lunes, 17 de noviembre de 2014

DÍA 7 — SÁBADO 6 DE JULIO DE 2013. XI’AN (西安)

La alarma del despertador sonó cuando faltaban 15 minutos para las 6 de la mañana. Teníamos el tren bala desde Pekín hasta Xi’an a las 08:30 y teníamos que salir con tiempo, porque había que asegurarse de que no nos dejábamos nada, que no había ningún problema para dejar las habitaciones y pasarnos por una tienda para comprar algo de desayunar en el tren y tomar el metro cuanto antes, porque al ir cargados de maletas, la verdad que iba a costar más desplazarse.

La verdad es que tuvimos un trayecto bastante accidentado hasta llegar al tren. Teníamos que tomar el metro hasta la parada de 北京西, la estación este de Pekín, donde salía el tren bala hacia Xi’an. Por aquel entonces, hacía poco que habían hecho una conexión con la línea roja (la que tomábamos nosotros desde el hotel) y la estación, pero justamente esos días estaba cerrada. Lo pregunté en varias estaciones y en el hotel, porque lo vi un día de casualidad en el metro y me quería asegurar de que no era un error. Así que no nos quedó más remedio que dar un rodeo y tomar la amarilla. Fuimos bien de tiempo y pese a ir cargados como mulas llegamos a las 07:50 a la estación.

Salimos del metro y nos encontramos con una marabunta de gente moviéndose arriba abajo y sin ninguna indicación de cómo salir de la estación del metro y cómo se llegaba a la estación. Pregunté a un policía y me dijo que estaba hacia arriba subiendo unas escaleras que estaban más al fondo. Tras un interminable recorrido de escaleras que no se acaba nunca (subimos un montón de pisos), llegamos a salida que daba a la calle, pero no se veía la entrada de la estación por ninguna parte, básicamente porque estaba todo cubierto por andamios, telas y ladrillos y polvo tirados por el suelo. Aquí vino cuando me empecé a poner nervioso.

Encontramos al fin el control de billetes de tren para entrar en la estación, pero al llegar a la taquilla nos dijeron que el control de trenes balas se hacía por otra taquilla. Me pareció indignante, porque me hacían retroceder para nada, porque íbamos a pasar al mismo sitio, pero tuvimos que hacerlo. Después de pasar el control de billetes, llegó el control de maletas y mochilas, que pasamos en un periquete.

Miré los paneles en busca de nuestro tren y lo encontré: teníamos que ir a la puerta de embarque 16. Pues bien, ¿cuántas puertas de embarque creéis que había en la estación? ¡16! En la puñetera última que estaba. A todo esto eran ya las 08:10.

Tuvimos que cruzar todo el puñetero pasillo acelerando el paso. La idea de perder el tren no quería ni que se me pasara por la cabeza. Cruzamos DOS controles más: otra vez los billetes, y luego billetes y pasaporte. Finalmente, cruzamos unas puertas de cristal y bajamos unas escaleras mecánicas hasta el andén del tren. Nuestros asientos estaban en el vagón número 8. ¿Cuántos vagones tenía el tren? 8. ¿Dónde nos dejaba las escaleras mecánicas? Delante del vagón número 1. Yo no daba crédito a tanta mala suerte. Finalmente y gracias a todos los santos a las 08:20 entrábamos en el tren. Todo el mundo ya sentadito, tranquilo, sin prisas y nuestros asientos vacíos que estaban esperándonos. Resoplé como no había resoplado jamás.

Nos esperaban 5 horas y 15 minutos de viaje por delante. Por fin tocaba relajarse, cerrar los ojos un rato, comer algo, descansar y comprobar en mis notas y en la guía lo que íbamos a visitar por Xi’an. Vamos a conocer un poco más la ciudad de 西安.

Nombre
Xi’an (西安)
Significado
Paz Occidental
Provincia
Shanxi (陕西省)
Población
+ de 8 millones
Superficie
9.983 kilómetros cuadrados
Alcalde
Chen Baogen

Xian está considerada una de las ciudades más carismáticas de china. Fue capital de doce dinastías y centro político de China durante los siglos de su máximo esplendor y es el punto de partida de la archiconocida Ruta de la Seda. La ciudad, a pesar de las continuas destrucciones y reconstrucciones a lo largo de los siglos, ha conseguido conservar un aire dinámico y cosmopolita, sin alejarse de la vida cotidiana de la China campesina y comerciante. Asimismo, es el centro económico, industrial y cultural del Noroeste de China y sus universidades se encuentran entre las más prestigiosas de todo el país.

A eso de las dos del mediodía llegábamos a la estación del norte de Xi’an. Y nada más llegar, los buitres. Unos cuantos taxistas que no dejaron de perseguirnos por la estación para que nos subiéramos con ellos. Teníamos que tomar el metro hasta el centro, donde teníamos el hotel, pero no sabía en qué parada teníamos que bajar ni nada, así que nos acercamos a un punto de información. Le pregunté a una chica que había allí y muy amablemente me dio un mapa, me dijo cuántas paradas teníamos que pasar y hasta me indicó en el mapa donde estaba la calle del hotel. A esto, que los taxistas estaban dando la tabarra a mi familia, que esperaba unos metros más allá. Mi madre les gritó en castellano que les dejara en paz y al final se fueron y nos dejaron en paz.

La distribución de la ciudad de Xi’an es muy interesante porque el centro antiguo está completamente rodeado por una majestuosa muralla y la mayoría de atracciones turísticas se encuentran en su interior. Teniendo en cuenta ese punto de referencia al bajarnos en la estación que me comentó la chica, y ver que nos encontrábamos justo en la puerta sur, íbamos bien. Lo que sí notamos, a parte de mucho calor, era el ruido de las obras. Gran parte de los alrededores de la muralla estaba contaminada de taladros, máquinas y obreros construyendo que molestaban más que el graznido de los estorninos.


Tras caminar durante un instante, llegamos al hotel donde nos íbamos a hospedar durante un par de noches. Unas compañeras que estudiaron conmigo estuvieron allí y me lo recomendaron. Era un hostal con una decoración de lo más agradable, la localización era ideal porque se encontraba dentro de las murallas, el personal nos trató estupendamente, nos ofrecieron grandes cantidades de información sobre la ciudad y nos hospedaron en habitaciones dobles. Además ofrecían todo tipo de servicios: Internet, bar, restaurante, excursiones guiadas a los guerreros de terracota y a otras atracciones de la ciudad... 
La entrada al hostal donde nos hospedamos


Tras dejar la maleta, comimos un poco de pan con embutido, reposamos un poco y fuimos a la primera atracción: la muralla de Xi’an.


Es la muralla mejor conservada de China y se construyó durante la dinastía Ming entre el 1374 y el 1378. Se construyó para proteger la ciudad de los ataques de las tribus bárbaras del oeste del país. Hoy en día la totalidad de la muralla sigue en pie. Tiene forma rectangular, una longitud aproximada de 14 kilómetros y una altura de 12 metros y 15 y 18 metros de ancho. Se dice que si era tan ancha, era para que los soldados se desplazaran a caballo con libertad de espacio. 


La muralla tiene una puerta en cada uno de los puntos cardinales, aunque la entrada principal a la ciudad se realizaba por la puerta sur. Cada una de las puertas tiene tres partes: la exterior, que servía para defender la ciudad; la intermedia, que se utilizaba como trampa para los posibles atacantes ya que está compuesta por un pequeño patio donde los atacantes quedarían al descubierto; y la interna, que se usaba para controlar la ciudad. 



La parte sur era la que daba a nuestro hostal, así que llegamos en un santiamén. En la puerta encontramos una especie de espectáculo en el que desfilaban unos guerreros vestidos con trajes especiales. Para acceder a la muralla tuvimos que pagar entrada: 56 yuanes y 35 con el descuento de estudiante (7 y 4’5 euros respectivamente). Nada más entrar, encontramos un amplio patio con varias tambores gigantes, donde nos hicimos varias fotos haciendo el imbécil, por supuesto. Había también una zona en la que había 毽子 (jian zi), que es una especie de soporte con plumas que se usa mucho a modo de entretenimiento en China y que consiste en pasarse este cacharro dando toques con el pie. No dimos pie con bola, literalmente, pero estuve bien practicar un poco y que tengan este tipo de entretenimiento totalmente gratuito para los visitantes. 


Subimos unas escaleras y llegamos a la muralla. De buenas a primera, lo que más me impactó fue el contraste de lo que se veía a lado y lado de la muralla. Como he dicho en muchas ocasiones, China es un país de contrastes: en un lado te encuentras una calle llena de rascacielos o un centro comercial enorme y en la calle de enfrente, ves casuchas o gente viviendo en la auténtica pobreza. Y lamentablemente, Xi’an no era una excepción. A un lado se veían (y se oían) las obras y al fondo un par de centros comerciales con marcas como Zara, Starbucks, H&M y al otro lado, unas chabolas y unas casas abandonadas y en ruinas.




Uno de los motivos por los que fuimos a la muralla era para poder recorrerla en bici. Es una de las actividades que se pueden hacer y que recomiendo a todo el mundo porque es divertidísimo y es la forma más rápida y cómoda de visitar gran parte de la muralla. Se puede alquilar durante hora y media una bicicleta individual o una doble o tándem. 20 yuanes vale la individual y el tándem 40 (2’5 y 5 € respectivamente). El único PERO es que nos pidieron nada más ni nada menos que 600 yuanes de fianza por si perdías o te cargabas la bicicleta. Vamos a ver, que yo entiendo que te pidan fianza para una cosa así, pero ese precio me pareció descabellado, pero mientras nos lo devolvieran al final, no había ningún problema.

A mi madre no le hacía mucha gracia, pero terminamos por convencerla y empezamos a pedalear por la muralla. Recuerdo especialmente la sensación tan maravillosa que sentí, porque la muralla estaba decorada con farolillos, caía la tarde sobre Xi’an y no había mucha gente, así que admito que fue uno de mis momentos favoritos del viaje: esa libertad de pedalear por un lugar tan bonito.

¡Equipo!

Un rato después, mi madre dijo que no quería seguir pedaleando y se bajó. Estaba muy cansada, así que nos dijo que siguiéramos recorriendo la muralla que ella nos esperaba allí, sentada en un banco. Mi hermano y mi cuñada iban pedaleando y yo les seguía y la gente que había me miraba raro, porque iba con la bici de tándem y pedaleando yo solo. Llegamos al extremo Norte, donde estaba la estación central de Xi’an. Ahí yo decidí volver a buscar a mi madre y mi hermano y mi cuñada decidieron rodear la muralla por completo. Aún nos quedaba tiempo de sobra para devolver las bicicletas. 



Retrocedí lo pedaleado y llegué a donde estaba mi madre. Poco a poco había ido caminando hacia el punto de partida. Me detuve a su lado y le estuve contando lo que habíamos visto. En esto que había dos chinas en un banco hablando entre risas. Se me acercó una y me preguntó si le podía dar una vuelta, que le hacía ilusión. La chica se veía que tenía buenas intenciones y a mí no me importaba que diéramos una vuelta, así que acepté.

Aproveché para hablar con ella. Básicamente era estudiante, como yo, y había ido a Xi’an con su amiga y estaba de vacaciones. Era de Yunnan, una provincia del sur y me estuvo contando cosas bonitas del pueblo del que venía. No recuerdo el nombre de la ciudad de la que era, pero me dijo que tenía que ir un día, ¡como no! 10 minutos después la dejé con su amiga y antes de irme, abrió la mochila y me hizo un regalo por darle una vuelta: era una figura de un emperador tallada sobre una tablilla negra que sirve para representar sombras. Me encantó, la verdad que no me lo esperaba. Nos dimos las gracias mutuamente.


Fui hacia el lugar de alquiler de bicicletas para reunirme con mi hermano y mi cuñada. Dejamos las bicicletas cuando ya estaban empezando a encender las luces de las farolas, así que decidimos poner punto y final a nuestra visita de la muralla y poner rumbo hacia el corazón del centro antiguo de Xi’an: el barrio musulmán y su mezquita y la torre de la campana y del tambor.  




Encerradas ambas en una isla peatonal, la torre de la Campana (钟楼) está en pleno centro Xi’an, donde antes había una gran campana que sonaba al amanecer, mientras que su compañera, la torre del Tambor (鼓楼) anunciaba el anochecer. Ambas son del siglo XIV y fueron reconstruidas a principios del siglo XVIII. Se puede comprar una entrada para visitar los dos edificios, pero nosotros no entramos. De noche son aún más bonitas, porque tienen luces que intensifican su belleza. 

Torre de la Campana

Torre del Tambor

Tras caminar nos metimos de lleno en el barrio musulmán. Lo más curioso y lo que más impacta es que está habitado por chinos de lo comunidad Hui, que profesan la religión musulmana, así que es completamente normal ver a chinos con pañuelos en la cabeza, por ejemplo. Yo había leído un poco sobre los Hui, pero al verlos me quedé de piedra. 



El barrio musulmán es un laberinto lleno de callejones estrechos con tiendas, restaurantes, mercados y puestos de todo tipo. Personalmente, caminar por esas calles fue una gozada, porque había gran bullicio de gente, pero eso lo hacía doblemente encantador. 


Lo que tratábamos de hacer era encontrar la mezquita, pero no aparecía por ninguna parte. Caminamos por un montón de calles pero no la encontrábamos por ninguna parte. Optamos por dejarla para otro momento y meternos en algún sitio a cenar que ya era hora. El problema es que no teníamos ninguna referencia y además había un montón de puestos, aunque la mayoría llenos hasta la bandera de gente.


Nos metimos en uno en el que la carta tenía buenos precios y servían bastante rápido. El sitio no es que estuviera muy limpio, pero bueno la mayoría son así, además ofrecían uno de los platos típicos de Xi’an: el 麻将凉皮 (majiang liangpi) que son unos fideos fríos con salsa de sésamo. Pedimos otros dos platos más para compensar. Antes de pedir los platos me aseguré de preguntar si eran picantes o no, a lo que la camarera me confirmó que no.

El restaurante era un auténtico gallinero: la jefa y las camareras pegando gritos y voces por todo el local. Aquello parecía el plató de Mujeres y Hombres y Viceversa o un descampado lleno de chonis poligoneras haciendo botellón. Trajeron el primer plato, que era un arroz frito con verduras y al probarlo, PUTA MADRE, picaba un montón. Al poco trajeron otro de fideos que no picaba y que estaba bastante bien y después trajeron los fideos fríos, que también picaban un cojón. Aquí me di cuenta de que había algo raro, así que llamé a la jefa y le dije que no habíamos pedido ese plato tan picante. La camarera me dijo que había el mismo pero sin picante, y yo le dije que había pedido ese. No era cierto, en realidad me había confundido yo, pero había que intentarlo. Al final, dio el brazo a torcer y decidió cambiármelo, pero ya en ese punto, mi cuñada y mi madre se negaban a comer nada porque no les gustó, mi hermano tenía la boca insensibilizada por el picante y a mí entre el cansancio, el calor, los gritos del restaurante y el picante se me estaba revolviendo el estómago. Le dije a la camarera que daba igual, que no nos trajera nada. Nos acabamos los fideos y dejamos el resto a medias.


Deshicimos el camino, recorriendo de nuevo tiendas y puestos de venta y volvimos caminando hacia el hostal. El cansancio y el sueño se habían apoderado de nosotros. Tocaba cerrar los ojos, descansar y dormir y prepararse para visitar lo más conocido de Xi’an al día siguiente: el ejército de guerreros de terracota (兵马俑).

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