sábado, 19 de enero de 2013

哈尔滨 - Harbin (I)


Poco sabía de la ciudad de HARBIN cuando acepté ir a pasar unos días para visitarla una vez terminadas las clases y zanjado el semestre. Os hago una pequeña introducción made in Wikipedia para que más o menos os situéis en el mapa y tengáis un conocimiento más amplio sobre esta ciudad.

Harbin (哈尔滨), literalmente de una palabra Manchú “lugar para secar redes de pesca”, es la capital y la ciudad más grande de la Provincia de Heilongjiang (黑龙江) al noreste de China, además de ser la décima ciudad más poblada de China, lo cual representa un total de 10 millones de habitantes. Es archiconocida por su gélido invierno, de ahí que se la llame la “Ciudad del Hielo” (冰城). Como apunte final, en 2010 la UNESCO declaró Harbin la “Ciudad de la Música”.

La aventura tenía comienzo la noche del 6 de enero de 2013, la noche de reyes en España, cuando nos íbamos a trasladar en tren desde Tianjin hasta Pekín para coger otro tren hasta Harbin, así que dormíamos en el tren, y ya nos despertábamos en Harbin sobre las 7 de la mañana para aprovechar el día entero; y el viaje terminaba la noche del 8 de enero, cuando volvíamos a coger el mismo tren de vuelta a Pekín, ya el 9 de enero, hacia las 7 de la mañana, para volver, de nuevo al punto de partida, Tianjin. Eran pocos días, pero teniendo en cuenta el frío y lo que había que visitar, era más que suficiente

En el viaje íbamos a ser 8 personas: 4 japoneses, entre los que se incluían Takuma y su amigo Wataru (me costó que me lo repitieran 23 veces para acordarme, y aún así, no sé si es Wataro o Wataru) y dos japonesas que se llaman Luna y Marina; 2 italianas (Fiamma y Caterina, las recordaréis porque también fuimos juntos a Pekín), Ari y yo.

A eso de las 5 y media de la tarde partimos hacia la estación de tren con la maleta llena de ropa de abrigo, algo de comida y con muchas ganas de pasarlo bien y descubrir otro rincón de este enorme país.

Primero, el autobús, luego a comprar los billetes de tren, después coger el tren hasta Pekín y desde Pekín, coger el metro hacia otra estación que había a varias paradas, pasar el control de billetes y maletas y montarnos en el tren que nos iba a llevar hasta Harbin. El trayecto iba a ser de unas 10 horas, salíamos a las 21:00 y llegábamos a las 07:00. El compartimiento del tren no era muy grande, pero era confortable, así que cumplía su función; lo compartimos Caterina, Fiamma, Ari y yo. Takuma y Wataru compartían otro con dos chinos porque las otras dos japonesas venían en avión porque era un poco más barato, pero el palo que se llevaron al coger el taxi hasta la ciudad, ya compensó la diferencia de precio del billete de tren. Cuando se puso en marcha el tren, cenamos algo, jugamos a cartas, reímos un poco, comentamos el frío que íbamos a pasar y nos pusimos a dormir a eso de las 11. Iba a ser un día largo y muy duro, así que teníamos que descansar, y no nos equivocábamos con eso.

Dormir, dormimos poco, porque entre que la almohada era, hablando en plata, un PUTA MIERDA, la litera era OTRA PUTA MIERDA, y encima entraba luz de las estaciones por las que pasábamos, pues os podéis imaginar que no pegué mucho ojo aquella noche. Esa misma noche, tuve un susto de muerte: me desperté y de repente me di cuenta de que el dedo meñique de la mano izquierda lo tenía MUERTO, es decir, no lo notaba, lo tenía frío. Durante unos 10 segundos me cagué de miedo, pero unos segundos más tarde recuperé la sensibilidad y noté la sangre circulando. Anécdota chorra del viaje, vale, también es para rellenar más caracteres y más espacio…

A eso de las 6:15 de la mañana, vino uno de los revisores para devolvernos nuestros billetes (al llegar al tren, te cambiaban los billetes de tren por una tarjeta, cuando quedaba poco para llegar a la estación devolvías la tarjeta y te devolvían el billete). Eso era señal de que tocaba ponerse en pie y empezar a vestirse. Bien, el motivo principal por el que fuimos tan pocos días es porque en Harbin hace un frío del CARAJO, arriba ya os he dicho que la llaman la “Ciudad del Hielo”, cuando el invierno es la estación más larga del año, ya se puede deducir. Nos íbamos a enfrentar a unas temperaturas de entre -20 y -35, que con la sensación térmica se iba a traducir en algo mucho peor, por lo que había que “abrigarse” bien. Os listo a continuación mi equipación:

·        6 pares de calcetines (el primer día fueron 4 pares, pero al segundo día, después de perder la sensibilidad en mis deditos de los pies varias veces, decidí ponérmelos todos)

·        Bambas Vans (si vuelvo, prometo comprarme unos descansos)

·     Gorro de colores con el pompón de pico y con enganche alrededor del cuello

·        Dos pares de guantes (cabían los dos pares perfectamente, pero al final con un solo par, ya me bastaba)

·        Chaqueta de esquiar

·        Máscara que me prestó Laura para tapar la cara (la acabé perdiendo en un taxi al bajarme con las prisas más adelante, SORRY LAURA)

·        Bufanda que me regaló Caterina para el amigo invisible que me la enrollé al cuello y que me tapaba la cara

·    4 capas de camisetas: primero la de manga corta debajo, luego una térmica, luego una de manga larga y finalmente otra térmica

·        1 jersey de cuello alto

·        3 pantalones: uno que es una malla con forro de pelo dentro, debajo de un pantalón de chándal, debajo de un tejano.

Además de esto, algunos llevaban unas bolsitas que desprendían calor que se podían enganchar en la ropa o llevar en los bolsillos y no se notara tanto el frío.
到了!Llegada a Harbin

Una vez vestidos como el muñeco de Michelin, el tren llegó a la estación y nos bajamos del tren. Efectivamente hacía frío, pero en aquel momento no pensábamos que era para tanto. ¡CUÁN ILUSOS ERAMOS EN AQUEL MOMENTO! Poco a poco, fuimos recorriendo los pasillos, hasta llegar a la salida de la estación que era un auténtico hervidero de chinos: la gente corría de aquí para allá, luego había los típicos cansinos que querían llevarte en su taxi u ofrecerte cosas… A
Estación de Harbin
quello era un auténtico CAOS. Una vez reunidos todos fuera de la estación vimos el primer efecto del frío: al respirar con la máscara puesta, el vaho subía hasta los ojos y con el frío que hacía ese vapor de aire se congelaba, con lo que teníamos HIELO en las máscaras, en las pestañas, en las cejas y hasta en los gorros. Ya vimos que el frío allí, juega en una liga completamente diferente al de Tianjin.

La primera parada era el hotel en el que nos íbamos a hospedar esa noche, porque dormir en Harbin, sólo iba a ser una única noche.


Seguimos a Takuma y a Wataru que empezaron a caminar (cabe decir que el hotel y todo el viaje lo organizaron los japoneses.


Nuestra leyenda.
Takuma me dijo que ellos se encargaban de todo y que no nos preocupáramos de nada, así que nosotros íbamos donde nos llevaban ellos) y a caminar y a caminar, y yo no entendía nada. Al final, preguntando, después de ver aceras con estalactitas de hielo y alcantarillas congeladas, llegamos al hotel. Las habitaciones eran para 2 personas y salía la noche a 168 yuanes en total, 84 yuanes por persona (10,5€). Al entrar al hotel me asusté un poco, porque tanto por dentro como la recepción eran CUTRES y se veía ROÑOSO, pero cuando entramos en las habitaciones, la verdad es que cambiamos de opinión.
El baño transparente.
Eran grandes, las camas no estaban nada mal, había tele, mini-bar, mantas… Sólo tenía una PERO (es que es muy grande): el lavabo estaba rodeado de cristal transparente, por lo que se podía ver TODO, bueno había una cortina, pero tampoco es que tapara gran cosa, así que cuando queríamos ir al lavabo o ducharnos, como compartía la habitación con Ari, decíamos: “Marc, tengo que ir al lavabo”, “Ari, me tengo que duchar”, el otro se iba al pasillo o a la habitación de otro a esperar.

Primero nos metieron en una habitación porque aún no tenían nuestras habitaciones, así que esperamos unos 30 minutos para descansar un poco y entrar en calor. Las otras dos japonesas iban a llegar sobre las 12, así que pensamos que lo mejor era ir a algún sitio a desayunar.
Aceras congeladas

Salimos de nuevo del hotel y cogimos un taxi para ir de vuelta a la estación, porque allí había gran cantidad de restaurantes pequeños para comer algo para coger fuerzas para el día.

Es digno de mención, que en Harbin coger un taxi a veces puede resultar MISIÓN IMPOSIBLE, porque o están ya cogidos o no hay suficientes. Las chicas se montaron en uno primero, y luego yo me monté con Takuma y Wataru en el otro. ¿Recordáis que dije que en Tianjin conducían mal? Pues en Harbin conducen PEOR, teniendo en cuenta que las carreteras están llenas de hielo, la velocidad que cogen, los giros que hacen y la poca distancia que dejan entre coche y coche, no solo delante o detrás, también de lado, ya desde el primer momento pensé que se iba a cumplir una de mis pesadillas que tengo aquí en China: tener un accidente yendo en taxi. Sobre todo teniendo en cuenta que el descerebrado del taxista se puso a insultar a un coche de policía y a saltarse un semáforo en rojo delante de ellos. Wataru y yo nos miramos como ¡WTFISGOINGON!

Al dejar al taxista loco 1 (que estén numerados tiene un porqué, lo descubriréis más adelante), nos reunimos todos y empezamos la búsqueda de un sitio para desayunar bajo el frío de Harbin. Takuma era el cabecilla del grupo así que iba mirando y mirando. De repente se le acerca una mujer y le dijo algo que preparaban no se qué, pero él no hizo mucho caso, así que seguimos caminando. Unos metros más adelante, se puso a leer un cartel en un restaurante pequeño y se le acerca un hombre para decirle que entre. Takuma se para y se pone a pensar. Al resto nos daba bastante igual, la verdad, donde fuera él íbamos a entrar todos. De repente, vivimos una situación bien extraña: se acerca la señora que había ignorado Takuma antes y se empieza a discutir con el hombre del restaurante a gritos, A GRITOS EN PLENA CALLE. La cosa se fue calentando hasta que ella lo empezó a empujar, mientras todos estábamos pellizcándonos porque no dábamos crédito a lo que estaba pasando. Allí los dejamos, discutiéndose mientras buscamos otro sitio. Al final, encontramos un “restaurante” (está entre comillas, porque era más una casa donde sirven comidas) y entramos. Llegados a este punto, cuando os he dicho desayunar, a lo mejor alguno se ha imaginado que nos íbamos a tomar un café, un té, leche con cereales, un bollo, JA JA JA JA JA. Nada de eso señores. No olvidéis que estamos en China e íbamos a desayunar con japoneses. ¿Qué nos pedimos? UN PLATO DE FIDEOS. A las 9.30 de la mañana, en Harbin, y desayunando fideos. MENUDA ESTAMPA. Yo me los comí pensando, ESTO ES EL COLMO DE LOS COLMOS. Lo que me faltaba para que mi padre se ría de mí durante un mes (después de decirle que un día comí una carne muy blandita que era pollo, pero no sabía pollo, me respondió que era perro, y desde ese día cada vez que le digo que como pollo me dice que no, que he comido perro), pero no había más opción que esa.
Nuestro desayuno.
Terminado el desayuno, nos volvimos a abrigar (acción que oscilaba entre los 3 y 5 minutos de duración) y nos pusimos en marcha. Takuma y Wataru tenían intención de ir a no sé qué parque en el que había unas inscripciones en japonés. Encontrar un taxi era imposible, así que pensamos en ir a la estación a buscarlo. Había tanta gente para cogerlo, que había una cola habilitada para tomar taxi (como esos tornos que hay en Port Aventura para hacer cola para montarse en las atracciones). Llevábamos más de 20 minutos esperando y el frío se estaba apoderando de nosotros, hasta el punto de que se nos quitaron las ganas de ir al parque, así que avisamos a los otros dos, y optamos por volver al hotel, descansar y esperar a las dos japonesas que llegaban sobre las 12, que era cuando íbamos a tener las 4 habitaciones disponibles.

Al llegar a la habitación, aprovechamos para hacer una mini-siesta de 20 minutos. En ese intervalo de tiempo llegaron las japonesas, por lo que cuando despertamos, nos volvimos a vestir y decidimos ir a nuestra primera parada: la calle del centro (中央大街).


Cogimos un taxi que nos salió por unos 13 yuanes (1,6€ a repartir entre cuatro personas) y nada más bajarnos ya vimos una plaza helada y una puerta con el nombre de la calle y una estatua de hielo de un niño en gesto de victoria, como diciendo ¡yeah bitches!
¡Yeah bitches!
Como los japoneses venían en otro taxi y no sabíamos dónde estábamos y la calle era larga, acordamos vernos sobre las 15:30 una vez ya comidos y todo visitado. Así que poco a poco fuimos recorriendo la calle, que nos iba poco a poco descubriendo más y más estatuas hechas de hielo representando todo tipo de cosas: peces y delfines, corazones, zapatos de navidad, corazones, unos bancos en un parque, incluso había una estatua del cantante del “Gangnam Style” con la canción de fondo (hasta la coronilla estoy ya de la cancioncilla de marras). Había también miles de establecimientos y pequeñas tiendas de productos rusos, que rompían un poco con el paisaje de letreros en chino. Llegó el momento de comer y de calentarnos (llevábamos una hora o así en la calle y el frío ya empezaba a calar) así que nos metimos en un KFC para calentarnos y para comer algo. Fue en ese momento, en el que saqué mi botella de agua de la bolsa y vi que estaba congelada. FANTÁSTICO. Un recordatorio por si no sabía que hacía frío en la calle, supongo…

Estatua de hielo de PSY

Una vez comidos y vestidos, fuimos al punto de encuentro para ponernos en marcha hacia el Festival del Hielo. Nos montamos nosotros cuatro en el taxi y de repente nos preguntó el taxista si los japoneses venían con nosotros, a lo que respondimos afirmativamente. Entonces dijo algo de comprar billetes y algo que no entendimos, así que avisamos a Takuma para que nos echara una mano. Por lo visto, el taxtista loco 2 nos quería llevar a un sitio para comprar las entradas del Festival, y que se esperaran allí porque nos iba a dejar a nosotros cuatro primero, y luego los iba a pasar a buscar él mismo. El taxista loco 2 se puso en marcha y nos empezó a meter por una serie de calles que no tenían nada de buena pinta. Después de un viaje en el que estuve a punto de echar la pota por cómo cogía las curvas ese desalmado al volante, se paró en mitad de una calle, paró el coche y nos dijo que nos bajáramos y que lo acompañáramos. Me dio un vuelco al corazón. ¿DÓNDE COÑO ESTAMOS? Y lo que es peor ¿QUÉ SE SUPONE QUE TENEMOS QUE HACER? Entramos en una pequeña tienda por la que se accedía bajando unas escaleritas. En aquel cuchitril sólo había un sofá a la derecha, una estantería con botas y ropa de abrigo a la izquierda y una mesa al fondo con dos chinos y más allá había una puerta abierta que daba a un sitio que yo personalmente no quería saber qué era ni para qué servía. Nos acercamos con miedo a la mesa y entonces nos dijeron que si queríamos comprar las entradas al festival. Les dijimos si podíamos usar el descuento de estudiantes, y una vez comprobado que nuestro carné de estudiante era válido, nos dijo que eran 170 yuanes (21,25€). En ese momento saltaron todas mis alarmas de CUIDADO, SON CHINOS Y NOS QUIEREN TIMAR (suele pasar por aquí, los chinos van a timar a los extranjeros a saco paco, un consejo por si os pasáis por aquí). Básicamente, porque habíamos visto que eran 90 yuanes en la web del Festival, no 170. Así que preguntamos por qué era mucho más. Por lo visto, 90 era si ibas al festival de día, por lo tanto sin las luces encendidas; de noche era más caro. La entrada a precio normal era de 300 yuanes (37,5€). En realidad la entrada costaba 160, pero pagando 10 yuanes más te trasladaban al Festival en autobús (queda a unos 10/15 minutos de dónde estábamos). Un poco a regañadientes, con la duda de “nos están timando” sobrevolando mi mente, pagamos.
La entrada al festival.
En ese momento el taxista loco 2 salió de la tienda en busca de los japoneses, no sin antes cobrarnos el viaje hasta donde estábamos, 30 yuanes (3,75€). En ese momento, estábamos los 4 en shock porque no teníamos ni idea de qué se suponía que teníamos que hacer. Nos sentamos en el sofá a la espera de que llegaran los otros. Hasta su llegada, la estampa era la siguiente: chinos entrando y saliendo comprando entradas (cosa que nos aliviaba porque no podían timar a tanta gente y además todos eran chinos, según mi lógica un chino no estafa a otro chino, ESO ES PECADO SEGURO), Caterina, Fiamma y yo sin palabras y Ari, con el MODO DRAMA QUEEDN ON dedicándose a decir “que qué es esto, que nos han timado, que ¡ay madre mía!, que esto es muy raro, que dónde nos hemos metido”, mientras la fulminábamos con la mirada para que se callara. Cuando llegaron los japoneses y compraron las entradas, nos metieron en el bus (que encima estaba lleno y tuve que ir de pie, como si fuera un día a clase con uno de los autobuses Casas C5 Mataró-UAB directo por autopista) y llegamos al aparcamiento del Festival. Oímos algo de que a las 8 salía al bus, así que teníamos unas tres horas y media para recorrer todo el recinto, sin congelarnos en el intento, cosa factible teniendo en cuenta que las temperaturas descendieron a los -27/-28 grados.

Para daros un poquito de background sobre el Festival del Hielo de Harbin también made in Wikipedia, empezó a celebrarse en 1963, pero debido a la Revolución Cultural, se dejó de celebrar, hasta que se retomó en 1985. Puede presumir de ser el recinto lleno de esculturas de hielo y nieve más grande del mundo (o al menos eso es lo que pone en la entrada) y cada año muestra diferentes esculturas, además de seguir una temática, como por ejemplo, películas, edificios emblemáticos del mundo o ciudades.


El recinto del festival.

El Festival es PRECIOSO. Una MARAVILLA y un GOZO para la vista y un lugar ALTAMENTE RECOMENDABLE de visitar y por el que perderse. Es como vivir en un sueño. La entrada costó un poco cara, pero vale la pena gastarse el dinero para poder contemplar semejante paisaje.
La botella de Harbin
El recinto es grande, pero tampoco es gigantesco, así que se puede visitar todo con tranquilidad e ir saboreando poco a poco lo que se muestra ante tus ojos. Edificios de hielo y nieve con luces de colores que estallan ante tus pupilas. Puede sonar muy exagerado, pero cuesta describirlo con palabras. Las fotos hablan por sí solas. Además de todos los edificios y las estatuas (me encantaron la de los Pitufos, la de Ice Age o la de la botella de cerveza Harbin), había toboganes de hielo, por los que te podías deslizar como cuando eras pequeño y jugabas con el tobogán en el parque o en el colegio. En ese lugar hay diversión para todo el mundo.
La estatua de hielo de Ice Age.

Una vez visitado gran parte del Festival, decidimos refugiarnos del frío en una de las cafeterías que había en el recinto. ¡Gracias a dios! porque hubo un momento en el que no podía sentir los dedos de mis pies, y me empecé a preocupar. Una hora más tarde, una vez ya teníamos nuestra temperatura corporal a niveles normales, y volvía a notar la sangre circulando por mis dedos, salimos de nuevo a descubrir más partes del festival.
Tocando la campana
Tocamos tres veces una campana (supongo que significa buena suerte, como todo), recorrimos castillos con el suelo de puro hielo en el que ibas resbalando, contemplamos una estatua de Buda enorme y nos empezamos a hacer fotos de grupo. Por hacerte fotos, te podías hasta fotografiar con unos perros blancos (no sé si era un perro o un lobo, pero daban lástima los pobres animalitos), o incluso te podías montar en una carroza de princesa de Disney. Después de tirarnos desde todos los toboganes helados que nos quedaban, nos dimos cuenta de que faltaban 20 minutos para las ocho así que fuimos a visitar la última parte del parque, que era una zona dedicada a los Angry Birds muy graciosa (el tirachinas estaba muy bien conseguido) y otra zona para patinar sobre hielo.

Por un módico precio podías fotografiarte con este animalito.
Salimos del Festival emocionados y encantados y fascinados, pero muertos de cansancio y de frío. Había sido un día larguísimo y no veíamos el momento de llegar al hotel, descansar, y sobre todo, quitarnos algo de ropa. Parece que no, pero agota. Sin embargo, ocurrió, lo que yo me temía y que tenía que ocurrir. El autobús no estaba por ninguna parte. Intuí que no lo íbamos a encontrar cuando no nos dijeron nada de nada al salir, ni nos dieron un papel ni nada. Resignados a nuestra suerte, fuimos para la zona de taxis para volver al hotel.

Bien, en este punto, como la mayoría de taxistas de todo el mundo, nos encontramos que nos pedían cantidades desorbitadas para llevarnos de vuelta al hotel. Se aprovechan de que eres turista, de que tienes frío, de que es tarde... Nosotros dijimos que no, obviamente, pero más de uno, si no tiene más remedio, acepta, pasa por el tubo y el taxista saca tajada. En Harbin tiene pinta que es algo recurrente, sobre todo con el Festival en marcha. Finalmente, encontramos un taxista que nos dijo que iba a usar el contador y nos cobraría por kilómetros, así que nosotros cuatro nos montamos y quedamos con los japoneses en vernos en el hotel y decidir qué hacer para cenar.

El taxista loco 3 (cabe destacar que este se lleva el “pin” al TAXISTA MÁS PIRADO DE HARBIN) empezó a llevarnos de vuelta al hotel. Por el camino iba hablando con alguien por un walkie lo que me puso de los nervios al principio, pero estaba tan derrotado que decidí no darle importancia. Cuando volvimos a entrar en la ciudad, de repente, así, por arte del birlibirloque, afloja velocidad, se para en una calle, pone la marcha atrás, aparca en batería en una calle y apaga el motor del coche, a la vez que nos dice “que esperemos un momento”. En ese momento, nos empezamos a mirar entre todos con cara de “¿QUÉCOÑOESTÁPASANDO?” Lo que nos faltaba para rematar el día, montarnos en el taxi del taxista loco 3. Fiamma le preguntó por qué había parado y él sólo respondía que esperáramos. Mi impulso en ese momento fue cerrar la puerta con el seguro, por si las moscas.  Fiamma seguía insistiendo que por qué no nos movíamos y el taxista loco 3 sólo daba esquivas. Me empecé a asustar cosa mala. Ari diciendo que nos teníamos que largar, Caterina también cagada y yo alucinando porque no me creía que me estuviera pasando eso. En ese momento, un coche negro se paró delante de nuestro taxi, se bajaron unos tipos corriendo del coche, pero pasaron de largo. En ese momento, me di cuenta de que teníamos que salir pitando de allí cuanto antes, porque tenía el corazón en un puño. Le dijimos que si no nos llevaba que nos íbamos, como no respondió, Fiamma le dio 10 yuanes y salimos de ese taxi. Anduvimos unos metros hacia adelante, esperando que pasara otro, y de repente, el taxista loco 3 arrancó, y se fue, sin que viniera nadie. No sé exactamente qué pasó ni por qué paró el motor, pero bajar de ese taxi fue la mejor decisión, sin lugar a dudas.

Pero la aventura no terminaba ahí. Aún faltaba algo. Volver al hotel. Aquí entra el taxista loco 4. Cuando se paró, le enseñé la tarjeta del hotel con la dirección y nos dice que nos subamos que nos lleva. Arranca y de repente dice, “¿está cerca esto?” ¿¿¿¿¿HOLA????? Se supone que lo tienes que saber tú, ¿no? ¡Para eso eres taxista! Por suerte, se le encendió la bombilla y dijo que sabía cómo llegar. No obstante, al taxista loco 4 aún le quedaba una cosa por discutir con nosotros: el precio del viaje. Nos suelta, “os va a costar 40 yuanes”, y le dijimos “No, 20”, “venga os lo dejo por 35” y yo, “25”, me mira, se ríe y dice “lo dejamos en 30”, hasta que salta Fiamma y dice “venga, 朋友 (amigo), 25”, hasta que aceptó resignado. Yo no podía más con mi alma y mi instinto asesino contra los taxistas estaba a niveles de contaminación en Pekín, DISPARADOS. Lo último que me faltaba era que se pusiera a preguntarme cuánto costaba la noche de hotel, para poner en duda que no podíamos pagar 40 yuanes por el viaje. Le engañé diciéndole que costaba mucho menos del precio real, rematando que somos estudiantes y que no tenemos dinero, a lo que asintió. Por suerte, cerró el pico. A los 15 minutos me dio un toque en el brazo para señalarme el hotel. Por encima de la calle de nuestro hotel había un puente, y nosotros estábamos en ese puente, pero como había escaleras para bajar a la calle, le pedimos que se detuviera y allí nos dejó el taxista loco 4. 

De vuelta al hotel, por fin en territorio seguro y con ganas de matar a todo aquel que condujera un taxi, nos reunimos con los japoneses que ya habían llegado (¡claro, a ellos no les para un taxista pirado en mitad de una calle!). Estábamos todos rematadamente cansados, pero había algo de hambre, así que Ari, Takuma y yo nos fuimos a un restaurante justo al lado de nuestro hotel (le dije a Takuma que si tenía que andar mucho no salía, ya lo de coger un taxi estaba descartado) y comimos un par de platos de carne, un bol de arroz y de vuelta al hotel.

Tras una buena ducha (con sus respectivos turnos en el pasillo esperando a que el otro terminara por culpa de la “transparencia” del baño del hotel), nos metimos en la cama, por fin, después de un día eterno de frío, taxistas locos, esculturas de hielo y muchas aventuras que contar a los nietos algún día. 

         
¡Me encanta esta foto!

   

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