Tras el palizón del primer día
en Harbin, decidimos descansar y
dormir bien antes de ponernos en marcha. La hora de quedada era sobre las 11
de la mañana. Tampoco nos quedaba mucho por visitar, así que no teníamos
ninguna prisa hasta que nos tocara ir a la estación a coger el tren de vuelta a
Pekín.
Al levantarme a eso de las 9.30, alargué
el descanso hasta las 10:15, me levanté para desayunar unas galletas y bebí un
poco de agua para refrescarme y de camino a la ducha mientras Ari esperaba
fuera en el pasillo (lavabo transparente, recordad).
A eso de las 11.30 recogimos
todas las maletas y comprobamos que no nos dejáramos nada atrás y bajamos a
recepción para devolver las llaves y dejar allí las bolsas y maletas, ya que
nos las guardaban para no tener que ir cargando con ellas toda el día encima,
algo que se agradecía muchísimo.
Al salir a la calle, con una temperatura
de unos -22 grados, pusimos rumbo a nuestra primera parada: un lago en el centro de la ciudad. El lago
quedaba en otro extremo de la calle del centro (中央大街), por lo que la solución más normal sería tomar el taxi,
pero no sabéis lo contento que me puse cuando dijeron que iríamos con bus.
A pesar de que tuvimos que andar un buen tramo hasta la parada, no me importó
tener que caminar bajo el frío de Harbin. Lo encontré hasta agradable. Tras
preguntar en la parada de bus cuál era el más apropiado para llegar, se detuvo
el que teníamos que coger; el precio del billete era de 1 yuan (12
céntimos, como en España ¬_¬). El bus estaba en condiciones pésimas, por eso:
el suelo estaba sucio del barro que se formaba con el agua de la nieve
derretida, los cristales estaban empañados de nieve y hielo y el bus hacía
sonidos trotinados cada dos por tres. Unas 6 paradas más tarde, bajamos para ir
hacia el lago. No teníamos la más remota idea de dónde estábamos, ni hacia
dónde había que tirar, así que empezamos a preguntar para llegar. En ese
momento una mujer que vendía moniatos en plena calle nos dijo que teníamos que
cruzar una calle, seguir recto y coger el metro, que nos iba a llevar
directos. Seguimos sus órdenes, cruzamos la calle, seguimos recto y no vimos el
metro por ninguna parte. Al preguntar a otra persona, resulta que en Harbin no hay metro. ¡Gracias por su
colaboración señora! Por suerte, ese hombre nos dijo que había un bus que
pasaba por esa calle, que sí que nos llevaba hasta el lago. Encontramos la
parada unos metros más allá, y a los 5 minutos pasó a buscarnos dicho bus.
Esta vez el bus estaba más limpio,
los cristales no estaban empañados y podíamos contemplar un poco las calles de
Harbin. Sin embargo, el trayecto no iba a ser todo de color de rosa. Como no
tenía asiento libre me tuve que apoyar en una barra. Justo al lado tenía
sentado un hombre mayor, que no tenía otra cosa mejor que hacer que
sonarse los mocos y escupir pollos del tamaño de pelotas de Ping-Pong en una
papelera que tenía al lado de mis zapatillas. Le conté seis pollos, y de forma
consecutiva. Terminaba uno y ya empezaba con el siguiente. PUTO ASCO.
Al bajar del autobús, teníamos el
lago al otro lado de la calle, pero transitaban demasiados coches, así que
teníamos que cruzar por un paso subterráneo en el que había un centro comercial
de tiendas, restaurantes y establecimientos. Echamos un vistazo al lugar y
salimos a la calle. En ese momento ya eran las 13:30 o así, por lo que
decidimos ir a comer algo, antes de visitar el lago.
Entramos en otro centro comercial y
fuimos a la 2ª planta en la que había gran cantidad de restaurantes. Eran como paradas
en las que te enseñaban platos, entonces lo que tenías que hacer era lo
siguiente: ir a una mesa, que era donde estaba la caja y se pagaba la comida,
pagar la cantidad que valía el plato, recoger una tarjeta que te daban con la
cantidad de dinero que habías puesto, ir a la parada en la que tú querías pedir
comida, que te pasaran la tarjeta para descontarte el dinero, volver a la caja
para devolver la tarjeta y que te devolvieran el dinero en caso de que no lo
hubieras gastado todo y, finalmente, recoger el plato preparado. UNA MANERA DE COMPLICARSE LA VIDA,
porque sería muchísimo más fácil si cobraran directamente en el puesto de
comida, pero esto es China, es lo que hay.
Yo me pedí una especie de vasija
de caldo con fideos gordos típicos de Harbin con carne de cordero y
compartí con Ari un plato de jiaozi, que
para los que no lo sepáis, son unos raviolis chinos muy típicos rellenos de
carne. Estaba todo buenísimo, pero la calefacción del centro comercial estaba a
tope, así que nos estábamos asando como pollos, por lo que empezamos a
quitarnos capas de ropa, para no achicharrarnos allí dentro.
Caldo con fídeos y cordero. ¡Riquísimo! |
Los 饺子 (jiaozi) acomañados de salsa. |
Al terminar de comer y dejar reposar
la comida, vuelta a ponerse toda la ropa de nuevo y para la calle. Salimos del
centro comercial, cruzamos la calle y llegamos a una plaza con unos arcos y una
escultura de color roja que simbolizaba un jarrón. Es ese momento vi que a Ari
y a Takuma se les acercaban un grupo de chinos. Por lo visto, le pidieron a
Takuma permiso para hacerse una foto con Ari, que les hacía ilusión. Ya
ves a Ari haciéndose fotos estrechando manos con dos chinos desconocidos en
mitad de una plaza de Harbin.
Premio al “Momento
Raro” de Harbin. Cuando Ari terminó de hacerse foto con los chinos dándose
la mano, seguimos caminado y llegamos al lago congelado. Era E-N-O-R-M-E y estaba plagado de gente.
Para dar la bienvenida al lago, había una serie de puertas hechas de hielo que
representaban castillos, porque tenían los picos en forma de torres de castillo
de color rojo. Descendimos las escaleras y nos “deslizamos” por el hielo del
lago, con cuidado, porque un resbalón tonto o un empujón mal dado y te metes el
piño de tu vida. Fuimos recorriendo la superficie congelada contemplando la
muchedumbre, disfrutando del griterío de la gente y sorprendidos por la belleza
del paraje. Andando, llegamos a una zona donde se podía ver el agua del río por
debajo de una placa de hielo que medía 2 metros.
¡Momentazo! |
El lago congelado. |
En ese lago se podían hacer gran
cantidad de actividades: patinar, montar a caballo, montar en moto de
nieve, jugar a deslizarse, hacer rodar unos trompos o peones con una cuerda,
dar un paseo…
Para amenizar la tarde lo que hicimos nosotros fue participar en
una que consistía en sentarse en un flotador grande y tirarse por una
pendiente de hielo y deslizarse hasta que se acabara la rampa. Pagamos 30
yuanes (3,75€) por 20 minutos, pero en realidad estuvimos 30, llamadnos
rebeldes si queréis. Nadie controlaba nada, así que… Disfrutamos como niños y
nos tiramos tantas veces como pudimos. Tremendamente divertido, aunque
terminaras con toda la cara llena de nieve, hasta en la boca.
Deslizándonos por la rampa de hielo. |
Cuando se agotó el tiempo, salimos
con la adrenalina por las nubes, pero harto contentos de lo que bien que lo
habíamos pasado. Volvimos al centro comercial para buscar a Caterina y Fiamma,
que no quisieron subirse a los flotadores, para ir al baño y para entrar un
poco en calor.
Al volver a salir a Takuma y al
resto de los japoneses se les pasó una idea por la cabeza: consistía en mojar
un trapo en agua hirviendo, salir a la calle y agitarlo en el aire dando
vueltas, como un cowboy en un rodeo con una cuerda. El resultado fue que en tan
solo unos minutos, el pañuelo pasó de estar ardiendo a congelado, y cuanto más
tiempo pasaba, más congelado y rígido se ponía, hasta que a la media hora,
parecía un bastón que uno podía usar para apoyarse para caminar. Para que os
hagáis otra idea del frio que hacía en Harbin, si te soplaban aire en el pelo,
se te quedaba canoso.
Nuestra siguiente parada era otro
festival de hielo que no quedaba muy lejos de allí, a tan solo unos 10
minutos a pie. Al llegar a la entrada, vimos que el precio de la entrada era
desorbitado para lo que era el parque, además, todavía no habían encendido las
luces, por lo que pasamos de largo, ya que no nos íbamos a gastar el dinero si
no merecía la pena. Asimismo, lo que se veía desde fuera, eran una serie de
estatuas de hielo parecidas a las del centro de la ciudad, por lo que tampoco
había nada nuevo que ofrecer.
De vuelta a las andadas (quiero
decir que nos volvimos a poner en movimiento), pusimos rumbo a la última
atracción que nos quedaba por ver: la iglesia ortodoxa de Santa Sofía,
de clara influencia rusa y uno de los emblemas de la ciudad y paraje que debe
visitarse si uno pasa por Harbin.
No quedaba muy lejos del centro de
la ciudad. Recorrimos varias calles y al final nos topamos con ella. Está
construida en una enorme plaza y, al ser de noche, estaba iluminada con varias
luces tenues, lo que le daba un carácter severo a la construcción. Desde fuera
es realmente preciosa. No se podía entrar por reformas, pero la rodeamos para
verlas desde todos los ángulos posibles, nos hicimos varias fotos de grupo y
perdimos la vista entre las piedras de la iglesia. En aquella plaza nos
encontramos con tres japonesas que también estudian con nosotros en Tianjin que
también estaban en Harbin de visita. Yo no las conocía personalmente, pero las
tengo vistas por la residencia. Y bueno, lo típico, foto aquí, foto allá, foto
con uno, foto con otro, foto con la iglesia, foto con la iglesia haciendo un
gesto raro con las manos… ¡JAPONESES!
La iglesia de Santa Sofía de Harbin. |
Al terminar la sesión fotográfica,
nos metimos en un McDonald’s que quedaba al lado para entrar en calor y
descansar. Ya habíamos terminado la visita de Harbin y aún quedaban más de 3
horas para que saliera nuestro tren de vuelta a casa, así que no había ninguna
necesidad de correr. Mientras Ari y yo le dábamos al vicio de la brisca, los
japoneses se dedicaron, como no, a hacerse fotos posando como modelos. ¿HACE FALTA? Yo creo que no, pero bueno
si ellos son felices haciendo eso, tampoco se lo voy a impedir. En ese momento
me di cuenta de que tenía un problema, porque lo único que me apetecía tomar en
el McDonald’s era un McFlurry, porque al igual que el día anterior, el agua que
tenía en la botella que llevaba en la mochila, estaba más congelada que Walt
Disney. No pedí nada, me hubiera convertido en la antítesis en persona.
Una vez salimos de allí, nos
dispusimos a volver al hotel para buscar las maletas. De nuevo, tuvimos problemas
para pillar un taxi. Como mínimos tardamos unos 20 minutos en encontrar uno que
estuviera vacío. Al final, uno decidió llevarnos a cambio de pagarle 30
yuanes el viaje (3,75€).
El taxista loco 5 (este se
lleva el pin al “taxista majo de Harbin”)
conducía mal, pero era majo, así que se le perdona todo. Nos estuvo contando
que como es nacido allí, para él no hace tanto frío, nos preguntó si estudiar
chino era muy difícil, que cuantos años teníamos y muchas cosas más. La verdad
es que después de las malas experiencias del día anterior, fue una alegría
encontrarnos con una persona así de graciosa. Hizo que el día fuera
completamente REDONDO.
Una vez de vuelta al hotel,
recogimos nuestras maletas y nos sentamos a la espera de que llegaran los
japoneses. A los 10 minutos, entraron aceleradamente por la puerta, Takuma nos
dijo que fuéramos a la estación, que le habían dicho un restaurante muy rico en
el que cocinaban jiaozi para ir a
cenar.
Al salir a la calle, vimos que los cuatro se metieron en un coche random que no tenía ninguna marca de TAXI. Por lo visto, según nos contaron
más tarde, hay gente de pueblos cercanos a Harbin que son conscientes de la
carencia de taxis, por lo que ofrecen sus coches para transportar a los
turistas y extranjeros a un precio similar al de los taxistas. Yo no me hubiera
montado en ese coche ni jarto vino,
pero estos japoneses son tan felices, que les importó tres pepinos en vinagre.
Retomando lo que estaba contando
antes, estábamos en plena calle buscando un taxi, pero o iban llenos o no se
detenían, teniendo en cuenta que íbamos cargados, hacía frío y estaba oscuro,
la opción de ir hasta la estación andando, estaba descartada. Al final se paró
uno, pero al decirle que íbamos a la estación, dijo que no, arrancó y nos dejó
allí, entre el frío y con la mandíbula en el suelo del estupor. Al cabo de unos
5 minutos pasó otro, este se paró y le rogamos que nos llevara a la estación, a
lo que contestó: “¿y por qué no vais caminando?” ¿¡PORQUE ESTAMOS A -30 Y VAMOS CARGADOS COMO MULOS QUIZÁS?! Este
taxista no entra dentro de la lista de “taxistas locos” sino en la de “taxistas gilipollas”, primer premio
para él. Después de pagar 9 yuanes por el viaje (1,1€), nos refugiamos
en un KFC a la espera de que nos avisaran los japoneses de su localización,
porque vete a saber dónde les iba a dejar el coche que tomaron. Ari volvió a
encender el MODO DRAMA QUEEN
diciendo que si pedían rescate por el secuestro, ella no tenía dinero para
salvarlos. A los 5 minutos nos reencontramos y nos dijeron que todo bien,
excepto que Takuma se cargó la manilla de la puerta del coche y tuvo que
pagar al conductor un recargo extra.
La cena en el restaurante estuve
realmente bien. Un sitio agradable. La comida muy rica, el servicio genial y la
cuenta no demasiada cara para la gran cantidad de comida que pedimos. La única
cosa a destacar fue la bebida: te servían el agua que les sobraba
después de hervir la pasta, para que te la bebieras como si fuera agua. REPUGNANTE. Di un trago y me arrepentí
durante 2 minutos, lo que tardó el camarero en traer agua, ya que la mía estaba
aún más congelada que antes.
Cenando 饺子 entre otras cosas. |
A las 21.00 ya estábamos en
la estación de Harbin para pasar los controles de equipaje y de billetes, a la
espera de que se abrieran las puertas para el tren. Nuestro compartimiento era
de igual tamaño, aunque tenía TV (que no sabíamos si funcionaba o no) y la
cortina cubría más la ventana. Una vez se puso en marcha el tren, abrimos una lata
de cerveza Harbin, y dando un brindis, nos despedimos de la ciudad de
Harbin, del frío y del hielo.
Después de echar unas risas, jugar a
cartas y estar de cháchara, fuimos a dormir. En mi cabeza, cuando la luz ya
estaba apagada, me alegré muchísimo de haber ido a pasar unos diitas a Harbin y
poder descubrir otra ciudad de China, diferente de Tianjin. Una ciudad que lo
que más me sorprendió, no fue ni el hielo, ni el frío, ni las estatuas, sino el
hecho de haber conseguido que algo tan negativo y fatal, como la temperatura
adversa, no sea un impedimento, más bien un plus, algo que atraiga a tantos
turistas y genere tal cantidad de ingresos. Sin lugar a dudas, un viaje de lo
más divertido, entretenido e inolvidable.
再见哈尔滨,我们爱天津。 |
No hay comentarios:
Publicar un comentario