lunes, 3 de noviembre de 2014

DÍA 5 — JUEVES 4 DE JULIO DE 2013. PEKÍN (北京)

El jueves era uno de los días más importantes del viaje. Mi hermano celebraba sus 28 años en China y había que hacer algo especial. Antes de que vinieran yo le pregunté si tenía alguna idea de qué quería hacer o cómo lo quería celebrar. Sus palabras fueron las siguientes:

Quiero ir a la Muralla China. Así cuando la gente me pregunte dónde celebré el cumpleaños, yo les pueda decir, vosotros lo celebrasteis en una discoteca o en un bareto; yo en la Muralla china, losers.

Me pareció muy buena idea ir a la Muralla, dejando de lado la vacilada. Además, viajar a China y no visitarla me parece un pecado mortal, que queréis que os diga.

La Gran Muralla (长城) es la máxima proeza de la construcción china y se extiende desde los restos manchúes dispersos en la provincia de Liaoning (辽宁) hasta sus ruinas por el viento en el desierto del Gobi. Los tramos más famosos y sólidos ondulan sobre colinas y picos en los alrededores de Pekín, pero se puede visitar en otras provincias. Una leyenda extendida y que no es cierta es que la muralla china es una entidad continua; en realidad se intercala con montañas escarpadas que no necesitaban de su construcción.

Yo había visitado un tramo de la muralla al norte de Tianjin hacía varios meses, así que me moría de ganas por visitar otro tramo distinto y muchísimo más concurrido que era el de 八达岭 (Badaling).

Este tramo de la muralla se encuentra a 70km al noroeste de Pekín. Se construyó durante la dinastía Ming (1368-1644) y se restauró a conciencia en las décadas del 1950 y 1980. Los muros, llenos de torres vigías, están revestidos de ladrillo, un rasgo característico de los Ming. Este tramo es el más popular y el más visitado por los turistas, así que no solo hay que esperar quedarse boquiabierto con las vistas, también hay que vigilar con los puestos de souvenirs, los vendedores y la gran afluencia de gente.

Hay que ir con mucho cuidado para ir a la Muralla. Puede parecer fácil, porque puedes encontrar miles de excursiones y ofertas, pero la mayoría son una estafa y pagas muchísimo más de lo que pagarías si fueras por tu cuenta. Lo importante es no contratar las excursiones de la gente que se te acerca por la calle, ni mucho menos tomar un taxi, porque entonces se dispara el precio. Desconfiad de esa gente, os irá mucho mejor, recordad que si se acercan es por algo.

¿Cómo llegamos nosotros? Yo estuve buscando información y se podía llegar con transporte público (tren o autobús) con bastante facilidad. Lo mejor que hice fue preguntar a dos de mis compañeras antes de empezar el viaje, que ambas tomaron el autobús y llegaron sin ningún problema, así que yo fui a lo seguro.

Nos desplazamos en metro hasta 积水潭 (Jishuitan), línea 2 o azul, salimos de la estación de metro y caminamos una larga acera llena de paradas de autobús. A mí me habían dicho que (INSERTO PALABRAS TEXTUALES AQUÍ) tenía que caminar hasta que llegara a una gran explanada llena de autobuses y así fue. Tras 10 minutos viendo paradas de autobús, llegamos a un enorme aparcamiento donde había varios autobuses 919 (que era el que iba a Badaling) y un montón de chinos haciendo colas.

Yo iba con la idea de meterme en uno de esos autobuses y me acerqué a una china que tenía pinta de guía. Me señaló otro autobús y me dijo que nos montáramos en el 877 y no en el 919. A mí me saltaron todas las alarmas, pero me aseguró que también iba a la muralla y que no me preocupara. Fuimos para el autobús 877 y vi a varios chinos haciendo cola. Yo, que no me fiaba del todo, antes de ponerme en la cola les pregunté a los chinos de la cola dónde iban. Cuando 2 parejas y una familia con hijos me dijeron que iban a la muralla, nos pusimos los 4 a la cola y nos montamos en el autobús. Pagamos 12 yuanes cada uno (1,5€), que incluía el viaje de IDA. El precio del billete cuadraba con lo que me habían dicho y el autobús iba lleno de chinos, así que cuando mi madre me dijo: “Seguro que va a la Muralla, ¿no?”, yo le dije con toda seguridad: “El autobús va lleno de chinos que van a la muralla, así que seguro que es este”. A mí me daba igual que me llevara el 919 o el 877, mientras me dejara en la entrada y luego hubiera otro para que me dejara a la vuelta en el mismo aparcamiento o cerca de una parada de metro...

El bus tardó lo suyo en arrancar. A mí me empezó a entrar el instinto asesino de chinos porque había unos niños que no paraban de chillar y para colmo y remate, había dos vendedores que no paraban de subir y bajar del autobús: uno que vendía gorras, sombreros y paraguas y otro que vendía mazorcas de maíz y botellas de agua. Todo eso a grito pelao’. Respiré profundo y aguanté hasta que 20 minutos después de montarnos, salió el bus destino Badaling.

Teníamos una hora aproximadamente de camino hasta llegar a la muralla, así que pensé que sería buena idea reposar la cabeza contra el cristal y descansar un poco, pero la suerte no estaba de mi lado, porque se levantó una muchacha seca como un palo y vestida como una mamarracha, cogió un micrófono y se puso a hablar y a hablar y a hablar. No paró de largar en todo el viaje. No entendí casi nada de lo que decía. Iba captando palabras sueltas. Sé que hablaba de historia e iba contando leyendas de las montañas por las que pasábamos, pero no tenía ganas de esforzarme ni en escucharla, y eso que a mi lado tenía a mi madre, que de vez en cuando me decía, “Niño, ¿qué ha dicho?”.
 
La señora que no paraba de hablar
Cuando llegamos, por fin contó lo que yo quería: el precio de la entrada, que era de 45 yuanes por persona y la posibilidad de montarse en un teleférico. No sabía que había un teleférico, sabía que la propia muralla era una atracción turística gigantesca pero me sorprendió.

Al bajar hablé con la muchacha en privado y le pedí que me lo volviera a explicar bien, porque había bastante cola para comprar los billetes y no quería ponerme a hacer preguntas si tenía gente esperando. 45 yuanes costaba la entrada y el teleférico costaba 60 yuanes ida y vuelta, y 30 yuanes, solo vuelta. Como el tramo es muy largo y la idea era llegar lo más arriba posible, decidimos hacer bien el guiri y coger el teleférico, pero solo de ida, así bajaríamos mucho más trozo, pero siempre es más complicado subir, que bajar y más con el calor que hacía.

Una vez compramos la entrada, dije a mi familia que fueran tirando y me metí en un pequeño supermercado que había para comprar unos bollos para que hicieran la función de pastel de cumpleaños para mi hermano. Mi cuñada había traído de España unas velas con un 2 y un 8, porque la idea era que mi hermano soplara las velas en plena muralla para hacerlo todo más especial.

Empezamos la visita por la entrada que daba al teleférico. Había un gran arco con unos osos y me extrañó, hasta que más adelante vimos un foso enorme y unos osos que tenían una pinta muy sospechosa. Por lo visto, podías tirarles comida (previo pago, por supuesto) y alimentarlos. A mí ese circo me pareció lamentable, pero cada uno juega las cartas que quiere para sacar dinero en atracciones turísticas.

Los osos que podías alimentar


Subiendo llegamos a los tornos del teleférico. En mi cabeza, cuando me hablaron del teleférico, me imaginé una especie de telesilla, como en los que te montas cuando vas a esquiar. INCORRECTO. Era una especie de carro de color verde, alargado y hecho de plástico en el que te montabas y te arrastraba a paso de tortuga por un carril hasta la mitad del recorrido de la muralla. Fíjate si fuimos ingenuos, que lo cogimos para poder hacer fotos aéreas de la muralla. Madre mía, ahora que lo estoy escribiendo me siento hasta estafado por haber pagado. Nos reímos un montón, porque la situación era surrealista totalmente: te ponían una barra de seguridad y de seguridad no tenía nada, porque iba suelta y para bajarte había 2 chinos arriba que muy amablemente (¡por los cojones!) te cogían uno por un brazo y el otro por una pierna y te sacaban del teleférico como quien saca cebollas de la tierra.
 
El "teleférico"
La parte positiva del teleférico es que de no haberlo tomado, no hubiéramos llegado arriba ni de coña, pero bueno, nos dejaba en un buen sitio para empezar a caminar. Eso sí, las vistas eran espectaculares, la muralla serpenteaba por la montaña y dibujaba un paisaje que me quitó el hipo.


Seguimos el flujo de gente. A lo lejos solo se veían paraguas, cabezas y chinos caminando. Y eso que era entre semana y se supone que hay menos gente, pero en China eso de “poca gente”, un país que tiene 1.300 millones de habitantes, es un concepto un poco relativo. Hay que tomárselo con mucho filosofía.

Yo ya había estado en un tramo de la muralla, pero mi familia no, así que pronto se dieron cuenta de que el terreno no es precisamente terreno asequible y de confianza. Andar por la muralla no es un juego de niños, porque tiene muchas pendientes, muchas subidas y bajadas, escaleras y encima caminar con una muchedumbre de chinos, no es nada fácil.

Chinos y chinos y más chinos...
Cuando llegamos a un tramo un poco más amplio y con buenas vistas, le hice un guiño a mi cuñada y sacamos los bollitos y las velas para mi hermano. Si ya de normal llamamos la atención, sacar las velas y cantar el cumpleaños feliz no nos hizo un gran favor. En seguida se empezaron a acercar chinos con sus niños a felicitar a mi hermano, a echarse fotos con él y a preguntarle cuántos años tenía. Mi misión de mientras consistía en encontrar una alma caritativa que me prestara su mechero para encender las velas. El problema que tuve es que no sabía decir mechero en chino, así que la estampa era el menda acercándose a los chinos que estaban viendo a mi hermano con el bollito con las velas y preguntándoles si fumaban. Mira que los chinos fuman, pero los diez primeros a los que les pregunté debían ser los únicos sanos, porque no fumaban. Al final, tuve suerte y después de que uno me ofreciera un cigarro, sacó el mechero y conseguimos encender las velas. Fue un gran espectáculo, pero fue un detallazo y un regalo muy bonito.

生日快乐,哥哥!


Seguimos recorriendo la muralla. El calor apretaba y el hecho de que hubiera tanta gente no contribuía a la causa, pero seguimos escalando hasta que llegamos al último tramo. Era una cuesta bien empinada que daba a una torre. Después había otra ruta para bajar, pero era para volver por otro camino. Lo peor venía al final. Mi hermano y mi cuñada iban tirando, pero mi madre ya estaba bastante cansada. Volvieron los demonios del día anterior. La pobre no podía y yo venga a insistir para que llegara arriba.

Venga mama, ahora que ya estás aquí y con lo poco que te queda...

Lo veía difícil. El día anterior había funcionado, pero no sabía si me iba a salir bien esa vez. Paso a paso seguimos avanzando, hasta que llegamos a esta conversación:

—Marcos, hijo, ¿vosotros me prometéis que vais a bajar por el mismo sitio?
—No lo sé, mama. Venga que ya queda poco.
—No puedo más. Yo os espero aquí.
—¿Cómo te vas a quedar aquí si ya estamos arriba del todo?
—¡No puedo más!
—Mama, ya que has venido hasta China, ahora no te puedes rendir.
—¿Tu me puedes prometer que vais a bajar por el mismo sitio?
—No lo sé mama, no he llegado nunca arriba.
—¿Pero vale la pena?
—Vas a poder decirle a todo el mundo que has llegado a la muralla. ¡Venga!



Y lo conseguimos. Los 4. Nos secamos el sudor, nos hidratamos, pero tocamos la pared, para que quede constancia de que llegamos a la parte más alta que se puede alcanzar. Es una satisfacción que nos llevamos a casa.

到了!

Alcanzada la parte más alta, ahora tocaba el descenso. A priori bajar es más fácil que subir, eso está claro, pero al ser mucho tramo pendiente, había que ir con cuidado con los resbalones o los apoyos, porque un resbalón tonto y podíamos tener una lesión grave. Eran las 3 del mediodía y no teníamos hambre, solo calor y sed. Nos habíamos acabado el agua y en todo sitio turístico salía cara. Me ofrecían hasta 5 yuanes por una botellita de agua, que en China no es que sea una estafa, es un atraco a mano armada. De hecho tuve que regatear y acabé comprando un par de latas de Sprite por 3 yuanes cada una, porque valía lo mismo que un botellín de agua, pero había más cantidad.

Seguimos descendiendo y esta vez nos salimos del camino y bajamos por un camino adaptado siguiendo flechas de 出口 (salida). Media hora más tarde llegábamos a la entrada de la muralla. Y en ese momento, paramos bajo la sombra de un porche y comimos algo, descansamos y tomamos un poco el aire.

Sin embargo, algo imprevisible ocurrió. El día se estaba empezando a poner gris y unas nubes muy feas se estaban colocando encima de nuestras cabezas.

Nos quedaba una cosa por visitar: el museo de la Muralla china, pero cuando llegamos ya lo estaban cerrando, porque no daba tiempo de visitarlo entero, así que nos cerraron la puerta en los morros. Aprovechamos para recorrer otra parte de la entrada, que estaba llena de tiendas de souvenirs y restaurantes que cobraban un pastizal por comer cuatro platos.

Y la mala suerte hizo acto de presencia cuando se puso a llover. Nos pilló justo cuando llegábamos al aparcamiento de autobuses, pero justo el autobús 877 se acababa de ir y nos dijeron que faltaban 30 minutos para el siguiente, pero si íbamos justo más arriba, pasaba el 919 cada 10 minutos. Nos fiamos y acertamos, pero los que querían coger el autobús estaban metidos debajo de un árbol, refugiados de la lluvia y esperando a que pasara el autobús. Así que también nos metimos bajo el árbol con ellos.

En esas se acercó un taxi y nos empezó a llamar la atención. Hello, hello, decía. Y va el tío y nos suelta: “Venga os cobro 40 yuanes por persona y os dejo donde me digáis”. No le hice ni caso. El tío siguió: ¿Hello, hello? ¡Hello! Y mi madre: “¿Qué quiere, qué dice?” Y yo: “Mama, pasa que nos quiere timar”.

De repente apareció el bus y como si hubiera sonado la bocina de una cursa, salieron todos los chinos disparados y nosotros cuatro detrás. Nos montamos en el 919 como quien no quiere la cosa. El problema es que no teníamos billete, pero al cabo de un par de kilómetros, hizo otra parada, se subió una mujer y dijo que quien no tuviera billete que se acercara a comprarlo. Volví a pagar 12 yuanes por persona (y el taxista nos quería cobrar 40 por barba) y a contemplar el paisaje de vuelta.

El bus era uno de línea de toda la vida, con sus paradas, y su gente que se sube y que se baja. Lo que más me “gustó” es que pude ver las afueras de Pekín. No eran nada agradables, pero valió la pena pagar el viaje en autobús para verlas y ver el barullo de gente corriendo arriba y abajo bajo la lluvia. Eso es la China de verdad, no lo que enseñan por la televisión o en los reportajes.

A todo esto seguía lloviendo y era hora punta, así que entre que ya hay tráfico normalmente, el autobús no avanzaba ni a tiros. Pasó 1 hora y todavía faltaban bastantes paradas hasta llegar a la nuestra. En esto que pasamos por un peaje y nos quedamos completamente parados. De repente, el autobusero abrió las puertas, se bajó a fumarse un piti y detrás de él, la mayoría de pasajeros se bajaron y empezaron a dispersarse y a caminar por la carretera. Mi familia estaba en shock y yo también, porque nos habíamos quedado prácticamente solos en el autobús y aquello parecía que iba para largo.

Me acerqué a la chica de los billetes y le pregunté qué pasaba. Muy amablemente (la verdad que fue un sol) me dijo que había mucho tránsito, que no me preocupara que llegaríamos a nuestra parada, pero que no sabía cuando. Eso me tranquilizó, pero aunque no tuviéramos prisa, me daba rabia perder tiempo, porque teníamos algunas cosas para ver por la tarde.

2 horas después de montarnos nos bajamos en el aparcamiento donde tomamos el bus por la mañana y volvimos a por el metro. Por suerte había parado de llover. Nuestra siguiente parada era ir al 雍和宫 (Templo de los lamas), al menos ver la entrada, pero ya estaba bien cerrado cuando llegamos y estaba oscureciendo. Pero nos quedaba la segunda parte, que era lo que más quería: caminar por otra zona de 胡同 (Hutong), esta vez sin luces de neón, ni carteles. Simplemente las casitas de una planta y la gente haciendo vida en la calle.

Lo más raro que vi en esa zona

Caía la noche y decidimos ir a cenar. Llegaos a una calle más ancha y vimos varios restaurantes. La idea era comer algo, pero que no nos saliera por un picazo, así que estuvimos mirando, pero todos tenían una pinta un poco sospechosa, así que nos metimos en el más decente que había. El sitio era agradable, pero el 老板 (o jefe) era un pillo de cuidado. Entramos, nos llevó a una mesa y se me puso a hablar en inglés, pero como no le entendía porque lo hablaba de pena, le dije en chino que me podía hablar en chino. Se le cambió la cara de golpe, porque yo ya sabía lo que pretendía. Me dio la carta en chino y empecé a echar una ojeada. Había variedad de carne, verdura, pescado y pasta. En los restaurantes chinos es muy importante entender los caracteres (no todos, pero al menos distinguir qué tipo de carne o pescado es o si es picante) y tener claro qué quieres pedir, porque hay tantos platos que sino lo tienes claro te puedes volver un poco loco.

Teníamos un par de platos ya escogidos, pero tenía dudas, así que le pedí al jefe que se acercara. Tenía ganas de entrar en su juego y reírme de él, así que le pedí que me recomendara alguna cosa para cenar con mi familia.

Pues bien, la carta tenía 8 páginas. Fue página por página señalándome lo que él pediría y lo que estaba más rico. Como yo ya me imaginaba, en cada página me señaló el plato más caro, con todo descaro y con una sonrisa de oreja a oreja. Cuando me señaló el último plato, le solté con toda mi jeta:

¡Qué casualidad! Los platos que me has señalado son los más caros.

Se rió, pero ahí se dio cuenta de que estaba jugando con él, y nos dejó en paz. Acabamos pidiendo cerdo, fideos, arroz con verduras y unos 饺子 (jiaozi). Ahí fue cuando me dijo que nos íbamos a quedar con hambre. Mi respuesta fue:

No te preocupes, si queremos más ya te avisamos.

No me volvió a dirigir la palabra en toda la cena, que por cierto no estuvo nada mal. De hecho, ni nos sirvió los platos, ni se dignó a despedirse de nosotros cuando salimos por la puerta. Salí con el estómago lleno, pero lo que más satisfació fue vacilar a un chino que intenta vacilar a un extranjero sin saber.

Volvimos al metro y decidimos echar un ojo rápido a la zona olímpica. Íbamos justos de tiempo y estábamos cansados, pero no pasaba nada por ver de lejos el recinto con el Nido de Pájaro o el Cubo de Agua. A mi hermano y a mi cuñada tampoco les llamaba mucho la atención, pero ni que sea por verlo...

Llegamos que ya estaban cerrando las puertas, así que fue eso, llegar, verlo desde lejos y volver al metro. Fue un FAIL, pero bueno, al menos lo vimos.

El drama empezó después, cuando me di cuenta de que íbamos un poco justos con los horarios del metro. Además, que se había acumulado una gran cantidad de gente y nos tuvimos que meter en los vagones a codazos y empujones. Además que los transbordos no fueron nada sencillos. De hecho, en uno de ellos, había unas escaleras mecánicas y había un tipo con un megáfono gritando a la gente que subiera las escaleras sin pararse, porque había un tapón de gente considerable. Chinos, chinos, chinos y más chinos por todas partes.

Llegamos al hotel DERROTADOS. No podíamos más y al día siguiente nos esperaba un buen tute. Una buena ducha, un poco de agua fresca y a dormir.

Recuerdo irme a dormir feliz aquella noche por haber cumplido el deseo de mi hermano, quizá el día se había estropeado por la lluvia y el tráfico, pero sé que pasar su aniversario en China era doblemente especial y me alegraba tenerlo al lado para poder felicitarlo en persona y hacer que su día fuera doblemente especial.



No hay comentarios:

Publicar un comentario