miércoles, 23 de enero de 2013

Visitando la muralla china


Una de las cosas que tenía en mente cuando me vine a China era ir a visitar la Muralla China. Junto con los pandas, el arroz, Tiananmen y los palillos, creo que no hay otra cosa que represente más al gigante asiático.

Cuando estuvimos de visita por Pekín, no tuvimos tiempo suficiente para ir a visitarla y además nos dijeron que iba a ser un hervidero de chinos, así que cuando la Oficina de Intercambios organizó una excursión para visitar un tramo de la muralla china que pasa por la Provincia de Tianjin, no tardamos ni un segundo en ir a apuntarnos para ir a echar un vistazo por allí.

El precio de la excursión ascendía a 50 yuanes (unos 6,25 euros) e incluía el transporte en autobús de ida y vuelta, la comida en un restaurante, una actividad de recogida de fruta y la entrada a la muralla. Las únicas peticiones que te requerían eran que fueras puntual, que llevaras el carné de estudiante y que compraras algo para desayunar. Por lo tanto, allí estábamos el día 27 de octubre de 2012, a las 06.30 de la mañana en el vestíbulo de la residencia esperando. Después de los madrugones de lunes a viernes, era un palo enorme tener que despertarse tan pronto un sábado, pero bueno esperábamos que la aventura valiera la pena y que pasáramos un muy buen día.

Después de contar las personas que éramos en cada autobús, nos montamos y nos pusimos en marcha a eso de las 7 de la mañana. No sabíamos dónde estaba exactamente la muralla, pero nos dijeron que quedaba a unas 2 horas y meda más o menos, así que el trayecto iba a ser largo, por lo que nos dormimos un poco. Una hora y algo más tarde de poner rumbo abrí los ojos y empecé a ver un poco las carreteras y el paisaje que se mostraba ante mí. La imagen no fue muy buena, pero bueno, pude contemplar un poco lo que se puede denominar como “verdadera China”, no lo que ves normalmente cuando estás en la universidad. A todo esto, cuando íbamos de camino, de repente los autobuses se detuvieron en una gasolinera, que estaba cerrada y dieron la vuelta. Fue un momento un poco ¿EING? hasta que me enteré más tarde de que los conductores se habían equivocado e iban conduciendo en dirección contraria. ¡BRAVO CHICOS!

Una hora más tarde, volvimos a parar, pero esta vez en mitad de una carretera de dos carriles, cada uno de un sentido, donde a la derecha teníamos un pequeño caminito de tierra y a cada lado unos lagos. Por culpa de la niebla, no se veía nada, así que pensé que se habían detenido por eso, pero la verdad es que había un atasco considerable y no se podía pasar de ninguna de las maneras.

En ese momento la gente empezó a bajarse del autobús para estirar las piernas y para hacerse fotos. Venían un montón de japoneses al viaje y se pusieron a hacerse fotos con todo: FOTO CON EL LAGO, FOTO CON LA PLANTA, FOTO CON EL CAMINO, FOTO CON UNA BARQUITA VARADA, FOTO CON LA NIEBLA…. Y luego por ahí también estaba Dimitri, mi súper compañero de habitación, haciendo fotos imposibles con su cámara (se trajo hasta el trípode), que sólo le faltó tirarse al suelo para tomar instantáneas.

Al cabo de unos 30 minutos o así, volvimos a arrancar. Esta vez pusieron una película china (malísima) que era una mezcla cutre de los efectos de matrix con el kungfu, porque se doblaban y se daban unas zurras que no coincidían con la realidad. Nosotros lo que hicimos era hacer nuestra versión, porque no entendíamos ni jota de lo que decían, así que la doblábamos como a nosotros nos parecía. Más de uno en el autobús nos miraba con cara de “¿Qué dicen estos pirados?”. Poco después de ponernos en marcha volvimos a pararnos. Esta vez nos dijeron que teníamos que pasar por un peaje (¡aquí también hay peajes!) pero estaba la barrera bajada, ya que la niebla impedía ver con claridad la carretera y no se podía pasar. En ese momento entendimos el atasco y la tardanza. Así que nos quedamos allí detenidos esperando a que se obrara el milagro, se abriera el cielo, saliera el sol y la niebla se dispersara. A todo esto ya llevábamos más de 4 horas desde que habíamos salido de la universidad y aún quedaba un buen tramo antes de llegar a la muralla. La cosa no pintaba nada bien, la verdad… Yo en ese punto pensé que nos íbamos de vuelta a casa sin ver la muralla ni nada de nada.

La película de chinos terminó al fin, y después pusieron Avatar. Y entonces dieron un ultimátum, “Si acaba la película y sigue la niebla nos volvemos”. ¡QUE NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO! ES BROMA, POMA; TRANQUILS PERNILS, en realidad, lo que dijeron es que si a las 11.30 no se dispersaba la niebla, pues nos volvíamos, así que quedaban uno 45 minutos para que la situación meteorológica mejorara miraculosamente.

Y ocurrió. A las 11.30, se dispersó la niebla, levantaron las barreras del peaje y se pusieron en marcha los motores de los autobuses. Pasamos por el peaje y, ¡dale, mamasita con el Tacatá! carretera y manta. Unas 2 horas después de volver a circular, llegamos a nuestra primera parada: el aparcamiento del restaurante en el que íbamos a comer. El restaurante estaba a unos 5 minutos del aparcamiento a pie. Era un campo de piedras con un riachuelo que lo atravesaba.

La comida que incluía la excursión consistía en una serie de platos de comida china (no muy allá la verdad…) y de postre un poco de fruta (había sandía o palosanto). Había bastantes mesas y teníamos que sentarnos donde pudiéramos. Aquello parecía TONTO EL ÚLTIMO. En cada mesa se podían sentar 9 personas. Meri, Laura y yo nos sentamos con un par de chicas que no conocíamos y con 4 japonesas. Si lo llego a saber no me pongo con ellas, porque a partir de ese día, a esas 4 las conocemos con el apodo de DEVORATRIX, porque ARRASARON CON TODO. ¡Qué manera de comer, la madre que las parió! Ya la cosa empezó con mal pie, porque teníamos un bol grande de arroz y Meri y Laura se pusieron ellas primero y entonces cometí el error de decir “es igual, ya luego volverá”, ¡CUÁN ILUSO FUI! porque entonces contemplé atónito que estaban arrasando a velocidad de coche de Fórmula1 con las pocas cosas buenas que había en la mesa. Y entonces empezó a girar el bol de arroz en sentido contrario al mío. Pues bien, cuando llegó a otra chica que tenía a mí lado no quedaba N-A-D-A. Esas 4 devoradoras del demonio se habían llenado sus respectivos boles de arroz hasta los topes y los demás ¡ajo y agua! Su siguiente paso fue seguir cogiendo comida con los palillos de todos los platos como si se fuera a acabar el mundo en 20 minutos. Yo estaba alucinando. ¡Encima maleducadas! Y ya el colmo fue cuando trajeron otro bol de arroz lleno y la JEFA DEVORATRIX salta y dice “¡Aquí, aquí!” Y yo me puse en pie y dije “NO, NO, NO, NO, QUE YA TIENES” y encima me miró mal, la muy perra, con su bol lleno de arroz y se quería echar más. Efectivamente, dejó el bol pero siguió comiendo. ¡Desde aquí te echo un mal de ojo por AVARICIOSA! En fin, el resto de la comida pues intentamos comer lo que sobraba porque LAS DEVORATRIX, plato que llegaba, plato que metían los palillos hasta dejarlo casi vacío. Comer, comimos poco, primero por las DEVORATRIX,  y segundo porque platos que estuvieran buenos, había más bien pocos, pero bueno, por suerte pudimos comer más sandía, que estaba bastante buena, y llenamos un poco el buche.   

Al salir del restaurante ya nuestra siguiente parada, era por fin, la muralla. Pero antes, no puedo pasar por alto varios de los momentos más destacados de la visita. Algunos están más incrustados en mi memoria que las propias piedras de la muralla, que como comprobaréis un poco más adelante, es decir mucho.

¿Os acordáis que en uno de los párrafos anteriores os he comentado que en el aparcamiento había un riachuelo? Pues bien, quedaos en ese lugar conmigo. No os voy a defraudar. En ese punto estábamos casi todos los asistentes de la excursión esperando a que abrieran las puertas de los autobuses, bueno, las japonesas se estaban haciendo fotos con las piedras, fotos con las plantas, fotos con el puentecito que cruza el riachuelo, foto con el riachuelo, foto con el autobús y foto con unas ocas que estaban nadando por el riachuelo. Por si alguno no lo sabéis las ocas son muy hijas-de-su-puta-madre, así que hay que ir con cuidado con ellas, porque son muy traicioneras. Aparte de que Meri salió corriendo en cuanto las vio, debido a su fobia hacia todo lo que se incluya dentro de la categoría “ave o pajarraco”, muchos insensatos se dedicaron a tirarle comida, a hacerles fotos y otras cosas a las ocas, que iban haciendo sus grititos mientras los otros se reían, hasta que pasó lo que tuvo que pasar: una de las ocas se cabreó de tal manera, que salió del agua y se puso a dar mordiscos y a aletear. Todo el mundo corriendo como alma que lleva el diablo. Yo que estaba viendo la escena desde lejos sólo pensaba en darles unas buenas collejas a todos, pero como a varios de ellos la oca les dio un par de mordiscos, ya me di por satisfecho. Cuando las ocas se alejaron, dejé a las japonesas todavía haciéndose fotos con alguna cosa, y me acerqué al río. Allí había un padre con su hijo, en la orilla del río. Así, de buenas a primeras, parece una imagen preciosa, pero nada más lejos de la realidad: el padre se estaba dedicando a limpiar con el agua del río las espinas de unos pescados que tenía en una bolsa y cuando terminó, se puso a lavar intestinos de cabra, mientras su hijo, con una navaja, se dedicaba a pelar la calavera de una cabra muerta, cuyos intestinos estaba limpiando su padre, DE UNA PUTA CABRA MUERTA. El niño tendría unos 6 o 7 años y estaba allí rascando con la navaja la calavera arrancada… Ya casi no me pareció nada extraño cuando vi a otro hombre unos metros más para allá lavando su ropa en el río, con esa agua que llevaba la sangre de los intestinos. No sé cuál de las 3 imágenes es peor, pero decidid vosotros mismos. Yo aún estoy en shock con el recuerdo de ese niño con la navaja, ¡PUAJ!

Una vez todos estuvimos montados en el autobús de nuevo, pusimos dirección a la muralla. Llegamos 20 minutos después, al aparcamiento. Una vez entramos todos en el recinto, la misión era clara: llegar a la zona más alta. ¿El tiempo? 1 hora y media para completar la tarea. Después de hacernos una foto de grupo en la entrada de la muralla, nos pusimos en marcha. En este punto quiero copiaros una frase archiconocida, pronunciada por el señor Mao ZheDong, que es vox populi y que tenéis que saber por si algún día os decidís a perderos y venís a parar a China:

不到长城非好汉

“Si no recorres la Gran Muralla no eres un verdadero Han”

Bien, no sé en qué estaba pensando el señor Mao en ese momento, pero tengo que arrodillarme ante tal EVIDENCIA y DARLE TODA LA RAZÓN. Escribiendo esto, aún puedo sentir el sudor cayendo de la frente mientras subía, primero las cuestas, y después las escaleras; la flaqueza en las piernas, la falta de oxígeno por momentos, o el dolor de brazo de estirar de la barandilla en la escalinata empinada del final.

No sé qué fue peor, si las cuestas, las escaleritas cortas, los escalones a la altura de la rodilla o la escalinata final de no-sé-cuántos-escalones que no tenía fin. Yo sólo os puedo contar que no paraba de subir y subir, y aquello no tenía fin. Me cagué un millón de veces en el chino que se le ocurrió construirla, en todas las dinastías, en todos los emperadores y hasta en el arroz tres delicias.

Suena exagerado, pero os aseguro que pocas cosas han sido tan gratificantes en mi vida como llegar hasta arriba del todo. La verdad es que el premio no era muy bonito que digamos, porque el suelo estaba lleno de basura y las vistas aunque estaban bien, no eran tan espectaculares como esperaba, pero bueno, es una gran experiencia que nos llevamos. Como dijo Meri cuando llegó jadeando como si fuera su último aliento “¿¡y para ver basura he subido hasta aquí arriba!?”. Sin embargo, el hecho de llegar hasta arriba del todo, ya fue un gran premio y una gran recompensa, yo mismo me lo iba repitiendo para mis adentros, “como que me llamo Marcos Rodríguez Vázquez que yo llego hasta arriba de todo, ¡vamos!”.

La bajado fue un poco más “light”, pero no tanto como parece, porque los escalones eran altísimos y algunos había que ir con cuidado porque parecían sentencias de muerte, un mal paso y ¡PATAPAM! Piñazo que te llevas. No os preocupéis, sobrevivimos sin sufrir ni caídas ni rasguños. Buenísimo el vídeo que grabamos Meri y yo ya en la última escalera, yo gritando “puta escalera” a lo Estela Reynolds y ella arrastrándose de pies y manos para llegar arriba.

Al llegar de nuevo al autobús, recogimos una bolsa de fruta que nos regalaron y nos pusimos en marcha de vuelta a la universidad. En aquel momento, estaba muerto de cansancio, de sueño y de hambre, pero la excursión había sido brutalmente genial. Un día para recordar. Pero os lo digo, me lo pensaré dos veces antes de volver a poner un pie en la muralla china.   





sábado, 19 de enero de 2013

哈尔滨 - Harbin (II)


Tras el palizón del primer día en Harbin, decidimos descansar y dormir bien antes de ponernos en marcha. La hora de quedada era sobre las 11 de la mañana. Tampoco nos quedaba mucho por visitar, así que no teníamos ninguna prisa hasta que nos tocara ir a la estación a coger el tren de vuelta a Pekín.

Al levantarme a eso de las 9.30, alargué el descanso hasta las 10:15, me levanté para desayunar unas galletas y bebí un poco de agua para refrescarme y de camino a la ducha mientras Ari esperaba fuera en el pasillo (lavabo transparente, recordad).

A eso de las 11.30 recogimos todas las maletas y comprobamos que no nos dejáramos nada atrás y bajamos a recepción para devolver las llaves y dejar allí las bolsas y maletas, ya que nos las guardaban para no tener que ir cargando con ellas toda el día encima, algo que se agradecía muchísimo.

Al salir a la calle, con una temperatura de unos -22 grados, pusimos rumbo a nuestra primera parada: un lago en el centro de la ciudad. El lago quedaba en otro extremo de la calle del centro (中央大街), por lo que la solución más normal sería tomar el taxi, pero no sabéis lo contento que me puse cuando dijeron que iríamos con bus. A pesar de que tuvimos que andar un buen tramo hasta la parada, no me importó tener que caminar bajo el frío de Harbin. Lo encontré hasta agradable. Tras preguntar en la parada de bus cuál era el más apropiado para llegar, se detuvo el que teníamos que coger; el precio del billete era de 1 yuan (12 céntimos, como en España ¬_¬). El bus estaba en condiciones pésimas, por eso: el suelo estaba sucio del barro que se formaba con el agua de la nieve derretida, los cristales estaban empañados de nieve y hielo y el bus hacía sonidos trotinados cada dos por tres. Unas 6 paradas más tarde, bajamos para ir hacia el lago. No teníamos la más remota idea de dónde estábamos, ni hacia dónde había que tirar, así que empezamos a preguntar para llegar. En ese momento una mujer que vendía moniatos en plena calle nos dijo que teníamos que cruzar una calle, seguir recto y coger el metro, que nos iba a llevar directos. Seguimos sus órdenes, cruzamos la calle, seguimos recto y no vimos el metro por ninguna parte. Al preguntar a otra persona, resulta que en Harbin no hay metro. ¡Gracias por su colaboración señora! Por suerte, ese hombre nos dijo que había un bus que pasaba por esa calle, que sí que nos llevaba hasta el lago. Encontramos la parada unos metros más allá, y a los 5 minutos pasó a buscarnos dicho bus.

Esta vez el bus estaba más limpio, los cristales no estaban empañados y podíamos contemplar un poco las calles de Harbin. Sin embargo, el trayecto no iba a ser todo de color de rosa. Como no tenía asiento libre me tuve que apoyar en una barra. Justo al lado tenía sentado un hombre mayor, que no tenía otra cosa mejor que hacer que sonarse los mocos y escupir pollos del tamaño de pelotas de Ping-Pong en una papelera que tenía al lado de mis zapatillas. Le conté seis pollos, y de forma consecutiva. Terminaba uno y ya empezaba con el siguiente. PUTO ASCO.

Al bajar del autobús, teníamos el lago al otro lado de la calle, pero transitaban demasiados coches, así que teníamos que cruzar por un paso subterráneo en el que había un centro comercial de tiendas, restaurantes y establecimientos. Echamos un vistazo al lugar y salimos a la calle. En ese momento ya eran las 13:30 o así, por lo que decidimos ir a comer algo, antes de visitar el lago.

Entramos en otro centro comercial y fuimos a la 2ª planta en la que había gran cantidad de restaurantes. Eran como paradas en las que te enseñaban platos, entonces lo que tenías que hacer era lo siguiente: ir a una mesa, que era donde estaba la caja y se pagaba la comida, pagar la cantidad que valía el plato, recoger una tarjeta que te daban con la cantidad de dinero que habías puesto, ir a la parada en la que tú querías pedir comida, que te pasaran la tarjeta para descontarte el dinero, volver a la caja para devolver la tarjeta y que te devolvieran el dinero en caso de que no lo hubieras gastado todo y, finalmente, recoger el plato preparado. UNA MANERA DE COMPLICARSE LA VIDA, porque sería muchísimo más fácil si cobraran directamente en el puesto de comida, pero esto es China, es lo que hay.

Yo me pedí una especie de vasija de caldo con fideos gordos típicos de Harbin con carne de cordero y compartí con Ari un plato de jiaozi, que para los que no lo sepáis, son unos raviolis chinos muy típicos rellenos de carne. Estaba todo buenísimo, pero la calefacción del centro comercial estaba a tope, así que nos estábamos asando como pollos, por lo que empezamos a quitarnos capas de ropa, para no achicharrarnos allí dentro.
Caldo con fídeos y cordero. ¡Riquísimo!

Los 饺子 (jiaozi) acomañados de salsa.


Al terminar de comer y dejar reposar la comida, vuelta a ponerse toda la ropa de nuevo y para la calle. Salimos del centro comercial, cruzamos la calle y llegamos a una plaza con unos arcos y una escultura de color roja que simbolizaba un jarrón. Es ese momento vi que a Ari y a Takuma se les acercaban un grupo de chinos. Por lo visto, le pidieron a Takuma permiso para hacerse una foto con Ari, que les hacía ilusión. Ya ves a Ari haciéndose fotos estrechando manos con dos chinos desconocidos en mitad de una plaza de Harbin.
¡Momentazo!
Premio al “Momento Raro” de Harbin. Cuando Ari terminó de hacerse foto con los chinos dándose la mano, seguimos caminado y llegamos al lago congelado. Era E-N-O-R-M-E y estaba plagado de gente. Para dar la bienvenida al lago, había una serie de puertas hechas de hielo que representaban castillos, porque tenían los picos en forma de torres de castillo de color rojo. Descendimos las escaleras y nos “deslizamos” por el hielo del lago, con cuidado, porque un resbalón tonto o un empujón mal dado y te metes el piño de tu vida. Fuimos recorriendo la superficie congelada contemplando la muchedumbre, disfrutando del griterío de la gente y sorprendidos por la belleza del paraje. Andando, llegamos a una zona donde se podía ver el agua del río por debajo de una placa de hielo que medía 2 metros.

El lago congelado.

En ese lago se podían hacer gran cantidad de actividades: patinar, montar a caballo, montar en moto de nieve, jugar a deslizarse, hacer rodar unos trompos o peones con una cuerda, dar un paseo…

Para amenizar la tarde lo que hicimos nosotros fue participar en una que consistía en sentarse en un flotador grande y tirarse por una pendiente de hielo y deslizarse hasta que se acabara la rampa. Pagamos 30 yuanes (3,75€) por 20 minutos, pero en realidad estuvimos 30, llamadnos rebeldes si queréis. Nadie controlaba nada, así que… Disfrutamos como niños y nos tiramos tantas veces como pudimos. Tremendamente divertido, aunque terminaras con toda la cara llena de nieve, hasta en la boca.


Deslizándonos por la rampa de hielo.

Cuando se agotó el tiempo, salimos con la adrenalina por las nubes, pero harto contentos de lo que bien que lo habíamos pasado. Volvimos al centro comercial para buscar a Caterina y Fiamma, que no quisieron subirse a los flotadores, para ir al baño y para entrar un poco en calor.

Al volver a salir a Takuma y al resto de los japoneses se les pasó una idea por la cabeza: consistía en mojar un trapo en agua hirviendo, salir a la calle y agitarlo en el aire dando vueltas, como un cowboy en un rodeo con una cuerda. El resultado fue que en tan solo unos minutos, el pañuelo pasó de estar ardiendo a congelado, y cuanto más tiempo pasaba, más congelado y rígido se ponía, hasta que a la media hora, parecía un bastón que uno podía usar para apoyarse para caminar. Para que os hagáis otra idea del frio que hacía en Harbin, si te soplaban aire en el pelo, se te quedaba canoso.

Nuestra siguiente parada era otro festival de hielo que no quedaba muy lejos de allí, a tan solo unos 10 minutos a pie. Al llegar a la entrada, vimos que el precio de la entrada era desorbitado para lo que era el parque, además, todavía no habían encendido las luces, por lo que pasamos de largo, ya que no nos íbamos a gastar el dinero si no merecía la pena. Asimismo, lo que se veía desde fuera, eran una serie de estatuas de hielo parecidas a las del centro de la ciudad, por lo que tampoco había nada nuevo que ofrecer.



De vuelta a las andadas (quiero decir que nos volvimos a poner en movimiento), pusimos rumbo a la última atracción que nos quedaba por ver: la iglesia ortodoxa de Santa Sofía, de clara influencia rusa y uno de los emblemas de la ciudad y paraje que debe visitarse si uno pasa por Harbin.

No quedaba muy lejos del centro de la ciudad. Recorrimos varias calles y al final nos topamos con ella. Está construida en una enorme plaza y, al ser de noche, estaba iluminada con varias luces tenues, lo que le daba un carácter severo a la construcción. Desde fuera es realmente preciosa. No se podía entrar por reformas, pero la rodeamos para verlas desde todos los ángulos posibles, nos hicimos varias fotos de grupo y perdimos la vista entre las piedras de la iglesia. En aquella plaza nos encontramos con tres japonesas que también estudian con nosotros en Tianjin que también estaban en Harbin de visita. Yo no las conocía personalmente, pero las tengo vistas por la residencia. Y bueno, lo típico, foto aquí, foto allá, foto con uno, foto con otro, foto con la iglesia, foto con la iglesia haciendo un gesto raro con las manos… ¡JAPONESES!

La iglesia de Santa Sofía de Harbin.


Al terminar la sesión fotográfica, nos metimos en un McDonald’s que quedaba al lado para entrar en calor y descansar. Ya habíamos terminado la visita de Harbin y aún quedaban más de 3 horas para que saliera nuestro tren de vuelta a casa, así que no había ninguna necesidad de correr. Mientras Ari y yo le dábamos al vicio de la brisca, los japoneses se dedicaron, como no, a hacerse fotos posando como modelos. ¿HACE FALTA? Yo creo que no, pero bueno si ellos son felices haciendo eso, tampoco se lo voy a impedir. En ese momento me di cuenta de que tenía un problema, porque lo único que me apetecía tomar en el McDonald’s era un McFlurry, porque al igual que el día anterior, el agua que tenía en la botella que llevaba en la mochila, estaba más congelada que Walt Disney. No pedí nada, me hubiera convertido en la antítesis en persona.

Una vez salimos de allí, nos dispusimos a volver al hotel para buscar las maletas. De nuevo, tuvimos problemas para pillar un taxi. Como mínimos tardamos unos 20 minutos en encontrar uno que estuviera vacío. Al final, uno decidió llevarnos a cambio de pagarle 30 yuanes el viaje (3,75€).

El taxista loco 5 (este se lleva el pin al “taxista majo de Harbin”) conducía mal, pero era majo, así que se le perdona todo. Nos estuvo contando que como es nacido allí, para él no hace tanto frío, nos preguntó si estudiar chino era muy difícil, que cuantos años teníamos y muchas cosas más. La verdad es que después de las malas experiencias del día anterior, fue una alegría encontrarnos con una persona así de graciosa. Hizo que el día fuera completamente REDONDO.

Una vez de vuelta al hotel, recogimos nuestras maletas y nos sentamos a la espera de que llegaran los japoneses. A los 10 minutos, entraron aceleradamente por la puerta, Takuma nos dijo que fuéramos a la estación, que le habían dicho un restaurante muy rico en el que cocinaban jiaozi para ir a cenar. Al salir a la calle, vimos que los cuatro se metieron en un coche random que no tenía ninguna marca de TAXI. Por lo visto, según nos contaron más tarde, hay gente de pueblos cercanos a Harbin que son conscientes de la carencia de taxis, por lo que ofrecen sus coches para transportar a los turistas y extranjeros a un precio similar al de los taxistas. Yo no me hubiera montado en ese coche ni jarto vino, pero estos japoneses son tan felices, que les importó tres pepinos en vinagre.

Retomando lo que estaba contando antes, estábamos en plena calle buscando un taxi, pero o iban llenos o no se detenían, teniendo en cuenta que íbamos cargados, hacía frío y estaba oscuro, la opción de ir hasta la estación andando, estaba descartada. Al final se paró uno, pero al decirle que íbamos a la estación, dijo que no, arrancó y nos dejó allí, entre el frío y con la mandíbula en el suelo del estupor. Al cabo de unos 5 minutos pasó otro, este se paró y le rogamos que nos llevara a la estación, a lo que contestó: “¿y por qué no vais caminando?” ¿¡PORQUE ESTAMOS A -30 Y VAMOS CARGADOS COMO MULOS QUIZÁS?! Este taxista no entra dentro de la lista de “taxistas locos” sino en la de “taxistas gilipollas”, primer premio para él. Después de pagar 9 yuanes por el viaje (1,1€), nos refugiamos en un KFC a la espera de que nos avisaran los japoneses de su localización, porque vete a saber dónde les iba a dejar el coche que tomaron. Ari volvió a encender el MODO DRAMA QUEEN diciendo que si pedían rescate por el secuestro, ella no tenía dinero para salvarlos. A los 5 minutos nos reencontramos y nos dijeron que todo bien, excepto que Takuma se cargó la manilla de la puerta del coche y tuvo que pagar al conductor un recargo extra.

La cena en el restaurante estuve realmente bien. Un sitio agradable. La comida muy rica, el servicio genial y la cuenta no demasiada cara para la gran cantidad de comida que pedimos. La única cosa a destacar fue la bebida: te servían el agua que les sobraba después de hervir la pasta, para que te la bebieras como si fuera agua. REPUGNANTE. Di un trago y me arrepentí durante 2 minutos, lo que tardó el camarero en traer agua, ya que la mía estaba aún más congelada que antes.
Cenando 饺子 entre otras cosas.

A las 21.00 ya estábamos en la estación de Harbin para pasar los controles de equipaje y de billetes, a la espera de que se abrieran las puertas para el tren. Nuestro compartimiento era de igual tamaño, aunque tenía TV (que no sabíamos si funcionaba o no) y la cortina cubría más la ventana. Una vez se puso en marcha el tren, abrimos una lata de cerveza Harbin, y dando un brindis, nos despedimos de la ciudad de Harbin, del frío y del hielo.

Después de echar unas risas, jugar a cartas y estar de cháchara, fuimos a dormir. En mi cabeza, cuando la luz ya estaba apagada, me alegré muchísimo de haber ido a pasar unos diitas a Harbin y poder descubrir otra ciudad de China, diferente de Tianjin. Una ciudad que lo que más me sorprendió, no fue ni el hielo, ni el frío, ni las estatuas, sino el hecho de haber conseguido que algo tan negativo y fatal, como la temperatura adversa, no sea un impedimento, más bien un plus, algo que atraiga a tantos turistas y genere tal cantidad de ingresos. Sin lugar a dudas, un viaje de lo más divertido, entretenido e inolvidable.  

 
再见哈尔滨,我们爱天津。


哈尔滨 - Harbin (I)


Poco sabía de la ciudad de HARBIN cuando acepté ir a pasar unos días para visitarla una vez terminadas las clases y zanjado el semestre. Os hago una pequeña introducción made in Wikipedia para que más o menos os situéis en el mapa y tengáis un conocimiento más amplio sobre esta ciudad.

Harbin (哈尔滨), literalmente de una palabra Manchú “lugar para secar redes de pesca”, es la capital y la ciudad más grande de la Provincia de Heilongjiang (黑龙江) al noreste de China, además de ser la décima ciudad más poblada de China, lo cual representa un total de 10 millones de habitantes. Es archiconocida por su gélido invierno, de ahí que se la llame la “Ciudad del Hielo” (冰城). Como apunte final, en 2010 la UNESCO declaró Harbin la “Ciudad de la Música”.

La aventura tenía comienzo la noche del 6 de enero de 2013, la noche de reyes en España, cuando nos íbamos a trasladar en tren desde Tianjin hasta Pekín para coger otro tren hasta Harbin, así que dormíamos en el tren, y ya nos despertábamos en Harbin sobre las 7 de la mañana para aprovechar el día entero; y el viaje terminaba la noche del 8 de enero, cuando volvíamos a coger el mismo tren de vuelta a Pekín, ya el 9 de enero, hacia las 7 de la mañana, para volver, de nuevo al punto de partida, Tianjin. Eran pocos días, pero teniendo en cuenta el frío y lo que había que visitar, era más que suficiente

En el viaje íbamos a ser 8 personas: 4 japoneses, entre los que se incluían Takuma y su amigo Wataru (me costó que me lo repitieran 23 veces para acordarme, y aún así, no sé si es Wataro o Wataru) y dos japonesas que se llaman Luna y Marina; 2 italianas (Fiamma y Caterina, las recordaréis porque también fuimos juntos a Pekín), Ari y yo.

A eso de las 5 y media de la tarde partimos hacia la estación de tren con la maleta llena de ropa de abrigo, algo de comida y con muchas ganas de pasarlo bien y descubrir otro rincón de este enorme país.

Primero, el autobús, luego a comprar los billetes de tren, después coger el tren hasta Pekín y desde Pekín, coger el metro hacia otra estación que había a varias paradas, pasar el control de billetes y maletas y montarnos en el tren que nos iba a llevar hasta Harbin. El trayecto iba a ser de unas 10 horas, salíamos a las 21:00 y llegábamos a las 07:00. El compartimiento del tren no era muy grande, pero era confortable, así que cumplía su función; lo compartimos Caterina, Fiamma, Ari y yo. Takuma y Wataru compartían otro con dos chinos porque las otras dos japonesas venían en avión porque era un poco más barato, pero el palo que se llevaron al coger el taxi hasta la ciudad, ya compensó la diferencia de precio del billete de tren. Cuando se puso en marcha el tren, cenamos algo, jugamos a cartas, reímos un poco, comentamos el frío que íbamos a pasar y nos pusimos a dormir a eso de las 11. Iba a ser un día largo y muy duro, así que teníamos que descansar, y no nos equivocábamos con eso.

Dormir, dormimos poco, porque entre que la almohada era, hablando en plata, un PUTA MIERDA, la litera era OTRA PUTA MIERDA, y encima entraba luz de las estaciones por las que pasábamos, pues os podéis imaginar que no pegué mucho ojo aquella noche. Esa misma noche, tuve un susto de muerte: me desperté y de repente me di cuenta de que el dedo meñique de la mano izquierda lo tenía MUERTO, es decir, no lo notaba, lo tenía frío. Durante unos 10 segundos me cagué de miedo, pero unos segundos más tarde recuperé la sensibilidad y noté la sangre circulando. Anécdota chorra del viaje, vale, también es para rellenar más caracteres y más espacio…

A eso de las 6:15 de la mañana, vino uno de los revisores para devolvernos nuestros billetes (al llegar al tren, te cambiaban los billetes de tren por una tarjeta, cuando quedaba poco para llegar a la estación devolvías la tarjeta y te devolvían el billete). Eso era señal de que tocaba ponerse en pie y empezar a vestirse. Bien, el motivo principal por el que fuimos tan pocos días es porque en Harbin hace un frío del CARAJO, arriba ya os he dicho que la llaman la “Ciudad del Hielo”, cuando el invierno es la estación más larga del año, ya se puede deducir. Nos íbamos a enfrentar a unas temperaturas de entre -20 y -35, que con la sensación térmica se iba a traducir en algo mucho peor, por lo que había que “abrigarse” bien. Os listo a continuación mi equipación:

·        6 pares de calcetines (el primer día fueron 4 pares, pero al segundo día, después de perder la sensibilidad en mis deditos de los pies varias veces, decidí ponérmelos todos)

·        Bambas Vans (si vuelvo, prometo comprarme unos descansos)

·     Gorro de colores con el pompón de pico y con enganche alrededor del cuello

·        Dos pares de guantes (cabían los dos pares perfectamente, pero al final con un solo par, ya me bastaba)

·        Chaqueta de esquiar

·        Máscara que me prestó Laura para tapar la cara (la acabé perdiendo en un taxi al bajarme con las prisas más adelante, SORRY LAURA)

·        Bufanda que me regaló Caterina para el amigo invisible que me la enrollé al cuello y que me tapaba la cara

·    4 capas de camisetas: primero la de manga corta debajo, luego una térmica, luego una de manga larga y finalmente otra térmica

·        1 jersey de cuello alto

·        3 pantalones: uno que es una malla con forro de pelo dentro, debajo de un pantalón de chándal, debajo de un tejano.

Además de esto, algunos llevaban unas bolsitas que desprendían calor que se podían enganchar en la ropa o llevar en los bolsillos y no se notara tanto el frío.
到了!Llegada a Harbin

Una vez vestidos como el muñeco de Michelin, el tren llegó a la estación y nos bajamos del tren. Efectivamente hacía frío, pero en aquel momento no pensábamos que era para tanto. ¡CUÁN ILUSOS ERAMOS EN AQUEL MOMENTO! Poco a poco, fuimos recorriendo los pasillos, hasta llegar a la salida de la estación que era un auténtico hervidero de chinos: la gente corría de aquí para allá, luego había los típicos cansinos que querían llevarte en su taxi u ofrecerte cosas… A
Estación de Harbin
quello era un auténtico CAOS. Una vez reunidos todos fuera de la estación vimos el primer efecto del frío: al respirar con la máscara puesta, el vaho subía hasta los ojos y con el frío que hacía ese vapor de aire se congelaba, con lo que teníamos HIELO en las máscaras, en las pestañas, en las cejas y hasta en los gorros. Ya vimos que el frío allí, juega en una liga completamente diferente al de Tianjin.

La primera parada era el hotel en el que nos íbamos a hospedar esa noche, porque dormir en Harbin, sólo iba a ser una única noche.


Seguimos a Takuma y a Wataru que empezaron a caminar (cabe decir que el hotel y todo el viaje lo organizaron los japoneses.


Nuestra leyenda.
Takuma me dijo que ellos se encargaban de todo y que no nos preocupáramos de nada, así que nosotros íbamos donde nos llevaban ellos) y a caminar y a caminar, y yo no entendía nada. Al final, preguntando, después de ver aceras con estalactitas de hielo y alcantarillas congeladas, llegamos al hotel. Las habitaciones eran para 2 personas y salía la noche a 168 yuanes en total, 84 yuanes por persona (10,5€). Al entrar al hotel me asusté un poco, porque tanto por dentro como la recepción eran CUTRES y se veía ROÑOSO, pero cuando entramos en las habitaciones, la verdad es que cambiamos de opinión.
El baño transparente.
Eran grandes, las camas no estaban nada mal, había tele, mini-bar, mantas… Sólo tenía una PERO (es que es muy grande): el lavabo estaba rodeado de cristal transparente, por lo que se podía ver TODO, bueno había una cortina, pero tampoco es que tapara gran cosa, así que cuando queríamos ir al lavabo o ducharnos, como compartía la habitación con Ari, decíamos: “Marc, tengo que ir al lavabo”, “Ari, me tengo que duchar”, el otro se iba al pasillo o a la habitación de otro a esperar.

Primero nos metieron en una habitación porque aún no tenían nuestras habitaciones, así que esperamos unos 30 minutos para descansar un poco y entrar en calor. Las otras dos japonesas iban a llegar sobre las 12, así que pensamos que lo mejor era ir a algún sitio a desayunar.
Aceras congeladas

Salimos de nuevo del hotel y cogimos un taxi para ir de vuelta a la estación, porque allí había gran cantidad de restaurantes pequeños para comer algo para coger fuerzas para el día.

Es digno de mención, que en Harbin coger un taxi a veces puede resultar MISIÓN IMPOSIBLE, porque o están ya cogidos o no hay suficientes. Las chicas se montaron en uno primero, y luego yo me monté con Takuma y Wataru en el otro. ¿Recordáis que dije que en Tianjin conducían mal? Pues en Harbin conducen PEOR, teniendo en cuenta que las carreteras están llenas de hielo, la velocidad que cogen, los giros que hacen y la poca distancia que dejan entre coche y coche, no solo delante o detrás, también de lado, ya desde el primer momento pensé que se iba a cumplir una de mis pesadillas que tengo aquí en China: tener un accidente yendo en taxi. Sobre todo teniendo en cuenta que el descerebrado del taxista se puso a insultar a un coche de policía y a saltarse un semáforo en rojo delante de ellos. Wataru y yo nos miramos como ¡WTFISGOINGON!

Al dejar al taxista loco 1 (que estén numerados tiene un porqué, lo descubriréis más adelante), nos reunimos todos y empezamos la búsqueda de un sitio para desayunar bajo el frío de Harbin. Takuma era el cabecilla del grupo así que iba mirando y mirando. De repente se le acerca una mujer y le dijo algo que preparaban no se qué, pero él no hizo mucho caso, así que seguimos caminando. Unos metros más adelante, se puso a leer un cartel en un restaurante pequeño y se le acerca un hombre para decirle que entre. Takuma se para y se pone a pensar. Al resto nos daba bastante igual, la verdad, donde fuera él íbamos a entrar todos. De repente, vivimos una situación bien extraña: se acerca la señora que había ignorado Takuma antes y se empieza a discutir con el hombre del restaurante a gritos, A GRITOS EN PLENA CALLE. La cosa se fue calentando hasta que ella lo empezó a empujar, mientras todos estábamos pellizcándonos porque no dábamos crédito a lo que estaba pasando. Allí los dejamos, discutiéndose mientras buscamos otro sitio. Al final, encontramos un “restaurante” (está entre comillas, porque era más una casa donde sirven comidas) y entramos. Llegados a este punto, cuando os he dicho desayunar, a lo mejor alguno se ha imaginado que nos íbamos a tomar un café, un té, leche con cereales, un bollo, JA JA JA JA JA. Nada de eso señores. No olvidéis que estamos en China e íbamos a desayunar con japoneses. ¿Qué nos pedimos? UN PLATO DE FIDEOS. A las 9.30 de la mañana, en Harbin, y desayunando fideos. MENUDA ESTAMPA. Yo me los comí pensando, ESTO ES EL COLMO DE LOS COLMOS. Lo que me faltaba para que mi padre se ría de mí durante un mes (después de decirle que un día comí una carne muy blandita que era pollo, pero no sabía pollo, me respondió que era perro, y desde ese día cada vez que le digo que como pollo me dice que no, que he comido perro), pero no había más opción que esa.
Nuestro desayuno.
Terminado el desayuno, nos volvimos a abrigar (acción que oscilaba entre los 3 y 5 minutos de duración) y nos pusimos en marcha. Takuma y Wataru tenían intención de ir a no sé qué parque en el que había unas inscripciones en japonés. Encontrar un taxi era imposible, así que pensamos en ir a la estación a buscarlo. Había tanta gente para cogerlo, que había una cola habilitada para tomar taxi (como esos tornos que hay en Port Aventura para hacer cola para montarse en las atracciones). Llevábamos más de 20 minutos esperando y el frío se estaba apoderando de nosotros, hasta el punto de que se nos quitaron las ganas de ir al parque, así que avisamos a los otros dos, y optamos por volver al hotel, descansar y esperar a las dos japonesas que llegaban sobre las 12, que era cuando íbamos a tener las 4 habitaciones disponibles.

Al llegar a la habitación, aprovechamos para hacer una mini-siesta de 20 minutos. En ese intervalo de tiempo llegaron las japonesas, por lo que cuando despertamos, nos volvimos a vestir y decidimos ir a nuestra primera parada: la calle del centro (中央大街).


Cogimos un taxi que nos salió por unos 13 yuanes (1,6€ a repartir entre cuatro personas) y nada más bajarnos ya vimos una plaza helada y una puerta con el nombre de la calle y una estatua de hielo de un niño en gesto de victoria, como diciendo ¡yeah bitches!
¡Yeah bitches!
Como los japoneses venían en otro taxi y no sabíamos dónde estábamos y la calle era larga, acordamos vernos sobre las 15:30 una vez ya comidos y todo visitado. Así que poco a poco fuimos recorriendo la calle, que nos iba poco a poco descubriendo más y más estatuas hechas de hielo representando todo tipo de cosas: peces y delfines, corazones, zapatos de navidad, corazones, unos bancos en un parque, incluso había una estatua del cantante del “Gangnam Style” con la canción de fondo (hasta la coronilla estoy ya de la cancioncilla de marras). Había también miles de establecimientos y pequeñas tiendas de productos rusos, que rompían un poco con el paisaje de letreros en chino. Llegó el momento de comer y de calentarnos (llevábamos una hora o así en la calle y el frío ya empezaba a calar) así que nos metimos en un KFC para calentarnos y para comer algo. Fue en ese momento, en el que saqué mi botella de agua de la bolsa y vi que estaba congelada. FANTÁSTICO. Un recordatorio por si no sabía que hacía frío en la calle, supongo…

Estatua de hielo de PSY

Una vez comidos y vestidos, fuimos al punto de encuentro para ponernos en marcha hacia el Festival del Hielo. Nos montamos nosotros cuatro en el taxi y de repente nos preguntó el taxista si los japoneses venían con nosotros, a lo que respondimos afirmativamente. Entonces dijo algo de comprar billetes y algo que no entendimos, así que avisamos a Takuma para que nos echara una mano. Por lo visto, el taxtista loco 2 nos quería llevar a un sitio para comprar las entradas del Festival, y que se esperaran allí porque nos iba a dejar a nosotros cuatro primero, y luego los iba a pasar a buscar él mismo. El taxista loco 2 se puso en marcha y nos empezó a meter por una serie de calles que no tenían nada de buena pinta. Después de un viaje en el que estuve a punto de echar la pota por cómo cogía las curvas ese desalmado al volante, se paró en mitad de una calle, paró el coche y nos dijo que nos bajáramos y que lo acompañáramos. Me dio un vuelco al corazón. ¿DÓNDE COÑO ESTAMOS? Y lo que es peor ¿QUÉ SE SUPONE QUE TENEMOS QUE HACER? Entramos en una pequeña tienda por la que se accedía bajando unas escaleritas. En aquel cuchitril sólo había un sofá a la derecha, una estantería con botas y ropa de abrigo a la izquierda y una mesa al fondo con dos chinos y más allá había una puerta abierta que daba a un sitio que yo personalmente no quería saber qué era ni para qué servía. Nos acercamos con miedo a la mesa y entonces nos dijeron que si queríamos comprar las entradas al festival. Les dijimos si podíamos usar el descuento de estudiantes, y una vez comprobado que nuestro carné de estudiante era válido, nos dijo que eran 170 yuanes (21,25€). En ese momento saltaron todas mis alarmas de CUIDADO, SON CHINOS Y NOS QUIEREN TIMAR (suele pasar por aquí, los chinos van a timar a los extranjeros a saco paco, un consejo por si os pasáis por aquí). Básicamente, porque habíamos visto que eran 90 yuanes en la web del Festival, no 170. Así que preguntamos por qué era mucho más. Por lo visto, 90 era si ibas al festival de día, por lo tanto sin las luces encendidas; de noche era más caro. La entrada a precio normal era de 300 yuanes (37,5€). En realidad la entrada costaba 160, pero pagando 10 yuanes más te trasladaban al Festival en autobús (queda a unos 10/15 minutos de dónde estábamos). Un poco a regañadientes, con la duda de “nos están timando” sobrevolando mi mente, pagamos.
La entrada al festival.
En ese momento el taxista loco 2 salió de la tienda en busca de los japoneses, no sin antes cobrarnos el viaje hasta donde estábamos, 30 yuanes (3,75€). En ese momento, estábamos los 4 en shock porque no teníamos ni idea de qué se suponía que teníamos que hacer. Nos sentamos en el sofá a la espera de que llegaran los otros. Hasta su llegada, la estampa era la siguiente: chinos entrando y saliendo comprando entradas (cosa que nos aliviaba porque no podían timar a tanta gente y además todos eran chinos, según mi lógica un chino no estafa a otro chino, ESO ES PECADO SEGURO), Caterina, Fiamma y yo sin palabras y Ari, con el MODO DRAMA QUEEDN ON dedicándose a decir “que qué es esto, que nos han timado, que ¡ay madre mía!, que esto es muy raro, que dónde nos hemos metido”, mientras la fulminábamos con la mirada para que se callara. Cuando llegaron los japoneses y compraron las entradas, nos metieron en el bus (que encima estaba lleno y tuve que ir de pie, como si fuera un día a clase con uno de los autobuses Casas C5 Mataró-UAB directo por autopista) y llegamos al aparcamiento del Festival. Oímos algo de que a las 8 salía al bus, así que teníamos unas tres horas y media para recorrer todo el recinto, sin congelarnos en el intento, cosa factible teniendo en cuenta que las temperaturas descendieron a los -27/-28 grados.

Para daros un poquito de background sobre el Festival del Hielo de Harbin también made in Wikipedia, empezó a celebrarse en 1963, pero debido a la Revolución Cultural, se dejó de celebrar, hasta que se retomó en 1985. Puede presumir de ser el recinto lleno de esculturas de hielo y nieve más grande del mundo (o al menos eso es lo que pone en la entrada) y cada año muestra diferentes esculturas, además de seguir una temática, como por ejemplo, películas, edificios emblemáticos del mundo o ciudades.


El recinto del festival.

El Festival es PRECIOSO. Una MARAVILLA y un GOZO para la vista y un lugar ALTAMENTE RECOMENDABLE de visitar y por el que perderse. Es como vivir en un sueño. La entrada costó un poco cara, pero vale la pena gastarse el dinero para poder contemplar semejante paisaje.
La botella de Harbin
El recinto es grande, pero tampoco es gigantesco, así que se puede visitar todo con tranquilidad e ir saboreando poco a poco lo que se muestra ante tus ojos. Edificios de hielo y nieve con luces de colores que estallan ante tus pupilas. Puede sonar muy exagerado, pero cuesta describirlo con palabras. Las fotos hablan por sí solas. Además de todos los edificios y las estatuas (me encantaron la de los Pitufos, la de Ice Age o la de la botella de cerveza Harbin), había toboganes de hielo, por los que te podías deslizar como cuando eras pequeño y jugabas con el tobogán en el parque o en el colegio. En ese lugar hay diversión para todo el mundo.
La estatua de hielo de Ice Age.

Una vez visitado gran parte del Festival, decidimos refugiarnos del frío en una de las cafeterías que había en el recinto. ¡Gracias a dios! porque hubo un momento en el que no podía sentir los dedos de mis pies, y me empecé a preocupar. Una hora más tarde, una vez ya teníamos nuestra temperatura corporal a niveles normales, y volvía a notar la sangre circulando por mis dedos, salimos de nuevo a descubrir más partes del festival.
Tocando la campana
Tocamos tres veces una campana (supongo que significa buena suerte, como todo), recorrimos castillos con el suelo de puro hielo en el que ibas resbalando, contemplamos una estatua de Buda enorme y nos empezamos a hacer fotos de grupo. Por hacerte fotos, te podías hasta fotografiar con unos perros blancos (no sé si era un perro o un lobo, pero daban lástima los pobres animalitos), o incluso te podías montar en una carroza de princesa de Disney. Después de tirarnos desde todos los toboganes helados que nos quedaban, nos dimos cuenta de que faltaban 20 minutos para las ocho así que fuimos a visitar la última parte del parque, que era una zona dedicada a los Angry Birds muy graciosa (el tirachinas estaba muy bien conseguido) y otra zona para patinar sobre hielo.

Por un módico precio podías fotografiarte con este animalito.
Salimos del Festival emocionados y encantados y fascinados, pero muertos de cansancio y de frío. Había sido un día larguísimo y no veíamos el momento de llegar al hotel, descansar, y sobre todo, quitarnos algo de ropa. Parece que no, pero agota. Sin embargo, ocurrió, lo que yo me temía y que tenía que ocurrir. El autobús no estaba por ninguna parte. Intuí que no lo íbamos a encontrar cuando no nos dijeron nada de nada al salir, ni nos dieron un papel ni nada. Resignados a nuestra suerte, fuimos para la zona de taxis para volver al hotel.

Bien, en este punto, como la mayoría de taxistas de todo el mundo, nos encontramos que nos pedían cantidades desorbitadas para llevarnos de vuelta al hotel. Se aprovechan de que eres turista, de que tienes frío, de que es tarde... Nosotros dijimos que no, obviamente, pero más de uno, si no tiene más remedio, acepta, pasa por el tubo y el taxista saca tajada. En Harbin tiene pinta que es algo recurrente, sobre todo con el Festival en marcha. Finalmente, encontramos un taxista que nos dijo que iba a usar el contador y nos cobraría por kilómetros, así que nosotros cuatro nos montamos y quedamos con los japoneses en vernos en el hotel y decidir qué hacer para cenar.

El taxista loco 3 (cabe destacar que este se lleva el “pin” al TAXISTA MÁS PIRADO DE HARBIN) empezó a llevarnos de vuelta al hotel. Por el camino iba hablando con alguien por un walkie lo que me puso de los nervios al principio, pero estaba tan derrotado que decidí no darle importancia. Cuando volvimos a entrar en la ciudad, de repente, así, por arte del birlibirloque, afloja velocidad, se para en una calle, pone la marcha atrás, aparca en batería en una calle y apaga el motor del coche, a la vez que nos dice “que esperemos un momento”. En ese momento, nos empezamos a mirar entre todos con cara de “¿QUÉCOÑOESTÁPASANDO?” Lo que nos faltaba para rematar el día, montarnos en el taxi del taxista loco 3. Fiamma le preguntó por qué había parado y él sólo respondía que esperáramos. Mi impulso en ese momento fue cerrar la puerta con el seguro, por si las moscas.  Fiamma seguía insistiendo que por qué no nos movíamos y el taxista loco 3 sólo daba esquivas. Me empecé a asustar cosa mala. Ari diciendo que nos teníamos que largar, Caterina también cagada y yo alucinando porque no me creía que me estuviera pasando eso. En ese momento, un coche negro se paró delante de nuestro taxi, se bajaron unos tipos corriendo del coche, pero pasaron de largo. En ese momento, me di cuenta de que teníamos que salir pitando de allí cuanto antes, porque tenía el corazón en un puño. Le dijimos que si no nos llevaba que nos íbamos, como no respondió, Fiamma le dio 10 yuanes y salimos de ese taxi. Anduvimos unos metros hacia adelante, esperando que pasara otro, y de repente, el taxista loco 3 arrancó, y se fue, sin que viniera nadie. No sé exactamente qué pasó ni por qué paró el motor, pero bajar de ese taxi fue la mejor decisión, sin lugar a dudas.

Pero la aventura no terminaba ahí. Aún faltaba algo. Volver al hotel. Aquí entra el taxista loco 4. Cuando se paró, le enseñé la tarjeta del hotel con la dirección y nos dice que nos subamos que nos lleva. Arranca y de repente dice, “¿está cerca esto?” ¿¿¿¿¿HOLA????? Se supone que lo tienes que saber tú, ¿no? ¡Para eso eres taxista! Por suerte, se le encendió la bombilla y dijo que sabía cómo llegar. No obstante, al taxista loco 4 aún le quedaba una cosa por discutir con nosotros: el precio del viaje. Nos suelta, “os va a costar 40 yuanes”, y le dijimos “No, 20”, “venga os lo dejo por 35” y yo, “25”, me mira, se ríe y dice “lo dejamos en 30”, hasta que salta Fiamma y dice “venga, 朋友 (amigo), 25”, hasta que aceptó resignado. Yo no podía más con mi alma y mi instinto asesino contra los taxistas estaba a niveles de contaminación en Pekín, DISPARADOS. Lo último que me faltaba era que se pusiera a preguntarme cuánto costaba la noche de hotel, para poner en duda que no podíamos pagar 40 yuanes por el viaje. Le engañé diciéndole que costaba mucho menos del precio real, rematando que somos estudiantes y que no tenemos dinero, a lo que asintió. Por suerte, cerró el pico. A los 15 minutos me dio un toque en el brazo para señalarme el hotel. Por encima de la calle de nuestro hotel había un puente, y nosotros estábamos en ese puente, pero como había escaleras para bajar a la calle, le pedimos que se detuviera y allí nos dejó el taxista loco 4. 

De vuelta al hotel, por fin en territorio seguro y con ganas de matar a todo aquel que condujera un taxi, nos reunimos con los japoneses que ya habían llegado (¡claro, a ellos no les para un taxista pirado en mitad de una calle!). Estábamos todos rematadamente cansados, pero había algo de hambre, así que Ari, Takuma y yo nos fuimos a un restaurante justo al lado de nuestro hotel (le dije a Takuma que si tenía que andar mucho no salía, ya lo de coger un taxi estaba descartado) y comimos un par de platos de carne, un bol de arroz y de vuelta al hotel.

Tras una buena ducha (con sus respectivos turnos en el pasillo esperando a que el otro terminara por culpa de la “transparencia” del baño del hotel), nos metimos en la cama, por fin, después de un día eterno de frío, taxistas locos, esculturas de hielo y muchas aventuras que contar a los nietos algún día. 

         
¡Me encanta esta foto!