Eran las 9 de la mañana cuando sonó el despertador.
El cansancio se empezaba a acumular después de caminar tanto durante tantos
días, pero tocaba ponerse en pie, recoger las cosas, desayunar un poco y dejar
la habitación. Era nuestro último día en Xi’an y queríamos ir a visitar un par
de cosillas que teníamos pendientes antes de seguir con nuestra hoja de ruta.
El hostal nos permitió dejar las maletas en un
rincón en la recepción, así que podíamos salir sin tener que ir cargados de
bultos. La intención era ir a visitar la Pagoda del Gran Ganso (大雁塔). La recepcionista del hostal nos
dijo que tomáramos el bus, pero al llegar a la parada, el número no
correspondía con el que nos dijo, lo que me extrañó, así que decidimos tomar el
metro, que también llegaba allí.
De camino a la parada del metro presenciamos un atropello.
Así, por las buenas. Pasó todo muy rápido y fue muy surrealista. Había un gran
atasco justo a la salida de la muralla y los accesos estaban llenos de coches.
En esto que vemos que hay un coche atravesado en medio de un paso de zebra y
una mujer de unos cuarenta años cruza por detrás del coche, con tan mala suerte
que justo el coche da marcha atrás y le aplasta todo el pie. La mujer
inmediatamente se pone a gritar como una histérica y empieza a golpear el coche
con rabia. El conductor baja la ventanilla, observa la situación y sale del
coche. Pero entonces fue cuando la mujer empieza a decirle de todo al conductor
y con todo su morro le suelta “llévame al hospital”. Y dicho y hecho, la tía
abrió la puerta trasera del coche, se montó y desde dentro se la escuchaba
gritando: “¡venga, que duele!”. Como os podéis imaginar mi mandíbula inferior
barría el suelo.
Llegamos al metro y nos montamos. Extrañamente
encontré los vagones bastante vacíos. No sé si se debe a que la mayoría de
líneas están en construcción o porque la gente toma otros transportes, pero por
la rapidez y eficacia, debo decir que no estaba nada mal y el precio del
billete es muy económico.
Llegamos a nuestra parada y al salir a la calle
encontramos una intersección enorme, pero ninguna indicación de hacia dónde
había que ir. Aquí la cagué porque pensaba que se vería la torre desde lejos,
porque es bastante alta, pero no era el caso: no se veía por ningún lado.
Asimismo, para cruzar al otro lado de la calle, habían construido como unas
rampas que daban a unas calles por encima de la carretera para no tener que
cruzar la calle y cortar el tráfico. No había manera, por suerte, preguntando
logramos que nos indicaran el camino a seguir.
Tuvimos que caminar unos 10 minutos aproximadamente.
Dejamos de lado el Museo de Xi’an. Estaba cerrado porque solo cerraban
un día a la semana: el lunes. Mala suerte. Y finalmente llegamos a un
gran parque con una serie de fuentes y al fondo estaba la Pagoda del Gran Ganso. Se terminó de construir en el año 652
para cobijar los sutras budistas que
el monje Xuan Zang trajo de la India. Alrededor se extiende el templo Da Ci’en
(大慈恩寺), uno de los mayores
de la ciudad en la época Tang.
Tuvimos suerte porque justo cuando llegamos empezó
un espectáculo de agua. Chorros de agua que salían disparados por todas partes.
Al terminar, recorrimos el recinto, con cuidado de no poner un pie en los
chorros, porque de la nada salía un policía con un silbato y gritando que
salieras de allí. Echamos fotos el recinto y nos acercamos. Se puede entrar
(previo pago), pero decidimos volver al barrio musulmán, ver la mezquita, comer
algo y hacer unas últimas compras.
La pregunta que yo me hacía desde hacía dos días era,
¿dónde coño está la mezquita? No había forma humana de encontrarla. En
una guía leí que costaba un poco encontrarla, pero después de dos noches
intentándolo, la verdad es que ya me estaba mosqueando no ser capaz de
encontrarla. Siguiendo señales y preguntado, por fin la encontramos. Ahora,
tuvimos que meternos por callejones estrechos de lo más sospechoso.
Al llegar vimos que costaba 25 yuanes entrar
a visitarla. Por lo visto, la Gran Mezquita (清真大寺) es una de las más grandes de China y una fascinante
mezcla de arquitectura china e islámica. Los edificios actuales son sobre todo
Ming y Qing, aunque se cree que fue fundada en el siglo VIII.
La verdad que 25 yuanes me parecía caro para lo que
era, pero al llegar a la taquilla nos dijo la muchacha que no se podía entrar.
Por lo visto iban a celebrar un entierro y no se podía pasar. Nuestro gozo en
un pozo, pero bueno, la verdad es que no tenía ganas de entrar y encontrarme un
cadáver encima de un altar.
Después de visitar por fuera la mezquita y
atravesar un puñado de mercados que vendían de todo, llegamos a un restaurante
donde servían otro de los platos típicos que quería probar: una sopa que se
llama 羊肉泡馍. Es una sopa con fideos transparentes y que viene con una torta de pan
desmigajada y con varios trozos de cordero. Además, también compramos unos
redondos de pan similares a los moldes de pizza, que los hacían en unos hornos.
La verdad es que estaba riquísima. De Xi’an me llevé un gran recuerdo
gastronómico, la verdad.
好吃!! |
Tras salir de allí, volvimos a la parada del día
anterior. Allí estaba la misma mujer con la que regatee y me dejó comprar al
mismo precio que el día anterior. Estuvimos hablando un buen rato mientras
decidíamos qué comprábamos y no. En esto que vino una pareja de extranjeros y
le preguntó el precio de un guerrero y lo compraron todo más caro que nosotros.
Cuando cobró, la mujer me miró y yo le dije que había pagado más que yo, a lo
que ella me contestó: “tú eres listo, ellos no”. ¡DALE!
Una vez habíamos comido, teníamos todas las compras
hechas, nos pusimos en marcha hacia el hostal a buscar las maletas. Teníamos el
tren hacia Shanghai a las 16 y eran las 14:30. No quería tener que correr como
nos pasó con el tren de Pekín a Xi’an, así que salimos con un margen de tiempo
suficiente, teniendo en cuenta que el autobús pasaba cada 5/10 minutos,
teníamos la parada al lado del hostal y se necesitaban entre 15 y 20 minutos
para llegar a la estación con el autobús, no estaba nada nervioso.
Recogimos las maletas, nos despedimos de los
recepcionistas del hostal (muy amables durante toda nuestra estancia, la
verdad) y fuimos a por el bus. A las 15:20 llegábamos a la estación. Una
estación que estaba infestada de gente tirada por el suelo, basura por doquier,
sacos llenos tirados por todas partes, cañas de bambú atadas... La verdad es
que la estampa era bastante desagradable, pero la cosa iba a ir de mal en peor.
Exterior de la estación central de Xi'an |
Pasamos el control de billetes y pasaportes y
entramos en la estación. Si en la calle la imagen daba pena, dentro de la
estación lo que vimos parecía el caos: basura acumulada por todas
partes, gente acampada en el suelo en cualquier parte, el aire olía a azufre
mezclado con vómito y un griterío más característico de un zoológico que de una
estación de trenes. Yo intentaba hacerme el fuerte para que mi familia no
entrara en pánico, porque tenían unas caras que eran un poema. Había estado en
estaciones pequeñas y en una especial (Datong) tuve una experiencia bastante
desagradable, pero aquello superaba con creces la imaginación de cualquiera. Me
está costando describirlo, pero no hay forma de contarlo para expresar lo que
vivimos allí dentro. Fue corto, pero muy intenso.
Por suerte, a los 5 minutos de entrar en la
estación comenzaron el control de los billetes para entrar en el tren. Vivimos
momentos tensos en esa estación. El problema era la cola. La gente se volvió
loca para poder pasar y entre que se formó un tapón porque había mucha gente que
iba cargadísima de bultos como nosotros, la gente tirada por el suelo, la
basura que un hombre con dos escobas iba arrastrando de un lado para otro y la
poca educación que tienen los chinos para hacer una cola porque se te quieren
colar por todas partes... Y para rematar, no avanzábamos y no había forma de
llegar al maldito tren. Yo estaba respirando muy profundo y armándome de
paciencia.
10 minutos después conseguimos llegar al andén y
fuimos en busca de nuestro vagón. Los billetes que compramos eran todos
del mismo compartimento con cuatro camas para nosotros solos y lo mejor es que
nadie nos iba a molestar.
Lo que mejor recuerdo del tren fue cuando pusimos
un pie en el camarote, que mi madre, que estaba completamente histérica por
todo lo que acabábamos de presenciar, soltó con un grito:
¡Cierra la puerta! ¡No quiero ver a ningún chino hasta mañana!
Por delante teníamos 16 horas de tren. En
parte me alegró poder hacer un viaje así con mi familia. Las camas eran bastante
horribles e incómodas, pero la verdad es que tuvimos tiempo de relajarnos,
jugar a cartas, planear un poco lo que íbamos a hacer en nuestro siguiente
destino, olvidarnos un poco de los chinos y contemplar un poco el paisaje,
hasta que cayó la noche, cerramos los ojos y nos dejamos llevar por el sueño.
El compartimento de tren |
Atrás dejamos Xi’an, una ciudad que no defraudó y
me fascinó el encanto de los edificios, por supuesto los guerreros de
terracota, el barrio musulmán y la etnia Hui y de la que me llevé un muy buen
recuerdo. Espero volver otra vez en un futuro para conocerla más a fondo.
Ahora tocaba dejar atrás la antigüedad y pasar a la
modernidad. ¿Siguiente parada? SHANGHAI.
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