puertas y
pusimos rumbo al aeropuerto. El trayecto duró unos 20 minutos aproximadamente.
Decidimos tomar aire, descansar un poco y, por qué no, sentirnos dichosos,
porque de haber perdido ese tren, se nos habría complicado muchísimo el asunto.
A todo esto, Ari y Judit me iban llamando para
preguntarme por mi situación, a lo que yo iba actualizando la información y
diciendo ya queda menos. Las buenas
noticias eran que había un autobús gratuito a la salida del aeropuerto que nos
llevaba al hotel. Me comentaron que llamara a la recepción, pero que pasaba de
vez en cuando y me indicaron el sitio exacto para cogerlo.
Llegamos al aeropuerto y a por el autobús que nos
llevaba al hotel. Fuimos hasta el punto exacto que nos dijeron Judit y Ari,
pero allí había autobuses de mil hoteles, menos el nuestro. Llamé y me dijeron
que en breve salía uno para recogernos. Pero no venía y cada vez era más tarde
y cada vez estaba más cabreado. Llamé a los 20 minutos y la chica me dijo que
tenía que estar al caer. Pero seguían viniendo autobuses de hoteles, menos el
nuestro.
Yo ya me estaba cagando en todo. Eran las 22:00,
llevábamos más de media hora en la calle y el puto bus no venía. Volví a marcar
el número del hotel cuando, por fin lo vislumbré. ¡Como agua de mayo!
En el papel de la reserva ponía que el hotel estaba
a unos 10 minutos a pie, pero estuvimos en ese autobús 20 minutos, pero por fin
llegamos. El primer autobús que salía al aeropuerto salía las 4 de la mañana.
Solo esperaba que fuera puntual.
El tema de los aviones también iba distinto:
mi hermano, mi cuñada y mi madre volaban a las 6:45 de la mañana, por lo que el
autobús de las 4 era perfecto, y yo salía a las 11:15 con Judit y Ari, que ya
se habían ido a dormir, cuando me llamaron mientras esperábamos a que el
autobús viniera a buscarnos. Antes de que se fueran a dormir, les dije dónde
nos íbamos a encontrar para pasar la facturación juntos e intentar sentarnos
todos juntos durante los vuelos.
Fui corriendo a la recepción. Estaba tan cansado,
cabreado y harto que no entendía nada de lo que me decía la muchacha de la
recepción. Al principio le seguía lo que iba diciendo, pero llegó un momento
que me debió de ver tan mal, que cambió al inglés, cosa que agradecí porque no
me estaba enterando de nada.
Pusimos pie en las habitaciones a las 23:00
y teníamos que coger el autobús para el aeropuerto 5 horas más tardes. Sacamos
las 4 cosas que habíamos comprado para comer, pero comimos poco porque
estábamos tan cansados y teníamos tantas ganas de volver a casa, que casi ni
probamos bocado.
Las habitaciones eran una maravilla. Las mejores
habitaciones de hotel de todo el viaje y ni pudimos disfrutarlas, ni mucho
menos descansar. Pero habíamos llegado y eso era lo importante. Respiré
aliviado y dejé ir todas las tensiones.
Nos pusimos las alarmas, aunque los de recepción
nos dijeron que nos llamarían por teléfono para despertarnos. ¿Qué hice yo
mientras mi madre dormía plácidamente? Me quedé sentado en una silla pensando.
Si la noche anterior tenía nostalgia, lo de aquella noche era pesadumbre.
La parte positiva de tanto estrés y tantos nervios con el desplazamiento hasta
el hotel es que me había ayudado a no pensar que mis horas en China llegaban a
su fin. No me podía creer que la experiencia se fuera a terminar.
Caí en la cama una hora más tarde, exhausto y con
un ojo medio abierto para no quedarme dormido.
DÍA 16 — LUNES 15 DE JULIO DE 2013. PEKÍN-ESPAÑA(北京-西班牙)
Llegó finalmente el 15 de julio de 2013.
Cuando compré los billetes en noviembre de 2012, sabía que tarde o temprano iba
a llegar ese día, pero que iba a tratar de vivir la experiencia al máximo. Y no
sé qué había pasado, pero había llegado el día. Horas es lo que me quedaban en
China y yo seguía todavía con la melancolía y la nostalgia en el cuerpo.
A las 3 y algo sonaron las alarmas de los móviles. Estaba
muerto de sueño y de cansancio y seguía algo nervioso, básicamente porque
todavía tenía la adrenalina del día anterior corriendo por las venas. Una ducha
con agua fría y a aguantar hasta el avión para poder dejar las maletas (¡por
favor!), cerrar los ojos y esperar a que pasaran volando las horas en el cielo
y aterrizar en casa.
Dejamos las habitaciones tras comprobar que no nos
dejábamos nada, entregamos las llaves en recepción y a las 4 estaba el autobús
esperándonos a nosotros y a otras personas para llevarnos al aeropuerto.
Teníamos tiempo de sobra, así que estábamos tranquilos, y como nota positiva,
se terminaron los sustos y las prisas.
Llegamos al aeropuerto 20 minutos más tarde,
metimos las maletas en carritos, fuimos a la planta de salidas, las envolvimos
todas menos las mías con plástico para que soportaran mejor el viaje y acompañé
a mi familia a las ventanillas de facturación para que hicieran todas las
gestiones pertinentes.
A pesar de que faltaba más de hora y media para que
despegara su vuelo, les dije que fueran pasando los controles, porque son
largos y hay que pasar por unos cuantos antes de llegar a las puertas de
embarque. Allí nos despedimos durante unas horas, ya que la siguiente ocasión
que nos íbamos a ver era en el aeropuerto de Barcelona a las 19:15 hora
española. ¡Buen vuelo!
En ese momento a mí me tocaba esperar un buen rato,
concretamente dos horas y media, hasta que llegaran Judit y Ari. Mi madre me
propuso no dejar la habitación y volver, pero hubiera sido un lío. Preferí
dejar las habitaciones, quedarme en el aeropuerto y esperar en el McDonald’s
tomándome un McFlurry para aliviar las penas y viendo una película con el
portátil.
A eso de las 9 llegaron Ari y Judit. Teníamos más
de dos horas para forrar mi maleta, facturar y pasar los controles hasta llegar
a la puerta de embarque. Había un problema grave: las maletas de Judit pesaban
mucho más de lo permitido. En mis maletas aún cabían algunas cosas más, así que
empecé a meter algunas de sus pertenencias. Forré la maleta para que no me la
rompieran en el viaje y fuimos a facturar.
Era lo que más ganas tenía: sacarme las maletas
de encima, porque te las facturan en Pekín y te las devuelven en Barcelona.
Después de dos semanas arrastrando bultos por China y del vodevil del día
anterior, no veía el momento de dejarlas de una vez por todas y perderlas de
vista durante unas cuantas horas.
Era la cuarta vez que facturaba y nunca había
tenido problemas, de hecho, cuando volví a China por segunda vez tras el parón
de fin de año chino, ambas maletas pesaban más de lo permitido y pasaron sin
ningún problema. Consecuentemente, nosotros pensamos que por mucho sobrepeso
que lleváramos, sobre todo Judit, podríamos pasar quilos de más sin problemas.
Pero no fue así, porque al llegar al mostrador la
chica de la compañía, que por cierto tenía un humor de perros, nos hizo pesar la
maleta de mano junto con la maleta que podíamos facturar, porque el vuelo iba
bastante lleno y tenían que controlar el peso, por lo que en total todo tenía
que pesar 33 quilos.
Yo fui el primero, mientras Ari y Judit se cagaban
en todo porque eso les rompía los esquemas. La maleta que iba a ser facturada
pesaba 22 y la de mano 11, pero al decirle que llevaba el portátil, me dijo que
no pasaba nada con la condición de que lo sacara, así que yo lo saqué de la
bolsa, me pesó 5 quilos y me dijo que ya estaba arreglado. Luego le tocó a Ari:
la maleta que iba a ser facturada le pesaba 19 quilos, pero la de mano le
pesaba casi 13. La chica ya puso mala cara. Entonces yo lo que le dije a Ari
era que sacara el portátil y unos cuantos libros que tenía justo debajo, así no
se iba a ver y le pesaría menos de 10 seguro. Lo hizo así y le peso 7, así que
ya teníamos dos terceras partes del equipo completo. Faltaba Judit, que era la
que lo tenía más complicado, porque ambas maletas le pesaban más de la cuenta:
la facturada 24 y la de mano le pesaba casi 16, por lo que le sobraban 7
quilos. La chica le dijo que o sacaba cosas o no podría subirse al avión (¡más
maja!). Y Judit dijo que sacaba el portátil y lo arreglaba, pero en realidad lo
tenía en la maleta que iba a facturar, así que no había más remedio que empezar
a sacar cosas a troche y moche: sacó ropa sucio que tenía y empezó a ponérsela
delante de todo el mundo, luego sacó más cosas y me las dio a mí, mientras
seguía histérica poniéndose más ropa usada y arrugada. Todo esto bajo la atenta
mirada de la chica del mostrador que ni se inmutaba, mientras Ari le iba
gritando para que sacar cosas y yo no sabía si reír o llorar. Tras sacar mil
cosas, las maletas llegaron a su peso y la dejaron facturar. Cuando terminamos
y nos dieron los billetes, nos fuimos a un rincón y Judit se quitó la ropa que
se había puesto y metió todo lo que había sacado otra vez en la maleta, rezando
para que no le volvieran a pedir que pesara la maleta.
A continuación empezamos el carrusel de controles:
el de billete, el de calor corporal, el de pasaportes y el escáner de rayos X. El
policía del control me hizo abrir la maleta, cosa que me extrañó porqué había
sacado el portátil y no llevaba nada. Judit me había dado un termo de Tianjin y
por lo visto querían saber si había líquidos dentro o no, pero le dije que
estaba vacío. El policía lo sacudió para comprobar que no le mentía y me lo
entregó sin necesidad de abrirlo. Cuando llego al mostrador, Judit me dice oye, ¿te ha abierto el termo? Le dije
que no y se echó a reír. Por lo visto, dentro había metido bragas y tangas que
no sabía donde meter, por lo que si el policía llega a abrir el termo, la
situación hubiera sido de película.
Y tras la espera nos montamos en el avión destino
Viena. Aunque salimos con retraso por culpa de la lluvia, llegamos a la hora y
como teníamos una escala corta, el vuelo en general se hizo “breve”, o todo lo
breve que puede ser un vuelo de tal magnitud.
Aterrizamos en Barcelona, paramos a recoger las
maletas y vimos a nuestras familias esperándonos con una pancarta que nos
habían hecho y todo. ¡Hogar, dulce hogar
y a disfrutar del jetlag!
Y con esto pongo punto y final a nuestro viaje en
familia. Un viaje, desde mi punto de vista, espectacular y con momentos
para todo, en el que disfruté muchísimo recorriendo lugares ya visitados de
China que volvieron a gustarme, descubriendo nuevos lugares que me sorprendieron
y otros que me moría de ganas de conocer, que me hicieron comprender que viajar
en China en Julio y Agosto puede transformarse en un infierno por las altas
temperaturas y que confirmaron que los chinos son muy característicos,
especiales, un poco tocapelotas pero que hacen que China, en definitiva, tenga
un no se qué que qué se yo, que me aseguran que volveré algún día para seguir
disfrutando de aventuras por el gigante asiático.
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