Una de las cosas que tenía en mente
cuando me vine a China era ir a visitar la Muralla
China. Junto con los pandas, el arroz, Tiananmen y los palillos, creo que
no hay otra cosa que represente más al gigante asiático.
Cuando estuvimos de visita por Pekín,
no tuvimos tiempo suficiente para ir a visitarla y además nos dijeron que iba a
ser un hervidero de chinos, así que cuando la Oficina de Intercambios
organizó una excursión para visitar un tramo de la muralla china que pasa por
la Provincia de Tianjin, no tardamos ni un segundo en ir a apuntarnos para ir a
echar un vistazo por allí.
El precio de la excursión ascendía a
50 yuanes (unos 6,25 euros) e
incluía el transporte en autobús de ida y vuelta, la comida en un restaurante,
una actividad de recogida de fruta y la entrada a la muralla. Las únicas
peticiones que te requerían eran que fueras puntual, que llevaras el carné de
estudiante y que compraras algo para desayunar. Por lo tanto, allí estábamos el
día 27 de octubre de 2012, a las 06.30
de la mañana en el vestíbulo de la residencia esperando. Después de los
madrugones de lunes a viernes, era un palo enorme tener que despertarse tan
pronto un sábado, pero bueno esperábamos que la aventura valiera la pena y que
pasáramos un muy buen día.
Después de contar las personas que
éramos en cada autobús, nos montamos y nos pusimos en marcha a eso de las 7 de
la mañana. No sabíamos dónde estaba exactamente la muralla, pero nos dijeron
que quedaba a unas 2 horas y meda más o menos, así que el trayecto iba a ser
largo, por lo que nos dormimos un poco. Una hora y algo más tarde de poner
rumbo abrí los ojos y empecé a ver un poco las carreteras y el paisaje que se
mostraba ante mí. La imagen no fue muy buena, pero bueno, pude contemplar un
poco lo que se puede denominar como “verdadera
China”, no lo que ves normalmente cuando estás en la universidad. A todo
esto, cuando íbamos de camino, de repente los autobuses se detuvieron en una
gasolinera, que estaba cerrada y dieron la vuelta. Fue un momento un poco
¿EING? hasta que me enteré más tarde de que los conductores se habían
equivocado e iban conduciendo en dirección contraria. ¡BRAVO CHICOS!
Una hora más tarde, volvimos a
parar, pero esta vez en mitad de una carretera de dos carriles, cada uno de un
sentido, donde a la derecha teníamos un pequeño caminito de tierra y a cada
lado unos lagos. Por culpa de la niebla, no se veía nada, así que pensé que se
habían detenido por eso, pero la verdad es que había un atasco considerable y
no se podía pasar de ninguna de las maneras.
En ese momento la gente empezó a
bajarse del autobús para estirar las piernas y para hacerse fotos. Venían un
montón de japoneses al viaje y se pusieron a hacerse fotos con todo: FOTO CON EL LAGO, FOTO CON LA PLANTA, FOTO
CON EL CAMINO, FOTO CON UNA BARQUITA VARADA, FOTO CON LA NIEBLA…. Y luego
por ahí también estaba Dimitri, mi
súper compañero de habitación, haciendo fotos imposibles con su cámara (se
trajo hasta el trípode), que sólo le faltó tirarse al suelo para tomar
instantáneas.
Al cabo de unos 30 minutos o así,
volvimos a arrancar. Esta vez pusieron una película china (malísima) que era
una mezcla cutre de los efectos de matrix con el kungfu, porque se doblaban y
se daban unas zurras que no coincidían con la realidad. Nosotros lo que hicimos
era hacer nuestra versión, porque no entendíamos ni jota de lo que decían, así
que la doblábamos como a nosotros nos parecía. Más de uno en el autobús nos
miraba con cara de “¿Qué dicen estos pirados?”. Poco después de ponernos
en marcha volvimos a pararnos. Esta vez nos dijeron que teníamos que pasar por
un peaje (¡aquí también hay peajes!) pero estaba la barrera bajada, ya
que la niebla impedía ver con claridad la carretera y no se podía pasar. En ese
momento entendimos el atasco y la tardanza. Así que nos quedamos allí detenidos
esperando a que se obrara el milagro, se abriera el cielo, saliera el sol y la
niebla se dispersara. A todo esto ya llevábamos más de 4 horas desde que
habíamos salido de la universidad y aún quedaba un buen tramo antes de llegar a
la muralla. La cosa no pintaba nada bien, la verdad… Yo en ese punto pensé que
nos íbamos de vuelta a casa sin ver la muralla ni nada de nada.
La película de chinos terminó al
fin, y después pusieron Avatar. Y entonces dieron un ultimátum, “Si acaba la
película y sigue la niebla nos volvemos”. ¡QUE
NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO! ES BROMA, POMA; TRANQUILS PERNILS, en realidad,
lo que dijeron es que si a las 11.30 no se dispersaba la niebla, pues
nos volvíamos, así que quedaban uno 45 minutos para que la situación
meteorológica mejorara miraculosamente.
Y ocurrió. A las
11.30, se dispersó la niebla, levantaron las barreras del peaje y se pusieron
en marcha los motores de los autobuses. Pasamos por el peaje y, ¡dale, mamasita con el Tacatá! carretera
y manta. Unas 2 horas después de volver a circular, llegamos a nuestra primera parada:
el aparcamiento del restaurante en el que íbamos a comer. El restaurante
estaba a unos 5 minutos del aparcamiento a pie. Era un campo de piedras con un
riachuelo que lo atravesaba.
La comida que incluía la excursión
consistía en una serie de platos de comida china (no muy allá la verdad…) y de
postre un poco de fruta (había sandía o palosanto). Había bastantes mesas y
teníamos que sentarnos donde pudiéramos. Aquello parecía TONTO EL ÚLTIMO. En cada mesa se podían sentar 9 personas. Meri, Laura
y yo nos sentamos con un par de chicas que no conocíamos y con 4 japonesas.
Si lo llego a saber no me pongo con ellas, porque a partir de ese día, a esas 4
las conocemos con el apodo de DEVORATRIX,
porque ARRASARON CON TODO. ¡Qué
manera de comer, la madre que las parió! Ya la cosa empezó con mal pie, porque
teníamos un bol grande de arroz y Meri y Laura se pusieron ellas primero y
entonces cometí el error de decir “es
igual, ya luego volverá”, ¡CUÁN
ILUSO FUI! porque entonces contemplé atónito que estaban arrasando a
velocidad de coche de Fórmula1 con las pocas cosas buenas que había en la mesa.
Y entonces empezó a girar el bol de arroz en sentido contrario al mío. Pues
bien, cuando llegó a otra chica que tenía a mí lado no quedaba N-A-D-A. Esas 4 devoradoras del demonio
se habían llenado sus respectivos boles de arroz hasta los topes y los demás ¡ajo y agua! Su siguiente paso fue
seguir cogiendo comida con los palillos de todos los platos como si se fuera a
acabar el mundo en 20 minutos. Yo estaba alucinando. ¡Encima maleducadas! Y ya el colmo fue cuando trajeron otro bol de
arroz lleno y la JEFA DEVORATRIX
salta y dice “¡Aquí, aquí!” Y yo me puse en pie y dije “NO, NO, NO, NO, QUE YA
TIENES” y encima me miró mal, la muy perra, con su bol lleno de arroz y se
quería echar más. Efectivamente, dejó el bol pero siguió comiendo. ¡Desde
aquí te echo un mal de ojo por AVARICIOSA! En fin, el resto de la comida
pues intentamos comer lo que sobraba porque LAS DEVORATRIX, plato que llegaba,
plato que metían los palillos hasta dejarlo casi vacío. Comer, comimos poco,
primero por las DEVORATRIX, y segundo
porque platos que estuvieran buenos, había más bien pocos, pero bueno, por
suerte pudimos comer más sandía, que estaba bastante buena, y llenamos un poco
el buche.
Al salir del restaurante ya nuestra
siguiente parada, era por fin, la muralla. Pero antes, no puedo pasar por alto
varios de los momentos más destacados de la visita. Algunos están más
incrustados en mi memoria que las propias piedras de la muralla, que como
comprobaréis un poco más adelante, es decir mucho.
¿Os acordáis que en uno de los
párrafos anteriores os he comentado que en el aparcamiento había un riachuelo?
Pues bien, quedaos en ese lugar conmigo. No os voy a defraudar. En ese punto
estábamos casi todos los asistentes de la excursión esperando a que abrieran
las puertas de los autobuses, bueno, las japonesas se estaban haciendo fotos
con las piedras, fotos con las plantas, fotos con el puentecito que cruza el
riachuelo, foto con el riachuelo, foto con el autobús y foto con unas ocas que
estaban nadando por el riachuelo. Por si alguno no lo sabéis las ocas son muy hijas-de-su-puta-madre,
así que hay que ir con cuidado con ellas, porque son muy traicioneras. Aparte
de que Meri salió corriendo en cuanto las vio, debido a su fobia hacia todo lo
que se incluya dentro de la categoría “ave o pajarraco”, muchos insensatos se
dedicaron a tirarle comida, a hacerles fotos y otras cosas a las ocas, que iban
haciendo sus grititos mientras los otros se reían, hasta que pasó lo que tuvo
que pasar: una de las ocas se cabreó de tal manera, que salió del agua y se
puso a dar mordiscos y a aletear. Todo el mundo corriendo como alma que lleva
el diablo. Yo que estaba viendo la escena desde lejos sólo pensaba en darles
unas buenas collejas a todos, pero como a varios de ellos la oca les dio un par
de mordiscos, ya me di por satisfecho. Cuando las ocas se alejaron, dejé a las
japonesas todavía haciéndose fotos con alguna cosa, y me acerqué al río. Allí
había un padre con su hijo, en la orilla del río. Así, de buenas
a primeras, parece una imagen preciosa, pero nada más lejos de la realidad: el
padre se estaba dedicando a limpiar con el agua del río las espinas de unos pescados
que tenía en una bolsa y cuando terminó, se puso a lavar intestinos de cabra,
mientras su hijo, con una navaja, se dedicaba a pelar la calavera de una cabra
muerta, cuyos intestinos estaba limpiando su padre, DE UNA PUTA CABRA MUERTA. El niño tendría unos 6 o 7 años y estaba
allí rascando con la navaja la calavera arrancada… Ya casi no me pareció nada
extraño cuando vi a otro hombre unos metros más para allá lavando su ropa en
el río, con esa agua que llevaba la sangre de los intestinos. No sé cuál de
las 3 imágenes es peor, pero decidid vosotros mismos. Yo aún estoy en shock con
el recuerdo de ese niño con la navaja, ¡PUAJ!
Una vez todos estuvimos montados en
el autobús de nuevo, pusimos dirección a la muralla. Llegamos 20 minutos
después, al aparcamiento. Una vez entramos todos en el recinto, la misión
era clara: llegar a la zona más alta.
¿El tiempo? 1 hora y media
para completar la tarea. Después de hacernos una foto de grupo en la entrada de
la muralla, nos pusimos en marcha. En este punto quiero copiaros una frase
archiconocida, pronunciada por el señor Mao ZheDong, que es vox populi y que tenéis que saber por si
algún día os decidís a perderos y venís a parar a China:
不到长城非好汉
“Si no recorres la Gran Muralla no eres un verdadero Han”
Bien, no sé en qué estaba pensando
el señor Mao en ese momento, pero tengo que arrodillarme ante tal EVIDENCIA y DARLE TODA LA RAZÓN. Escribiendo esto, aún puedo sentir el sudor
cayendo de la frente mientras subía, primero las cuestas, y después las
escaleras; la flaqueza en las piernas, la falta de oxígeno por momentos, o el
dolor de brazo de estirar de la barandilla en la escalinata empinada del final.
No sé qué fue peor, si las cuestas,
las escaleritas cortas, los escalones a la altura de la rodilla o la escalinata
final de no-sé-cuántos-escalones que no tenía fin. Yo sólo os puedo contar que
no paraba de subir y subir, y aquello no tenía fin. Me cagué un millón de veces
en el chino que se le ocurrió construirla, en todas las dinastías, en todos los
emperadores y hasta en el arroz tres delicias.
Suena exagerado, pero os aseguro que
pocas cosas han sido tan gratificantes en mi vida como llegar hasta arriba del
todo. La verdad es que el premio no era muy bonito que digamos, porque el suelo
estaba lleno de basura y las vistas aunque estaban bien, no eran tan
espectaculares como esperaba, pero bueno, es una gran experiencia que nos
llevamos. Como dijo Meri cuando llegó jadeando como si fuera su último aliento
“¿¡y para ver basura he subido hasta aquí
arriba!?”. Sin embargo, el hecho de llegar hasta arriba del todo, ya fue un
gran premio y una gran recompensa, yo mismo me lo iba repitiendo para mis
adentros, “como que me llamo Marcos
Rodríguez Vázquez que yo llego hasta arriba de todo, ¡vamos!”.
La bajado fue un poco más “light”,
pero no tanto como parece, porque los escalones eran altísimos y algunos había
que ir con cuidado porque parecían sentencias de muerte, un mal paso y ¡PATAPAM! Piñazo que te llevas. No os
preocupéis, sobrevivimos sin sufrir ni caídas ni rasguños. Buenísimo el vídeo
que grabamos Meri y yo ya en la última escalera, yo gritando “puta escalera” a lo Estela Reynolds y
ella arrastrándose de pies y manos para llegar arriba.
Al llegar de nuevo al autobús, recogimos una bolsa de fruta que nos
regalaron y nos pusimos en marcha de vuelta a la universidad. En aquel momento,
estaba muerto de cansancio, de sueño y de hambre, pero la excursión había sido brutalmente genial. Un día para
recordar. Pero os lo digo, me lo pensaré dos veces antes de volver a poner un
pie en la muralla china.