El jueves era uno de los días más importantes del
viaje. Mi hermano celebraba sus 28
años en China y había que hacer algo especial. Antes de que vinieran yo
le pregunté si tenía alguna idea de qué quería hacer o cómo lo quería celebrar.
Sus palabras fueron las siguientes:
Quiero ir a la
Muralla China. Así cuando la gente me pregunte dónde celebré el cumpleaños, yo
les pueda decir, vosotros lo celebrasteis en una discoteca o en un bareto; yo
en la Muralla china, losers.
Me pareció muy buena idea ir a la Muralla, dejando
de lado la vacilada. Además, viajar a China y no visitarla me parece un pecado
mortal, que queréis que os diga.
La Gran Muralla (长城) es la máxima proeza de la
construcción china y se extiende desde los restos manchúes dispersos en la
provincia de Liaoning (辽宁) hasta sus ruinas por el viento en el desierto del Gobi. Los tramos más
famosos y sólidos ondulan sobre colinas y picos en los alrededores de Pekín,
pero se puede visitar en otras provincias. Una leyenda extendida y que no es
cierta es que la muralla china es una entidad continua; en realidad se
intercala con montañas escarpadas que no necesitaban de su construcción.
Yo había visitado un tramo de la muralla al norte
de Tianjin hacía varios meses, así que me moría de ganas por visitar otro tramo
distinto y muchísimo más concurrido que era el de 八达岭 (Badaling).
Este tramo de la muralla se encuentra a 70km al
noroeste de Pekín. Se construyó durante la dinastía Ming (1368-1644) y se
restauró a conciencia en las décadas del 1950 y 1980. Los muros, llenos de
torres vigías, están revestidos de ladrillo, un rasgo característico de los
Ming. Este tramo es el más popular y el más visitado por los turistas, así que
no solo hay que esperar quedarse boquiabierto con las vistas, también hay que
vigilar con los puestos de souvenirs, los
vendedores y la gran afluencia de gente.
Hay que ir con mucho cuidado para ir a la Muralla.
Puede parecer fácil, porque puedes encontrar miles de excursiones y ofertas,
pero la mayoría son una estafa y pagas muchísimo más de lo que pagarías si
fueras por tu cuenta. Lo importante es no contratar las excursiones de la gente
que se te acerca por la calle, ni mucho menos tomar un taxi, porque entonces se
dispara el precio. Desconfiad de esa gente, os irá mucho mejor, recordad que si
se acercan es por algo.
¿Cómo llegamos nosotros? Yo estuve buscando
información y se podía llegar con transporte público (tren o autobús) con
bastante facilidad. Lo mejor que hice fue preguntar a dos de mis compañeras
antes de empezar el viaje, que ambas tomaron el autobús y llegaron sin ningún
problema, así que yo fui a lo seguro.
Nos desplazamos en metro hasta 积水潭 (Jishuitan), línea 2 o azul,
salimos de la estación de metro y caminamos una larga acera llena de paradas de
autobús. A mí me habían dicho que (INSERTO
PALABRAS TEXTUALES AQUÍ) tenía que caminar
hasta que llegara a una gran explanada llena de autobuses y así fue. Tras
10 minutos viendo paradas de autobús, llegamos a un enorme aparcamiento donde
había varios autobuses 919 (que era el que iba a Badaling) y un montón de
chinos haciendo colas.
Yo iba con la idea de meterme en uno de esos
autobuses y me acerqué a una china que tenía pinta de guía. Me señaló otro
autobús y me dijo que nos montáramos en el 877 y no en el 919. A mí me saltaron todas
las alarmas, pero me aseguró que también iba a la muralla y que no me preocupara.
Fuimos para el autobús 877 y vi a varios chinos haciendo cola. Yo, que no me
fiaba del todo, antes de ponerme en la cola les pregunté a los chinos de la
cola dónde iban. Cuando 2 parejas y una familia con hijos me dijeron que iban a
la muralla, nos pusimos los 4 a
la cola y nos montamos en el autobús. Pagamos 12 yuanes cada uno (1,5€),
que incluía el viaje de IDA. El precio del billete cuadraba con lo que me
habían dicho y el autobús iba lleno de chinos, así que cuando mi madre me dijo:
“Seguro que va a la Muralla, ¿no?”,
yo le dije con toda seguridad: “El
autobús va lleno de chinos que van a la muralla, así que seguro que es este”.
A mí me daba igual que me llevara el 919 o el 877, mientras me dejara en la
entrada y luego hubiera otro para que me dejara a la vuelta en el mismo aparcamiento
o cerca de una parada de metro...
El bus tardó lo suyo en arrancar. A mí me empezó a
entrar el instinto asesino de chinos porque había unos niños que no paraban de
chillar y para colmo y remate, había dos vendedores que no paraban de subir y
bajar del autobús: uno que vendía gorras, sombreros y paraguas y otro
que vendía mazorcas de maíz y botellas de agua. Todo eso a grito pelao’.
Respiré profundo y aguanté hasta que 20 minutos después de montarnos, salió el
bus destino Badaling.
Teníamos una hora aproximadamente de camino hasta
llegar a la muralla, así que pensé que sería buena idea reposar la cabeza
contra el cristal y descansar un poco, pero la suerte no estaba de mi lado,
porque se levantó una muchacha seca como un palo y vestida como una mamarracha,
cogió un micrófono y se puso a hablar y a hablar y a hablar. No paró de largar
en todo el viaje. No entendí casi nada de lo que decía. Iba captando palabras
sueltas. Sé que hablaba de historia e iba contando leyendas de las montañas por
las que pasábamos, pero no tenía ganas de esforzarme ni en escucharla, y eso
que a mi lado tenía a mi madre, que de vez en cuando me decía, “Niño, ¿qué ha dicho?”.
Cuando llegamos, por fin contó lo que yo quería: el
precio de la entrada, que era de 45 yuanes por persona y la posibilidad
de montarse en un teleférico. No sabía que había un teleférico, sabía que la
propia muralla era una atracción turística gigantesca pero me sorprendió.
Al bajar hablé con la muchacha en privado y le pedí
que me lo volviera a explicar bien, porque había bastante cola para comprar los
billetes y no quería ponerme a hacer preguntas si tenía gente esperando. 45 yuanes costaba la entrada y el
teleférico costaba 60 yuanes ida y vuelta, y 30 yuanes, solo vuelta. Como
el tramo es muy largo y la idea era llegar lo más arriba posible, decidimos
hacer bien el guiri y coger el
teleférico, pero solo de ida, así bajaríamos mucho más trozo, pero siempre es
más complicado subir, que bajar y más con el calor que hacía.
Una vez compramos la entrada, dije a mi familia que
fueran tirando y me metí en un pequeño supermercado que había para comprar unos
bollos para que hicieran la función de pastel de cumpleaños para mi hermano. Mi
cuñada había traído de España unas velas con un 2 y un 8, porque la idea
era que mi hermano soplara las velas en plena muralla para hacerlo todo más
especial.
Empezamos la visita por la entrada que daba al
teleférico. Había un gran arco con unos osos y me extrañó, hasta que más
adelante vimos un foso enorme y unos osos que tenían una pinta muy sospechosa.
Por lo visto, podías tirarles comida (previo pago, por supuesto) y
alimentarlos. A mí ese circo me pareció lamentable, pero cada uno juega las
cartas que quiere para sacar dinero en atracciones turísticas.
Los osos que podías alimentar |
Subiendo llegamos a los tornos del teleférico.
En mi cabeza, cuando me hablaron del teleférico, me imaginé una especie de
telesilla, como en los que te montas cuando vas a esquiar. INCORRECTO. Era una especie de carro de color verde, alargado y
hecho de plástico en el que te montabas y te arrastraba a paso de tortuga por
un carril hasta la mitad del recorrido de la muralla. Fíjate si fuimos
ingenuos, que lo cogimos para poder hacer fotos aéreas de la muralla. Madre
mía, ahora que lo estoy escribiendo me siento hasta estafado por haber pagado.
Nos reímos un montón, porque la situación era surrealista totalmente: te ponían
una barra de seguridad y de seguridad no tenía nada, porque iba suelta y para
bajarte había 2 chinos arriba que muy amablemente (¡por los cojones!) te cogían
uno por un brazo y el otro por una pierna y te sacaban del teleférico como quien
saca cebollas de la tierra.
La parte positiva del teleférico es que de no
haberlo tomado, no hubiéramos llegado arriba ni de coña, pero bueno, nos dejaba
en un buen sitio para empezar a caminar. Eso sí, las vistas eran espectaculares,
la muralla serpenteaba por la montaña y dibujaba un paisaje que me quitó el
hipo.
Seguimos el flujo de gente. A lo lejos solo se
veían paraguas, cabezas y chinos caminando. Y eso que era entre semana y se
supone que hay menos gente, pero en China eso de “poca gente”, un país que
tiene 1.300 millones de habitantes, es un concepto un poco relativo. Hay que
tomárselo con mucho filosofía.
Yo ya había estado en un tramo de la muralla, pero
mi familia no, así que pronto se dieron cuenta de que el terreno no es
precisamente terreno asequible y de confianza. Andar por la muralla no es un
juego de niños, porque tiene muchas pendientes, muchas subidas y bajadas,
escaleras y encima caminar con una muchedumbre de chinos, no es nada fácil.
Chinos y chinos y más chinos... |
Cuando llegamos a un tramo un poco más amplio y con
buenas vistas, le hice un guiño a mi cuñada y sacamos los bollitos y las velas
para mi hermano. Si ya de normal llamamos la atención, sacar las velas y cantar
el cumpleaños feliz no nos hizo un gran favor. En seguida se empezaron a
acercar chinos con sus niños a felicitar a mi hermano, a echarse fotos con él y
a preguntarle cuántos años tenía. Mi misión de mientras consistía en encontrar
una alma caritativa que me prestara su mechero para encender las velas. El
problema que tuve es que no sabía decir mechero en chino, así que la estampa
era el menda acercándose a los chinos que estaban viendo a mi hermano con el
bollito con las velas y preguntándoles si fumaban. Mira que los chinos fuman,
pero los diez primeros a los que les pregunté debían ser los únicos sanos,
porque no fumaban. Al final, tuve suerte y después de que uno me ofreciera un
cigarro, sacó el mechero y conseguimos encender las velas. Fue un gran
espectáculo, pero fue un detallazo y un regalo muy bonito.
生日快乐,哥哥! |
Seguimos recorriendo la muralla. El calor apretaba
y el hecho de que hubiera tanta gente no contribuía a la causa, pero seguimos
escalando hasta que llegamos al último tramo. Era una cuesta bien empinada que
daba a una torre. Después había otra ruta para bajar, pero era para volver por
otro camino. Lo peor venía al final. Mi hermano y mi cuñada iban tirando, pero
mi madre ya estaba bastante cansada. Volvieron los demonios del día anterior.
La pobre no podía y yo venga a insistir para que llegara arriba.
Venga mama,
ahora que ya estás aquí y con lo poco que te queda...
Lo veía difícil. El día anterior había funcionado,
pero no sabía si me iba a salir bien esa vez. Paso a paso seguimos avanzando,
hasta que llegamos a esta conversación:
—Marcos, hijo,
¿vosotros me prometéis que vais a bajar por el mismo sitio?
—No lo sé,
mama. Venga que ya queda poco.
—No puedo más.
Yo os espero aquí.
—¿Cómo te vas a
quedar aquí si ya estamos arriba del todo?
—¡No puedo más!
—Mama, ya que
has venido hasta China, ahora no te puedes rendir.
—¿Tu me puedes
prometer que vais a bajar por el mismo sitio?
—No lo sé mama,
no he llegado nunca arriba.
—¿Pero vale la
pena?
—Vas a poder
decirle a todo el mundo que has llegado a la muralla. ¡Venga!
Y lo conseguimos. Los 4. Nos secamos el sudor, nos
hidratamos, pero tocamos la pared, para que quede constancia de que llegamos a
la parte más alta que se puede alcanzar. Es una satisfacción que nos llevamos a
casa.
到了! |
Alcanzada la parte más alta, ahora tocaba el
descenso. A priori bajar es más fácil que subir, eso está claro, pero al ser
mucho tramo pendiente, había que ir con cuidado con los resbalones o los
apoyos, porque un resbalón tonto y podíamos tener una lesión grave. Eran las 3
del mediodía y no teníamos hambre, solo calor y sed. Nos habíamos acabado el
agua y en todo sitio turístico salía cara. Me ofrecían hasta 5 yuanes
por una botellita de agua, que en China no es que sea una estafa, es un atraco
a mano armada. De hecho tuve que regatear y acabé comprando un par de latas de
Sprite por 3 yuanes cada una, porque valía lo mismo que un botellín de agua,
pero había más cantidad.
Seguimos descendiendo y esta vez nos salimos del
camino y bajamos por un camino adaptado siguiendo flechas de 出口 (salida). Media hora más tarde
llegábamos a la entrada de la muralla. Y en ese momento, paramos bajo la sombra
de un porche y comimos algo, descansamos y tomamos un poco el aire.
Sin embargo, algo imprevisible ocurrió. El día se
estaba empezando a poner gris y unas nubes muy feas se estaban colocando encima
de nuestras cabezas.
Nos quedaba una cosa por visitar: el museo de la
Muralla china, pero cuando llegamos ya lo estaban cerrando, porque no daba
tiempo de visitarlo entero, así que nos cerraron la puerta en los morros. Aprovechamos
para recorrer otra parte de la entrada, que estaba llena de tiendas de souvenirs y restaurantes que cobraban un
pastizal por comer cuatro platos.
Y la mala suerte hizo acto de presencia cuando se puso a llover. Nos pilló
justo cuando llegábamos al aparcamiento de autobuses, pero justo el autobús 877
se acababa de ir y nos dijeron que faltaban 30 minutos para el siguiente, pero
si íbamos justo más arriba, pasaba el 919 cada 10 minutos. Nos fiamos y
acertamos, pero los que querían coger el autobús estaban metidos debajo de un
árbol, refugiados de la lluvia y esperando a que pasara el autobús. Así que
también nos metimos bajo el árbol con ellos.
En esas se acercó un taxi y nos empezó a llamar la
atención. Hello, hello, decía. Y va
el tío y nos suelta: “Venga os cobro 40
yuanes por persona y os dejo donde me digáis”. No le hice ni caso. El tío
siguió: ¿Hello, hello? ¡Hello! Y mi
madre: “¿Qué quiere, qué dice?” Y yo:
“Mama, pasa que nos quiere timar”.
De repente apareció el bus y como si hubiera sonado
la bocina de una cursa, salieron todos los chinos disparados y nosotros cuatro
detrás. Nos montamos en el 919 como quien no quiere la cosa. El problema es que
no teníamos billete, pero al cabo de un par de kilómetros, hizo otra parada, se
subió una mujer y dijo que quien no tuviera billete que se acercara a
comprarlo. Volví a pagar 12 yuanes por persona (y el taxista nos quería cobrar 40 por barba) y a contemplar el
paisaje de vuelta.
El bus era uno de línea de toda la vida, con sus
paradas, y su gente que se sube y que se baja. Lo que más me “gustó” es que
pude ver las afueras de Pekín. No eran nada agradables, pero valió la
pena pagar el viaje en autobús para verlas y ver el barullo de gente corriendo
arriba y abajo bajo la lluvia. Eso es la China de verdad, no lo que enseñan por
la televisión o en los reportajes.
A todo esto seguía lloviendo y era hora punta, así
que entre que ya hay tráfico normalmente, el autobús no avanzaba ni a tiros.
Pasó 1 hora y todavía faltaban bastantes paradas hasta llegar a la nuestra. En
esto que pasamos por un peaje y nos quedamos completamente parados. De repente,
el autobusero abrió las puertas, se bajó a fumarse un piti y detrás de él, la
mayoría de pasajeros se bajaron y empezaron a dispersarse y a caminar por la
carretera. Mi familia estaba en shock y yo también, porque nos habíamos quedado
prácticamente solos en el autobús y aquello parecía que iba para largo.
Me acerqué a la chica de los billetes y le pregunté
qué pasaba. Muy amablemente (la verdad que fue un sol) me dijo que había mucho
tránsito, que no me preocupara que llegaríamos a nuestra parada, pero que no sabía
cuando. Eso me tranquilizó, pero aunque no tuviéramos prisa, me daba rabia
perder tiempo, porque teníamos algunas cosas para ver por la tarde.
2 horas después de montarnos nos bajamos en el
aparcamiento donde tomamos el bus por la mañana y volvimos a por el metro. Por
suerte había parado de llover. Nuestra siguiente parada era ir al 雍和宫 (Templo de los lamas), al menos
ver la entrada, pero ya estaba bien cerrado cuando llegamos y estaba
oscureciendo. Pero nos quedaba la segunda parte, que era lo que más quería:
caminar por otra zona de 胡同 (Hutong), esta vez sin luces de neón, ni carteles. Simplemente las casitas
de una planta y la gente haciendo vida en la calle.
Lo más raro que vi en esa zona |
Caía la noche y decidimos ir a cenar. Llegaos a
una calle más ancha y vimos varios restaurantes. La idea era comer algo, pero
que no nos saliera por un picazo, así que estuvimos mirando, pero todos tenían
una pinta un poco sospechosa, así que nos metimos en el más decente que había.
El sitio era agradable, pero el 老板 (o jefe) era un pillo de cuidado. Entramos, nos llevó a una mesa y se me
puso a hablar en inglés, pero como no le entendía porque lo hablaba de pena, le
dije en chino que me podía hablar en chino. Se le cambió la cara de golpe,
porque yo ya sabía lo que pretendía. Me dio la carta en chino y empecé a echar
una ojeada. Había variedad de carne, verdura, pescado y pasta. En los
restaurantes chinos es muy importante entender los caracteres (no todos, pero
al menos distinguir qué tipo de carne o pescado es o si es picante) y tener
claro qué quieres pedir, porque hay tantos platos que sino lo tienes claro te
puedes volver un poco loco.
Teníamos un par de platos ya escogidos, pero tenía
dudas, así que le pedí al jefe que se acercara. Tenía ganas de entrar en su
juego y reírme de él, así que le pedí que me recomendara alguna cosa para cenar
con mi familia.
Pues bien, la
carta tenía 8 páginas. Fue página por página señalándome lo que él pediría
y lo que estaba más rico. Como yo ya me imaginaba, en cada página me señaló el
plato más caro, con todo descaro y con una sonrisa de oreja a oreja. Cuando me
señaló el último plato, le solté con toda mi jeta:
¡Qué casualidad! Los platos que me has señalado son los
más caros.
Se rió, pero ahí se dio cuenta de que estaba
jugando con él, y nos dejó en paz. Acabamos pidiendo cerdo, fideos, arroz con
verduras y unos 饺子 (jiaozi). Ahí fue cuando me dijo que nos íbamos a quedar con hambre. Mi
respuesta fue:
No te
preocupes, si queremos más ya te avisamos.
No me volvió a dirigir la palabra en toda la cena,
que por cierto no estuvo nada mal. De hecho, ni nos sirvió los platos, ni se
dignó a despedirse de nosotros cuando salimos por la puerta. Salí con el
estómago lleno, pero lo que más satisfació fue vacilar a un chino que intenta
vacilar a un extranjero sin saber.
Volvimos al metro y decidimos echar un ojo rápido a
la zona olímpica. Íbamos justos de tiempo y estábamos cansados, pero no pasaba
nada por ver de lejos el recinto con el Nido de Pájaro o el Cubo de Agua. A mi
hermano y a mi cuñada tampoco les llamaba mucho la atención, pero ni que sea
por verlo...
Llegamos que ya estaban cerrando las puertas, así
que fue eso, llegar, verlo desde lejos y volver al metro. Fue un FAIL, pero
bueno, al menos lo vimos.
El drama empezó después, cuando me di cuenta de que
íbamos un poco justos con los horarios del metro. Además, que se había
acumulado una gran cantidad de gente y nos tuvimos que meter en los vagones a
codazos y empujones. Además que los transbordos no fueron nada sencillos. De
hecho, en uno de ellos, había unas escaleras mecánicas y había un tipo con un
megáfono gritando a la gente que subiera las escaleras sin pararse, porque
había un tapón de gente considerable. Chinos, chinos, chinos y más chinos por
todas partes.
Llegamos al hotel DERROTADOS. No podíamos más y al día siguiente nos esperaba un buen
tute. Una buena ducha, un poco de agua fresca y a dormir.
Recuerdo irme a dormir feliz aquella noche por
haber cumplido el deseo de mi hermano, quizá el día se había estropeado
por la lluvia y el tráfico, pero sé que pasar su aniversario en China era
doblemente especial y me alegraba tenerlo al lado para poder felicitarlo en
persona y hacer que su día fuera doblemente especial.
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