sábado, 19 de enero de 2013

哈尔滨 - Harbin (II)


Tras el palizón del primer día en Harbin, decidimos descansar y dormir bien antes de ponernos en marcha. La hora de quedada era sobre las 11 de la mañana. Tampoco nos quedaba mucho por visitar, así que no teníamos ninguna prisa hasta que nos tocara ir a la estación a coger el tren de vuelta a Pekín.

Al levantarme a eso de las 9.30, alargué el descanso hasta las 10:15, me levanté para desayunar unas galletas y bebí un poco de agua para refrescarme y de camino a la ducha mientras Ari esperaba fuera en el pasillo (lavabo transparente, recordad).

A eso de las 11.30 recogimos todas las maletas y comprobamos que no nos dejáramos nada atrás y bajamos a recepción para devolver las llaves y dejar allí las bolsas y maletas, ya que nos las guardaban para no tener que ir cargando con ellas toda el día encima, algo que se agradecía muchísimo.

Al salir a la calle, con una temperatura de unos -22 grados, pusimos rumbo a nuestra primera parada: un lago en el centro de la ciudad. El lago quedaba en otro extremo de la calle del centro (中央大街), por lo que la solución más normal sería tomar el taxi, pero no sabéis lo contento que me puse cuando dijeron que iríamos con bus. A pesar de que tuvimos que andar un buen tramo hasta la parada, no me importó tener que caminar bajo el frío de Harbin. Lo encontré hasta agradable. Tras preguntar en la parada de bus cuál era el más apropiado para llegar, se detuvo el que teníamos que coger; el precio del billete era de 1 yuan (12 céntimos, como en España ¬_¬). El bus estaba en condiciones pésimas, por eso: el suelo estaba sucio del barro que se formaba con el agua de la nieve derretida, los cristales estaban empañados de nieve y hielo y el bus hacía sonidos trotinados cada dos por tres. Unas 6 paradas más tarde, bajamos para ir hacia el lago. No teníamos la más remota idea de dónde estábamos, ni hacia dónde había que tirar, así que empezamos a preguntar para llegar. En ese momento una mujer que vendía moniatos en plena calle nos dijo que teníamos que cruzar una calle, seguir recto y coger el metro, que nos iba a llevar directos. Seguimos sus órdenes, cruzamos la calle, seguimos recto y no vimos el metro por ninguna parte. Al preguntar a otra persona, resulta que en Harbin no hay metro. ¡Gracias por su colaboración señora! Por suerte, ese hombre nos dijo que había un bus que pasaba por esa calle, que sí que nos llevaba hasta el lago. Encontramos la parada unos metros más allá, y a los 5 minutos pasó a buscarnos dicho bus.

Esta vez el bus estaba más limpio, los cristales no estaban empañados y podíamos contemplar un poco las calles de Harbin. Sin embargo, el trayecto no iba a ser todo de color de rosa. Como no tenía asiento libre me tuve que apoyar en una barra. Justo al lado tenía sentado un hombre mayor, que no tenía otra cosa mejor que hacer que sonarse los mocos y escupir pollos del tamaño de pelotas de Ping-Pong en una papelera que tenía al lado de mis zapatillas. Le conté seis pollos, y de forma consecutiva. Terminaba uno y ya empezaba con el siguiente. PUTO ASCO.

Al bajar del autobús, teníamos el lago al otro lado de la calle, pero transitaban demasiados coches, así que teníamos que cruzar por un paso subterráneo en el que había un centro comercial de tiendas, restaurantes y establecimientos. Echamos un vistazo al lugar y salimos a la calle. En ese momento ya eran las 13:30 o así, por lo que decidimos ir a comer algo, antes de visitar el lago.

Entramos en otro centro comercial y fuimos a la 2ª planta en la que había gran cantidad de restaurantes. Eran como paradas en las que te enseñaban platos, entonces lo que tenías que hacer era lo siguiente: ir a una mesa, que era donde estaba la caja y se pagaba la comida, pagar la cantidad que valía el plato, recoger una tarjeta que te daban con la cantidad de dinero que habías puesto, ir a la parada en la que tú querías pedir comida, que te pasaran la tarjeta para descontarte el dinero, volver a la caja para devolver la tarjeta y que te devolvieran el dinero en caso de que no lo hubieras gastado todo y, finalmente, recoger el plato preparado. UNA MANERA DE COMPLICARSE LA VIDA, porque sería muchísimo más fácil si cobraran directamente en el puesto de comida, pero esto es China, es lo que hay.

Yo me pedí una especie de vasija de caldo con fideos gordos típicos de Harbin con carne de cordero y compartí con Ari un plato de jiaozi, que para los que no lo sepáis, son unos raviolis chinos muy típicos rellenos de carne. Estaba todo buenísimo, pero la calefacción del centro comercial estaba a tope, así que nos estábamos asando como pollos, por lo que empezamos a quitarnos capas de ropa, para no achicharrarnos allí dentro.
Caldo con fídeos y cordero. ¡Riquísimo!

Los 饺子 (jiaozi) acomañados de salsa.


Al terminar de comer y dejar reposar la comida, vuelta a ponerse toda la ropa de nuevo y para la calle. Salimos del centro comercial, cruzamos la calle y llegamos a una plaza con unos arcos y una escultura de color roja que simbolizaba un jarrón. Es ese momento vi que a Ari y a Takuma se les acercaban un grupo de chinos. Por lo visto, le pidieron a Takuma permiso para hacerse una foto con Ari, que les hacía ilusión. Ya ves a Ari haciéndose fotos estrechando manos con dos chinos desconocidos en mitad de una plaza de Harbin.
¡Momentazo!
Premio al “Momento Raro” de Harbin. Cuando Ari terminó de hacerse foto con los chinos dándose la mano, seguimos caminado y llegamos al lago congelado. Era E-N-O-R-M-E y estaba plagado de gente. Para dar la bienvenida al lago, había una serie de puertas hechas de hielo que representaban castillos, porque tenían los picos en forma de torres de castillo de color rojo. Descendimos las escaleras y nos “deslizamos” por el hielo del lago, con cuidado, porque un resbalón tonto o un empujón mal dado y te metes el piño de tu vida. Fuimos recorriendo la superficie congelada contemplando la muchedumbre, disfrutando del griterío de la gente y sorprendidos por la belleza del paraje. Andando, llegamos a una zona donde se podía ver el agua del río por debajo de una placa de hielo que medía 2 metros.

El lago congelado.

En ese lago se podían hacer gran cantidad de actividades: patinar, montar a caballo, montar en moto de nieve, jugar a deslizarse, hacer rodar unos trompos o peones con una cuerda, dar un paseo…

Para amenizar la tarde lo que hicimos nosotros fue participar en una que consistía en sentarse en un flotador grande y tirarse por una pendiente de hielo y deslizarse hasta que se acabara la rampa. Pagamos 30 yuanes (3,75€) por 20 minutos, pero en realidad estuvimos 30, llamadnos rebeldes si queréis. Nadie controlaba nada, así que… Disfrutamos como niños y nos tiramos tantas veces como pudimos. Tremendamente divertido, aunque terminaras con toda la cara llena de nieve, hasta en la boca.


Deslizándonos por la rampa de hielo.

Cuando se agotó el tiempo, salimos con la adrenalina por las nubes, pero harto contentos de lo que bien que lo habíamos pasado. Volvimos al centro comercial para buscar a Caterina y Fiamma, que no quisieron subirse a los flotadores, para ir al baño y para entrar un poco en calor.

Al volver a salir a Takuma y al resto de los japoneses se les pasó una idea por la cabeza: consistía en mojar un trapo en agua hirviendo, salir a la calle y agitarlo en el aire dando vueltas, como un cowboy en un rodeo con una cuerda. El resultado fue que en tan solo unos minutos, el pañuelo pasó de estar ardiendo a congelado, y cuanto más tiempo pasaba, más congelado y rígido se ponía, hasta que a la media hora, parecía un bastón que uno podía usar para apoyarse para caminar. Para que os hagáis otra idea del frio que hacía en Harbin, si te soplaban aire en el pelo, se te quedaba canoso.

Nuestra siguiente parada era otro festival de hielo que no quedaba muy lejos de allí, a tan solo unos 10 minutos a pie. Al llegar a la entrada, vimos que el precio de la entrada era desorbitado para lo que era el parque, además, todavía no habían encendido las luces, por lo que pasamos de largo, ya que no nos íbamos a gastar el dinero si no merecía la pena. Asimismo, lo que se veía desde fuera, eran una serie de estatuas de hielo parecidas a las del centro de la ciudad, por lo que tampoco había nada nuevo que ofrecer.



De vuelta a las andadas (quiero decir que nos volvimos a poner en movimiento), pusimos rumbo a la última atracción que nos quedaba por ver: la iglesia ortodoxa de Santa Sofía, de clara influencia rusa y uno de los emblemas de la ciudad y paraje que debe visitarse si uno pasa por Harbin.

No quedaba muy lejos del centro de la ciudad. Recorrimos varias calles y al final nos topamos con ella. Está construida en una enorme plaza y, al ser de noche, estaba iluminada con varias luces tenues, lo que le daba un carácter severo a la construcción. Desde fuera es realmente preciosa. No se podía entrar por reformas, pero la rodeamos para verlas desde todos los ángulos posibles, nos hicimos varias fotos de grupo y perdimos la vista entre las piedras de la iglesia. En aquella plaza nos encontramos con tres japonesas que también estudian con nosotros en Tianjin que también estaban en Harbin de visita. Yo no las conocía personalmente, pero las tengo vistas por la residencia. Y bueno, lo típico, foto aquí, foto allá, foto con uno, foto con otro, foto con la iglesia, foto con la iglesia haciendo un gesto raro con las manos… ¡JAPONESES!

La iglesia de Santa Sofía de Harbin.


Al terminar la sesión fotográfica, nos metimos en un McDonald’s que quedaba al lado para entrar en calor y descansar. Ya habíamos terminado la visita de Harbin y aún quedaban más de 3 horas para que saliera nuestro tren de vuelta a casa, así que no había ninguna necesidad de correr. Mientras Ari y yo le dábamos al vicio de la brisca, los japoneses se dedicaron, como no, a hacerse fotos posando como modelos. ¿HACE FALTA? Yo creo que no, pero bueno si ellos son felices haciendo eso, tampoco se lo voy a impedir. En ese momento me di cuenta de que tenía un problema, porque lo único que me apetecía tomar en el McDonald’s era un McFlurry, porque al igual que el día anterior, el agua que tenía en la botella que llevaba en la mochila, estaba más congelada que Walt Disney. No pedí nada, me hubiera convertido en la antítesis en persona.

Una vez salimos de allí, nos dispusimos a volver al hotel para buscar las maletas. De nuevo, tuvimos problemas para pillar un taxi. Como mínimos tardamos unos 20 minutos en encontrar uno que estuviera vacío. Al final, uno decidió llevarnos a cambio de pagarle 30 yuanes el viaje (3,75€).

El taxista loco 5 (este se lleva el pin al “taxista majo de Harbin”) conducía mal, pero era majo, así que se le perdona todo. Nos estuvo contando que como es nacido allí, para él no hace tanto frío, nos preguntó si estudiar chino era muy difícil, que cuantos años teníamos y muchas cosas más. La verdad es que después de las malas experiencias del día anterior, fue una alegría encontrarnos con una persona así de graciosa. Hizo que el día fuera completamente REDONDO.

Una vez de vuelta al hotel, recogimos nuestras maletas y nos sentamos a la espera de que llegaran los japoneses. A los 10 minutos, entraron aceleradamente por la puerta, Takuma nos dijo que fuéramos a la estación, que le habían dicho un restaurante muy rico en el que cocinaban jiaozi para ir a cenar. Al salir a la calle, vimos que los cuatro se metieron en un coche random que no tenía ninguna marca de TAXI. Por lo visto, según nos contaron más tarde, hay gente de pueblos cercanos a Harbin que son conscientes de la carencia de taxis, por lo que ofrecen sus coches para transportar a los turistas y extranjeros a un precio similar al de los taxistas. Yo no me hubiera montado en ese coche ni jarto vino, pero estos japoneses son tan felices, que les importó tres pepinos en vinagre.

Retomando lo que estaba contando antes, estábamos en plena calle buscando un taxi, pero o iban llenos o no se detenían, teniendo en cuenta que íbamos cargados, hacía frío y estaba oscuro, la opción de ir hasta la estación andando, estaba descartada. Al final se paró uno, pero al decirle que íbamos a la estación, dijo que no, arrancó y nos dejó allí, entre el frío y con la mandíbula en el suelo del estupor. Al cabo de unos 5 minutos pasó otro, este se paró y le rogamos que nos llevara a la estación, a lo que contestó: “¿y por qué no vais caminando?” ¿¡PORQUE ESTAMOS A -30 Y VAMOS CARGADOS COMO MULOS QUIZÁS?! Este taxista no entra dentro de la lista de “taxistas locos” sino en la de “taxistas gilipollas”, primer premio para él. Después de pagar 9 yuanes por el viaje (1,1€), nos refugiamos en un KFC a la espera de que nos avisaran los japoneses de su localización, porque vete a saber dónde les iba a dejar el coche que tomaron. Ari volvió a encender el MODO DRAMA QUEEN diciendo que si pedían rescate por el secuestro, ella no tenía dinero para salvarlos. A los 5 minutos nos reencontramos y nos dijeron que todo bien, excepto que Takuma se cargó la manilla de la puerta del coche y tuvo que pagar al conductor un recargo extra.

La cena en el restaurante estuve realmente bien. Un sitio agradable. La comida muy rica, el servicio genial y la cuenta no demasiada cara para la gran cantidad de comida que pedimos. La única cosa a destacar fue la bebida: te servían el agua que les sobraba después de hervir la pasta, para que te la bebieras como si fuera agua. REPUGNANTE. Di un trago y me arrepentí durante 2 minutos, lo que tardó el camarero en traer agua, ya que la mía estaba aún más congelada que antes.
Cenando 饺子 entre otras cosas.

A las 21.00 ya estábamos en la estación de Harbin para pasar los controles de equipaje y de billetes, a la espera de que se abrieran las puertas para el tren. Nuestro compartimiento era de igual tamaño, aunque tenía TV (que no sabíamos si funcionaba o no) y la cortina cubría más la ventana. Una vez se puso en marcha el tren, abrimos una lata de cerveza Harbin, y dando un brindis, nos despedimos de la ciudad de Harbin, del frío y del hielo.

Después de echar unas risas, jugar a cartas y estar de cháchara, fuimos a dormir. En mi cabeza, cuando la luz ya estaba apagada, me alegré muchísimo de haber ido a pasar unos diitas a Harbin y poder descubrir otra ciudad de China, diferente de Tianjin. Una ciudad que lo que más me sorprendió, no fue ni el hielo, ni el frío, ni las estatuas, sino el hecho de haber conseguido que algo tan negativo y fatal, como la temperatura adversa, no sea un impedimento, más bien un plus, algo que atraiga a tantos turistas y genere tal cantidad de ingresos. Sin lugar a dudas, un viaje de lo más divertido, entretenido e inolvidable.  

 
再见哈尔滨,我们爱天津。


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