Me desperté el día siguiente a las 6 y pico de la
mañana con la bonita imagen del Bund todavía en la cabeza. Me había dejado
huella, lo reconozco. Pero lo que más me sorprendió es encontrarme a mi madre,
despierta mirando al frente. Por lo visto había tenido problemas de jetlag durante casi todo el viaje y
tenía el sueño descontrolado. Medio dormido, la convencí de que se volviera a
tumbar. Por suerte, al poco ya estábamos los dos de nuevo durmiendo como bebés.
Como ya he comentado en la entrada anterior, los
días por Shanghai iban a ser un poco más ligeros, así que decidimos
despertarnos sobre las 9, desayunar con tranquilidad y salir con calma. La
maldita ola de calor seguía azotando la ciudad: las 10 de la mañana y los termómetros
marcaban 35 grados.
Por culpa del calor tuvimos que pensar en un plan
alternativo para pasar la mañana, así que echamos a andar hasta la Plaza del
Pueblo (人民广场), en busca del Museo de Shanghai (上海博物馆). La entrada era gratuita y tenían aire
acondicionado, así que era el plan perfecto. Bueno, miento, la verdad es que
había una gran colección de arte chino antiguo de dinastías como la Ming y
Qing, de bronce y jade, esculturas, arte de las minorías chinas, entre muchas
otras cosas.
Fachada exterior del museo |
Me sorprendió el museo, la verdad. Estaba dividido
en varias plantas con salas y cada uno tenía una exposición distinta. Mis
favoritas fueran las que relataban la evolución de la moneda y la colección de
vestimentas de las todas las etnias chinas que existen actualmente. Fue una
visita agradable y nos lo tomamos con mucha calma.
Monedas usadas en la antigüedad |
Como anécdota que destacar en el museo, una vez mi
madre y mi cuñada fueron al lavabo mi hermano y yo estábamos sentados en un
banco descansando las piernas. En esto que se nos sienta un chino y se nos puso
a hablar en inglés. Yo, que tenía mis niveles de “tolerancia a los chinos”
disparados porque me tenían hasta la coronilla con sus tonterías con los
extranjeros, no me apetecía para nada entablar conversación porque son como
lapas: se te enganchan y no hay forma de sacártelos de encima. Y así estuvimos,
el chino y mi hermano conversando en inglés, mi madre flipando por lo bien que
se desenvuelve mi hermano hablando inglés, mi cuñada mirándolos y yo pensando: por Dios Alberto, deja de hablar con este
que es capaz de perseguirnos hasta el fin del mundo y más allá.
Vestimenta de una etnia china |
Y luego ya empezó a hablar conmigo y hasta hablamos
en chino. Pero la verdad no estaba yo para conversar con él, porque la
conversación estaba en ese punto en el que ya contestas las preguntas de la
forma más simple, directa y escueta posible intentando dando a entender que te
están dando la lata y no quieres seguir hablando, pero el tío erre que erre
haciendo preguntas y constantemente diciendo que hablaba muy bien.
En parte me supo mal, porque él solo quería
practicar y hablar con extranjeros, pero uno también tiene que ser consciente
de que si una persona te ha dicho siete veces (SIETE VECES) es que nos
tenemos que ir, es que se quiere ir y no quiere seguir hablando contigo.
Pero no fue el único, porque apareció otro, pero no
contento con querer hablar en inglés, empezó a sacar libros de inglés. Mi
hermano ya huyó despavorido. Yo no sabía dónde meterme. Buscaba un extranjero
para que le diera clases de inglés, ya que él al ser profesor de chino podía
ayudar a esa persona a mejorar su chino mandarín. Yo le dije que me iba en un
par de días y que no podía, a lo que él me dijo:
Dos días está bien para aprender
muchos conocimientos.
No lo pilló. Pobre... Muy amablemente le dije que
iba a estar de viaje y no podía estar estudiando chino con él, que lo sentía
mucho. Eso es una cosa que siempre cuesta y que a los chinos no les gusta ni
una pizca, que es cuando les dices NO, por muy educado y respetuoso que
quieras ser, se lo toman como una ofensa. En fin...
Tras este par de anécdotas y visitar las últimas
salas del museo, salimos a la calle, que parecía una sartén con aceite
hirviendo. Volvimos hacia el hotel y nos volvimos a meter en el restaurante en
el que cenamos la noche anterior a comer. Pedimos más o menos lo mismo, comimos
la mar de bien y después al hotel a descansar y a esperar a que bajara un poco
el calor.
¡A comer! |
A eso de las 5 de la tarde nos volvimos a poner en
marcha. Esta vez íbamos a visitar otra de las zonas más turísticas y más
conocidas de Shanghai: la Concesión Francesa (法租界).
La Concesión Francesa es una zona histórica en el
centro sur de Shanghai que recibió ese nombre tras la II Guerra del Opio,
cuando los franceses ocuparon esta zona tras ganar la guerra, con los ingleses,
contra los chinos. Esta zona estuvo bajo gobierno francés desde el 1849 hasta
el 1946. Actualmente está dividida en dos zonas Tianzifang (田子坊) y Xintiandi (新天地).
Nosotros tomamos el metro y primero fuimos hacia
Xintiandi. Esta zona es un lujoso complejo comercial y de restaurantes ubicado
en shikumen (石库门) o casas de vecindad. Se puede visitar un museo donde se
retrata cómo eran los shikumen
tradicionales.
Lo que más me gustó y me impresionó a la vez es que
este complejo rompía completamente con todo lo que habíamos visto en Pekín y
Xi’an, incluso con las calles del centro de Shanghai. Aquello parecía París en
los años 40 o 50. Restaurantes, bares, cafeterías con sus terrazas al más puro
estilo europeo. En el ambiente se respiraba modernidad, dinero y elegancia.
Más adelante nos topamos con la Sede del 1r
Congreso Nacional del Partido Comunista Chino (中共一大会址纪念馆). Según cuenta la placa que hay en la puerta, en
ese edificio de estilo shikumen se
celebró en julio de 1921 la primera reunión del Partido Comunista Chino.
Actualmente está considerado como uno de los santuarios del comunismo chino.
Nosotros no pudimos entrar porque estaba cerrado, pero vamos, viéndolo desde
fuera, tuvimos más que suficiente.
Tras acabar nuestra visita por Xintiandi, fuimos en
busca de Tianzifang. Tuvimos que andar un buen tramo, pero gracias al mapa que
llevábamos no nos costó mucho trabajo encontrarlo. La suerte que tuvimos es que
el sol empezaba a descender y el sol nos estaba dando tregua.
Como Xintiandi, Tianzifang se basa en una misma
premisa: un complejo de ocio instalado en un conjunto de callejones
tradicionales largos y estrechos.
Personalmente, me gustó mil veces más que
Xintiandi. No sé si fue por las luces de colores que iluminaban las tiendas y
restaurantes, por el tipo de establecimientos que había o por su dinamismo,
pero la verdad que me llevé una muy agradable sorpresa. Además, que encontramos
algunos lugares de lo más peculiares y además, que rompe un poco con la
arquitectura de rascacielos que destacan en Shanghai.
Un bar que servía comida en retretes |
Los precios no eran muy asequibles, más o menos lo
que valen las cosas por aquí, pero hubo una cosa que nos llamó la atención por
encima de todo: era una tienda en la que vendían unos pinchitos de patata en
espiral. Los vendían por tamaños y sabores. Compramos uno por probar (creo
que costaba 10 yuanes) y la verdad es que no estaba nada mal.
Paseando y caminando se nos hizo tarde y llegó la
hora de buscar algo para cenar. De camino al hotel, mi hermano dijo que cerca
de allí había un restaurante español. Y lo encontramos. Vimos la carta y
pudimos ver que servían platos típicos como bravas o paella, pero al ver la
carta casi me da algo: un cerveza Estrella costaba 100 yuanes. ¡Hasta
luego compatriota!
El restaurante español que encontramos |
Vimos varios restaurantes donde preparaban
pinchitos y podías comer en la calle, pero no nos vimos con corazón para
probarlo, así que decidimos tomar el metro, volver al hotel y gastar las
últimas reservas de embutido que nos quedaban de casa.
Y con esto pusimos punto y final a otro fantástico
día por Shanghai, una ciudad que cada vez me estaba gustando más y cada vez me
apetecía seguir conociendo y descubriendo.
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