Un día más salió el sol y seguía ardiendo. La ola
de calor seguía asando a la población china y a nosotros, que poco a poco
veíamos como los días de viaje se iban acabando y cada vez estaba más cerca la
vuelta a casa.
Nuestro plan para la mañana era ir de visita al casco
antiguo o también conocido por los lugareños como 南市. Es una de las pocas zonas de Shanghai que todavía
conserva algo de su arquitectura antigua y aún refleja el trazado de las
murallas del siglo XVI, erigidas para defenderse de los piratas japoneses.
Nos quedaba cerca del hotel, a una sola parada de
metro, así que pensamos en caminar en vez de tomar el metro. El calor no nos lo
puso fácil, pero bueno, caminando lentamente resguardándonos por la sombra de
los balcones y los toldos de los establecimientos, fuimos avanzando.
Cada uno se protege como puede... |
La desesperación por el calor nos llevó a entrar en
una farmacia. Entramos por dos motivos: el primero, y más obvio, porque
tenían aire acondicionado y estaba a medio camino de nuestro destino y nos
serviría para enfriarnos un poquito; y el segundo, porque mi madre me había
comentado varias veces durante el viaje que no había visto ninguna en China y
no entendía el porqué. Así que matamos dos pájaros de un tiro, si me permitís
la expresión.
Finalmente llegamos, aunque algo sudados, a los Jardines (豫园) y al Bazar de Yuyuan (豫园商城). La historia del recinto viene de la familia Pan,
unos ricos funcionarios de la dinastía Ming, que crearon estos jardines cuyo
trazado duró 18 años (1559-1577). En 1842, durante la Guerra del Opio, fueron
bombardeados y, una vez restaurados, son un valioso ejemplo de la jardinería
Ming.
No teníamos tampoco ningún objetivo fijo,
simplemente nos fuimos adentrando por las calles, nos metíamos en algunas
tiendas con aire acondicionado para refrescarnos de vez en cuando y contemplamos
los restaurantes, las paraditas con comida, las casas de té, las tiendas y el
bullicio de gente de arriba para abajo.
Debo confesar que me sorprendió para bien. Rompe
con todo lo que habíamos visto de Shanghai, y aunque tampoco destaca sobre
otros complejos tradicionales que ya habíamos visto, tenía su encanto.
Pagamos la entrada (30 yuanes, 15 con descuento
de estudiante) y nos adentramos en los jardines. Estuvimos dudando de si
entrar o no, pero valió la pena y fue curioso dejarse perder por los edificios,
las pasarelas construidas encima del río y entrar en algunas tiendas donde
vendían objetos de mucho valor. En una de esas tiendas, una vendedora, al
comentarle que éramos españoles, me dijo que en español sabía decir: “amigo”,
“amiga”, “vendo”, “compra” y “más barato”. A eso se le llama aprender un idioma
pragmáticamente y lo demás son tonterías.
Una de las salas dentro de los jardines |
Salimos, dimos otra vuelta al recinto y decidimos
volver hacia el hotel, esta vez con el metro, porque no podíamos soportar tener
que volver a pie con la que estaba cayendo.
Decidimos entrar a comer en otro restaurante que
había al lado del hotel. Cuando llegamos a la calle del hotel, un chino que
había en una tienda empezó, literalmente, a perseguirnos por toda la calle al
grito de “HELLO? HELLO?”. Intenté ignorarle hasta que ya no pude más, me
giré y le grité, 别打扰 (bie da rao), que significa, “no nos molestes”. Y el chino no se le ocurre
nada más que contestarme. “Ha, ha, ha,
qué bien que hablas chino, ¿quieres una camiseta?” Me di la vuelta y allí
se quedó riéndose el muy zopenco.
Entramos en el restaurante, muy bien decorado por
cierto, pedimos varios platos y un bol de arroz para cada uno. Comimos bastante
bien la verdad, y no nos salió muy caro. Tras comer, de vuelta al hotel a
descansar un poco y a esperar a que cayera un poco la tarde.
Un par de horas más tarde nos volvimos a poner en
marcha. Nuestra siguiente parada era ir al distrito financiero de Pudong.
Para ello teníamos que tomar el metro. De camino a la parada vivimos uno de los
momentos más impactantes que sí conseguimos grabar en vídeo, que aquí os dejo.
Una auténtica marabunta de motos a la espera de que el semáforo se ponga en
verde. ¡Disfrutad!
La verdad es que el sol ya daba más tregua a esa
hora y cuando llegamos a los pies de la Torre
de la Perla Oriental ya se podía pasear sin necesidad de morirte de calor.
Decidimos ir a echar un vistazo a la zona. Por lo
visto se podía subir para contemplar las vistas en otros edificios, pero no
tenían las mismas vistas que La Perla, además que el precio era más o menos
parecido, pero fue interesante echar un vistazo de cerca de los otros edificios.
Constantemente veíamos pasar coches de lujo, hombres y mujeres bien trajeados y
en el ambiente se respiraba dinero y negocios.
Pudong. A este edificio lo rebautizamos como "El Abridor" |
Después de dar una buena vuelta, llegamos a las
taquillas para subir a ver las vistas de la Torre de la Perla Oriental.
Había diferentes precios según a qué piso y a qué altura querías subir. Ninguna
tenía descuento para estudiantes. Las tarifas eran las siguientes: la entrada C
(120 yuanes), la entrada B (160 yuanes) y la A (220 yuanes). Nosotros compramos
la C, porque con la B y la A, podías subir un poco más, pero las vistas iban a
ser impresionantes desde donde las íbamos a ver nosotros, así que pensamos que
era pagar más porque sí.
La Torre de la Perla Oriental (东方明珠电视塔) se inauguró en 1995.
Tiene una altura de 468
metros y es uno de los edificios más altos de Asia y la
cuarta torre de televisión más alta del mundo por detrás de las torres de
Toronto, Moscú y Tokio. Su diseño está formado por cinco esferas o “perlas” a
diferentes alturas. La mayor de ellas tiene un diámetro de 50 metros y la que está
situada un poco más arriba tiene un diámetro de 45 metros . Ambas están
unidas por tres columnas de 9
metros de diámetro cada una y las dos esferas están
apoyadas mediante vigas de hormigón a las restantes.
La Torre tiene tres niveles con miradores. El
mirador más alto está situado a 350 metros y recibe el nombre de “Módulo
Espacial”. Existe otro mirador a 263 (que es el que visitamos nosotros) y el
último, conocido como “Ciudad del Espacio, está a 90 metros . La Torre también
cuenta con un restaurante giratorio de 267 metros .
Entrada a la Torre de la Perla Oriental |
Visto desde abajo, parece un cohete a punto de
despegar. Eso sí, impresiona una barbaridad cuando estás abajo e intentas
plasmarlo en fotografía. Entramos en el recinto y tuvimos que hacer cola. Por
lo visto había que subirse en un ascensor y unas azafatas se encargaban de que
no se congregara mucha gente para evitar colapsos y agobios. Alrededor del
recinto había fotos enmarcadas con todo tipo de personalidades y dirigentes,
entre los que se encontraba el Rey Juan Carlos y la Reina Sofía.
Tras pasar por la cola, nos montamos en un ascensor
y subimos nada más ni nada menos que 259
pisos en un santiamén. Y lo mejor es que llegamos en el momento perfecto
porque ya caía la noche y pudimos ver ante nuestros ojos todo el Bun, la ciudad
de Shanghai y por supuesto el resto de edificios de Pudong iluminados. Podíamos
caminar alrededor del recinto y contemplar todo lo que teníamos ante nuestros
ojos. ¡Fue una maravilla!
Pudong desde el mirador de La Perla |
Algo que también me llamó mucho la atención es que
en los cristales había pequeñas flechas que indicaban a cuánta distancia
estaban algunas ciudades de China y de todo el mundo. Me hizo especial ilusión
encontrarme la de Tianjin.
El Bund y Shanghai desde La Perla |
Pero las vistas no terminaban ahí, porque más
tarde, bajamos un nivel donde el suelo era de cristal y podías ver el suelo a
tus pies. Daba vértigo, pero fue espectacular. La entrada para subir a La Perla
no sale barata, pero vale la pena pagarla porque yo me quedé sin palabras. Fue
en ese momento cuando yo me enamoré de Shanghai. ¡Ya lo he dicho!
Cuando volvimos a descender con el ascensor, concluimos
la visita con el museo de la historia de Shanghai, que está en la planta baja.
Era muy pintoresco, porque había escenarios y figuras que representaban las
distintas etapas que ponían en contexto la evolución y el cambio que ha experimentado
Shanghai durante siglos.
Salimos de allí todavía vibrando y con la
adrenalina a borbotones por las venas. Tomamos el metro y esa noche decidimos
cenar algo más “europeo”, así que fuimos para 南京路 (Nan Jing Lu) y entrar a cenar en el Pizza Hut.
Lo que más me llama la atención de el Pizza Hut en China (había ido ya un par
de veces en Tianjin) es que es un restaurante en condiciones, donde la gente va
a tener una cena decente y donde los camareros van bien vestidos y te acompañan
hasta las mesas y todo.
Tras comer unas pizzas y unas ensaladas y pagar la
cuenta. Dimos un pequeño paseo por南京路, bajo los neones de las tiendas que ya cerraban. Casi sin darnos cuenta,
estábamos de vuelta en el hotel. Esa noche tocaba descansar porque al día
siguiente nos tocaba levantarnos un poco más pronto porque íbamos a hacer una
visita a una ciudad cerca y una de las ciudades de las que más había oído
hablar y de las que más había leído: Suzhou (苏州). Ese iba a ser nuestro siguiente destino.
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